El alemán Paul Julius Reuter fue el primer periodista que se preocupó de que el público supiera quien era el autor de la noticia

REPORTERO DE GUERRA: El emprendedor Havas, un genio apellidado Reuters y el ‘trapo’ (VI)

La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: El emprendedor Havas, un genio apellidado Reuters y el 'trapo' (VI)
Paul Julius Reuter, pulsaro de telégrafo, máquina de teletipo y cinta perforada con noticias. PD

A finales del siglo XVIII una red de torres cubría buena parte de la hermosa campiña francesa.

En lo alto del torreón, apostado en una plataforma y armado de un telescopio, permanecía un hombre cuya misión consistía en recibir y transferir mensajes.

Cada plataforma solía estar emplazada en la cima de una colina y se distanciaba de la contigua una docena de kilómetros.

Como herramientas de comunicación, cada torrero contaba con tres piezas de madera pintadas de negro, con las que se podían componer diferentes signos.

En un día claro, bastaban seis horas para hacer llegar un recado de Estrasburgo a París, que están a más de cuatrocientos kilómetros de distancia.

Durante la noche también era posible enviar misivas, pero en lugar de las maderas móviles era necesario recurrir a las linternas y a un laborioso código de señales luminosas.

La primera vez que se empleó esta red de torres para difundir un despacho fue el 14 de junio de 1800, cuando los militares franceses informaron a Paris de su rutilante triunfo sobre los austriacos en la batalla de Marengo.

Menos de dos décadas más tarde, en 1812, el «semáforo telégrafo» contaba con 220 estaciones, cubría 1.500 kilómetros y permitía a París platicar con Marsella, Brest o Turín.

En 1830, de una forma más modesta, operaban «semáforos» similares en Alemania, Italia, los Países Bajos, Rusia, Suecia, Egipto e Inglaterra.

Como ocurría en Francia, estaban controlados por el gobierno y tenían una finalidad esencialmente militar.

No hacia falta ser una eminencia científica para descifrar el código gubernamental e interceptar los mensajes, y eso fue lo que comenzó a hacer, con fines puramente periodísticos, un joven llamado Charles Havas.

El emprendedor Havas había instalado su propio sistema de transmisión en la trasera de un carruaje de caballos, disponía de palomas mensajeras y se convirtió en el fundador de la primera agencia de noticias de la Historia: la Agencia Havas.

La ascendencia y la primera etapa de la vida de Havas son bastante oscuras. Había nacido en Hungría, disipado su adolescencia en Portugal y arribado a Francia resuelto a hacer fortuna.

Su estreno en el mundillo periodístico fue muy recatado: se dedicaba a repartir entre los diarios parisinos las noticias que le filtraban los asistentes de Napoleón.

La invención del telégrafo eléctrico en 1844, obra del genial Samuel Morse, y su introducción en Europa cuatro años después facilitaron enormemente la tarea de personajes como Havas y permitieron a Paul Julius Reuter, el mas notable de sus imitadores, sentar las bases de lo que hoy es la principal agencia de noticias del planeta.

Hasta los treinta y un años, Reuter no se hizo notar excesivamente. Era copropietario de una librería en Berlín, estaba casado con la hija de un banquero y, aunque alimentaba veleidades izquierdistas y era aficionado a tirar panfletos, parecía tener un prometedor futuro.

Tras el estallido revolucionario de 1848, para huir de la represión, Reuter emigró a Paris, donde otro exiliado político le consiguió un precario empleo como traductor en la Agenda Havas. El diminuto y enérgico germano decidió muy pronto establecerse por su cuenta.

A los pocos meses, desde su cuarto de estar y con la inestimable ayuda de su coqueta esposa, se dedicaba a traducir recortes de los diarios franceses, para abastecer de noticias a un rosario de periódicos provinciales alemanes.

Lo que durante muchos años se denominaba coloquialmente ‘el trapo’, así como el campanilleo de las máquinas de teletipos o la cinta amarilla llena de perforaciones, son cosa del pasado que los jóvenes periodistas ni imaginan, pero en aquella época todavía no se habían inventado. No eran parte del paisaje visual y auditivo de las redacciones.

En 1850, cuando las autoridades conectaron telegráficamente Berlín y Paris, el intrépido matrimonio Reuter vio desmoronarse el pequeño negocio y optó por saltar al otro lado del canal de la Mancha y establecerse en Londres.

En 1858 ya contaban entre sus clientes al Morning Advertiser, y el 7 de febrero de 1859 se apuntaban su primera gran exclusiva mundial: el discurso que Napoleón III iba a pronunciar ante la Asamblea francesa amenazando a los austriacos.

Una de las genialidades de Reuter, que sirvió para hacerle universalmente famoso, fue la exigencia de que todos los periódicos incluyeran su nombre al final del texto, cada vez que publicasen un artículo servido por la agencia.

En otras palabras, el alemán Reuter fue el primer periodista que se preocupó de que el público supiera quien era el autor de la noticia, como había llegado, cuando había sido redactada y de donde procedía el despacho.

Se trataba de algo extraordinariamente meritorio, pero el tiempo de Reuter y el reconocimiento social a su empresa todavía estaban por llegar.

Los portadores de la «llama sagrada» del periodismo, los hombres que cosecharon toda la gloria en esa época turbulenta, eran muy distintos del diminuto alemán y edificaron su fortuna entre el estampido de los cañones, las cargas de la caballería y los tajos de los sables.

Alfonso Rojo

NOTA

Aquí tienes por entregas y en forma de serial, como los antiguos folletines pero en clave casi académica, una obra sobre esa figura tan mítica del periodismo que es el corresponsal de guerra.

Capítulo a capítulo, Alfonso Rojo va desgranando la historia, los secretos, los vicios y las virtudes de ese reducido, complicado y privilegiado grupo de profesionales que consumen su vida saltando de un extremo a otro del planeta, para ser testigos directos y poder relatar en vivo los horrores, calamidades y espantos que provoca la estupidez humana.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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