Mathias Döpfner, el CEO del grupo Axel Springer, le remite una carta a su homólogo de Google, Eric Schmidt

El grupo editorial más importante de Alemania compara a Google con la Stasi

Mete en el mismo saco a la red social Facebook por querer un "ciudadano transparente"

«Tenemos miedo de Google». Mathias Döpfner , el CEO del grupo Axel Springer, el conglomerado editor de diarios más importante de Europa, acusó a Eric Schmidt, CEO de Google, de querer crear un superestado digital de corte totalitario. Döpfner publicó una carta abierta a Schmidt en uno de los diarios tradicionales de Alemania, el conservador Frankfurt Allgemeine Zeitung.

Allí lanza una serie de acusaciones contra Google, como las de tratar de construir un monopolio global sobre la administración y control de datos, información y contenidos de entretenimiento y periodísticos. Las críticas de Döpfner no se limitaron solamente a Google. En su carta establece paralelismos entre Facebook y el servicio secreto de la República Democrática Alemana (Stasi): para Döpfner tanto Google como Facebook tienen el objetivo de concebir un «ciudadano transparente». Este incidente es uno más, y no el último, entre dos grandes actores en torno a los desafíos que plantea el cambio de hábitos y el conflicto por quién genera los contenidos periodísticos y quién controla los canales de distribución de los mismos.

Aquí van algunos de los pasajes más relevantes de la carta dirigida al CEO de Google

Querido Eric Schmidt:

Usted y yo nos conocemos desde hace muchos años, habiendo podido debatir en muchas ocasiones, como usted escribe, sobre la relación entre las editoras europeas y Google. Como sabe, soy un gran admirador del éxito empresarial de Google, que en muy pocos años, desde 1998, se pudo convertir en una empresa que emplea unas cincuenta mil personas en todo el mundo; cuyas ventas en el ejercicio pasado se cifraron en unos 60.000 millones de US$, y que cuenta con una capitalización de mercado bursátil superior a 350.000 millones US$.

Google no sólo es el más grande de los motores de búsqueda en el mundo, sino también y junto a Youtube la mayor plataforma de vídeos (que, a su vez, ocupa el segundo lugar en el ranking mundial); con Chrome, el mayor de los navegadores; con Gmail, el más grande de los servicios de correo electrónico y, con Android, el más extendido de los sistemas operativos en telefonía móvil. Con razón, remite usted en su artículo al fabuloso impulso que Google ha dado a favor del crecimiento de la economía digital. En 2013, el beneficio de Google alcanzó los 14.000 millones de US$. Me inclino y me quito el sombrero ante semejante logro empresarial.

No nos consta ninguna alternativa que tan siquiera mínimamente nos pudiera ofrecer las mismas condiciones tecnológicas de automatización comercial de publicidad. Y no podemos renunciar a esta fuente de ingresos, que nos urge obtener para poder financiar nuestra inversión tecnológica. La prueba la tiene en el hecho de que cada vez más editoriales también hagan lo mismo. Tampoco conocemos ningún otro motor de búsqueda capaz de asegurar y ampliar nuestro alcance on-line. Una gran parte de los medios periodísticos de calidad obtiene su tráficomayormente vía Google. En otros ámbitos, no periodísticos, el cliente viene guiado casi exclusivamente por Google. Dicho claramente: nosotros, y muchos otros, simplemente dependemos de Google. Google, tiene un share actual de 91,2 % en el mercado alemán. Decir entonces: «si no estáis conformes, os borráis de las listas y os vais a otra parte» viene a ser tan realista como recomendarle al adversario de la energía nuclear que renuncie a la electricidad. A no ser que pretenda vivir entre los Amish, claro, porque en la vida real simple y llanamente no podrá hacerlo.

De parte del equipo de Google siempre recibimos, nosotros y las demás editoras, un trato exquisito, pero nunca estamos a una misma altura. ¿Cómo podría ser de otro modo? Google no nos necesita. Pero nosotros a Google sí. También en términos económicos, nos movemos en galaxias distintas. Con unos beneficios anuales de 14.000 millones, Google obtiene 20 veces más que Axel Springer. Trimestralmente, uno obtiene más beneficio que el que obtiene el otro en todo el año. Las nuestras son relaciones entre el Goliat Google y el David Axel Springer. Si Google cambia un solo algoritmo, a los pocos días, en una de nuestras filiales se hunde el tráfico en un 70 %. Son datos reales. Y que la referida filial nuestra sea competidora de Google es pura casualidad.

Google nos da miedo. Así de claro debo decirlo, puesto que apenas ninguno de mis colegas se atreve a ello en público. Y como el mayor de entre los pequeños, quizás debamos ser los primeros en iniciar este debate.

El debate acerca del poder de Google no es pues ninguna teoría conspiracionista por parte de los eternamente obstinados y anticuados. Usted mismo refiere el nuevo poder de esos creadores, propietarios y usuarios, aunque en caso de éstos últimos no estoy tan seguro si me lo planteo a largo plazo. Puede que el poder, rápidamente, vaya seguido por la impotencia. Y es precisamente por ello que debemos llevar ahora este debate en bien del interés de un ecosistema sano de la economía digital. Y esto afecta y concierne a la competitividad, no sólo económica, sino también política. Afecta a nuestros valores, nuestro concepto del hombre y nuestro orden social en todo el mundo y, desde nuestra perspectiva, a todo el futuro de Europa.

Las editoriales hemos podido experimentar muy pronto, quizás antes que otros ramos e industrias, lo que esto puede suponer. Pero mientras sólo se trataba de expropiar o apropiarse de contenidos de información (por parte de quienes usen los buscadores y agregados, pero no estén dispuestos a pagar por ellos), muy pocos se mostraban interesados. Pero este panorama está cambiando cuando lo mismo sucede con los datos personales de los individuos. Preguntarnos a quién/es pertenecen estos datos será uno de los más importantes planteamientos políticos que nos aguardan.

Para Internet, Google viene a ser lo mismo que eran la Deutsche Post, los servicios alemanes de correo, para los envíos y el reparto postal; o la Deutsche Telecom para los servicios de telefonía. En aquel entonces había monopolios estatales. Hoy existe un monopolio global en Internet. Por lo tanto, es de suma importancia saber si los resultados de búsqueda en Google obedecen a unos criterios transparentes y justos.

Usted, como representante de la empresa, puede y debe defender sus intereses. Mi reproche se dirige pues a la Comisión Europea de Competencia. El comisario Almunia debería volver a reflexionar si resulta sensato «fabricar», cuasi a modo de último acto de oficio, lo que vendría a ser el último «clavo del ataúd» para la ya esclerótica economía europea de Internet. Pero ante todo, no dejaría de ser una traición al consumidor, al usuario, que ya no encontraría ni lo más indicado, ni lo mejor para él, sino lo que convendría a Google y su beneficio, que acabaría siendo una traición a la idea básica de Google.

Vale decir lo mismo sobre el complejo y difícil tema de la seguridad de los datos y su explotacion y/o evaluación. Desde que las revelaciones de Snowden desencadenaron el escándalo de la NSA, descubriéndonos las estrechas relaciones entre los servicios secretos y las grandes empresas dedicadas en EEUU a los servicios online, el clima social -al menos en Europa- ha sufrido un profundo cambio. Los ciudadanos se han vuelto más sensibles por lo que pueda pasar con sus datos personales de usuarios.

Nadie sabe tanto sobre sus clientes como Google. Hasta los correos privados o profesionales son leídos por Gmail y pueden evaluarse, si se quiere o pretende. Usted mismo dijo en 2010: «Sabemos dónde estás. Sabemos dónde estuviste. Podemos saber más o menos lo que estás pensando en ese momento». Una sentencia realmente honesta. Pero hay que preguntar si los usuarios quieren que estas informaciones se empleen con fines comerciales -lo cual tiene sin duda muchas ventajas, pero también algún que otro lado siniestro -; preguntar además si consienten que sus datos caigan o que ya estén en manos de los servicios secretos.

Google registra más de 500 millones de direcciones de Internet. Google sabe más sobre cada ciudadano digital activo de lo que George Orwell hubiese imaginado en sus osadas visiones de «1984». Google posee el tesoro de datos actuales de toda la humanidad, como su fuera el gigante Fafner en el «Anillo del Nibelungo»: «Hier lieg’ ich und besitz» [aquí me quedo tumbado y poseo]. Espero que sea usted consciente de la enorme responsabilidad de su empresa. Si los combustibles en el siglo XX eran de origen fósil, los del siglo XXI serán los datos de los usuarios y sus perfiles. Hay que preguntarse si la competencia, en general, puede seguir funcionando en la era digital, ya que los datos se encuentran reunidos hasta el extremo en manos de una sola parte.

En el contexto que nos ocupa, existe una cita de usted que me preocupa. En 2009, usted dijo: «Si hay cosas que usted no quiere que nadie las sepa, no debería hacerlas». Sólo más preocupante aún me resulta la frase que Mark Zuckerberg pronunció durante la conferencia de Sun-Valley, mientras usted y yo estábamos sentados entre los oyentes. Preguntado por cómo Facebook almacenaba los datos y protegía la esfera privada de sus clientes, Zuckerberg había contestado: «No entiendo su pregunta. Quien nada tiene que ocultar, nada tiene que temer».

Una y otra vez he recordado esta frase. La encuentro espantosa. Será que no fuera dicha con esa intención. Pero detrás se esconden una mentalidad y una concepción del hombre que no se emplean en sociedades libres. Una frase así podría haberla dicho el jefe de la Stasi u otro servicio secreto de cualquier dictadura. Y es que la esencia de la libertad consiste precisamente en que yo no esté obligado a decir lo que hago; que tenga derecho a la discreción e, incluso, a tener secretos; que pueda determinar yo mismo lo que revelo sobre mí. En este derecho, que ampara a cada individuo, consiste la democracia. Únicamente las dictaduras prefieren en lugar de una prensa libre al ciudadano transparente.

16 años de almacenamiento de datos y 16 años de experiencia de decenas de miles de desarrolladores de IT, han llevado a Google a una ventaja competitiva que ya no cabe superar con medios económicos. Desde que Google comprara «Nest», el fabricante de dispositivos para el hogar, sabe con más exactitud que nunca lo que los ciudadanos hacemos dentro de nuestras casas. Además proyecta construir automóviles sin conductor para hacer, a largo plazo, la competencia a la industria del sector, desde Toyota hasta Volkswagen. Con lo cual no sólo sabría a dónde nos dirigimos, sino también en qué nos ocupamos durante el trayecto. ¡Olvidáos de Big Brother: Google es mejor!

Ante este panorama, me confieso preocupado ante el hecho de que Google, que acaba de adquirir al fabricante de drones «Titan Aerospace», lleve tiempo co-fomentando la construcción de enormes barcos y plantas flotantes de producción, que podrán operar en alta mar; es decir, fuera de las respectivas aguas territoriales soberanas. ¿Qué es lo que motiva semejante evolución? No hace falta ser conspiracionista para llegar a preocuparse, sobre todo al escuchar las palabras del fundador y accionista mayoritario de Google, Larry Page.

Page sueña con un lugar sin protección legislada de datos y sin responsabilidad democrática. «Hay un gran cantidad de cosas que nos gustaría emprender, pero que desgraciadamente no podemos hacer», dijo Paga ya en 2013, «ya que existen leyes que nos lo impiden. Deberíamos disponer de un par de lugares donde estar seguros, donde poder experimentar y averiguar los efectos que pudieran surtir en la sociedad».

¿Esto quiere decir que Google esté proyectando poder operar en un vacío legal, sin tener que pelear con las autoridades anti-monopolio y la protección de datos? ¿Una especie de «supra-estado», un imperio flotante que navegue al margen de todo estado nacional y su orden jurídico?

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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