Otra vez se nos quitó la esperanza. Otra vez sentimos vergüenza ajena. De nuevo, la Academia de la TV nos ofendió a todos los españoles con un debate, el de a cuatro del 13 de junio de 2016, absolutamente mediocre, gris y mal realizado. Toda una involución televisiva que no refleja la realidad de la producción audiovisual española.
Cualquier escuela de imagen y sonido debería proyectar el Debate a cuatro emitido el 13 de junio de 2016 como ejemplo máximo de cómo no hacer televisión. Fue tal el despropósito que parecía una broma.
Estamos en 2016, una época en la que se puede innovar con un chroma o cualquier mínima virguería visual no muy cara, es incomprensible que en la Academia se decantasen por tablas de madera grises y moqueta sucia. Por favor, cualquier productora de recién licenciados habría tenido más ingenio en la puesta en escena.
Si repasamos cualquier programa de corte político, aunque sea del canal menos visto de la TDT, comprobaremos que tiene más enganche y garra que lo que vimos anoche.
Y esto es sólo el comienzo. Un Debate político como éste debería responder al principio básico del espectáculo, de la emoción. Se trata de hacer accesible la política al gran público, no de hacerla más soporífera e institucional.
La realización no estaba estudiada ni preparada. El sonido, principalmente, parecía estar a cargo de algún enemigo de la democracia: ruidos extraños, roces de las camisas, ecos… Si ya era difícil entender los monólogos aprendidos de Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias, aún era más imposible escucharles con claridad.
Luego, hubo focos que explotaban y una escasez de tiros de cámara incomprensible. Esto fue lo peor. La capacidad (o la mala intención) del realizador de no mostrar los momentos más emocionantes del Debate.
Por ejemplo, cuando a Rajoy le atacaron por la corrupción de su partido, al presidente del Gobierno en funciones le empezó a desencajar la cara y a temblarle el cuerpo, algo que vimos durante medio segundo porque, inexplicablemente, la cámara enfocó para otro lado. ¿Cómo es posible? Es como si en un partido de fútbol no se emitiesen los goles.
La estructura dialéctica del Debate fue pactada y por lo tanto aburrida. No hubo casi diálogo ni discusión. El grueso del programa se basó en larguísimos monólogos de los cuatro candidatos en los que cada uno repetía de memoria un guion populista y aburrido. Y esos los que hablaron porque Pedro Sánchez se marcó un Chelo García Cortés. Es decir, se pasó un buen tramo sin abrir la boca. Le faltaba la merienda.
Los moderadores, Ana Blanco, Pedro Piqueras y Vicente Vallés, son caso aparte. El mejor, sin duda, fue este último. El representante de Atresmedia fue el único capaz de incomodar, un poco, a los políticos. Él era el de los zascas y el que preguntaba y repreguntaba para descolocar a los candidatos.
Piqueras, por su parte, fue el gran perdedor del evento. Sus muecas, sus desvaríos, sus malas formas y su falta de rapidez provocaron que echásemos de menos a Paz Padilla. Mediaset podía haberla mandado a ella en vez de al periodista. Al menos, en ‘Sálvame’ hay más emoción.
Teniendo en cuenta la desconfianza del pueblo ante la política actual: ¿cuándo se darán cuenta en la Academia de la TV que un debate tan soporífero, lo único que provoca es que nos alejemos de las urnas? ¿De qué sirve una institución como ésta cuando todo lo que hace es lo contrario a televisivo?