Si la gente hubiera sabido la verdad, la I Guerra Mundial habría cesado al día siguiente

REPORTERO DE GUERRA: La gran carnicería de las trincheras (XXXVII)

La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: La gran carnicería de las trincheras (XXXVII)
El cadáver de un soldado alemán en las trincheras de la Batalla del Somme, durante la I Guerra Mundial. GM

La Primera Guerra Mundial fue distinta a todas las anteriores.

Estalló con la habitual promesa de esplendor, honor y gloria, pero se metamorfoseó precipitadamente en un conflicto genocida e insensato en el que los contendientes parecían incapaces de detener la carnicería.

Solo concluyó cuando los que se mataban con saña sin igual quedaron exhaustos.

Las guerras exigen sacrificios, despiertan pasiones y muchos ciudadanos se prestaron inicialmente para marchar voluntarios al frente.

El drama comenzó cuando los generales, que tenían a su mando los ejércitos mas numerosos de la Historia, quedaron atorados y no atisbaron otro modo de aprovechar a sus hombres que en forma de carne de cañón.

Para permitir que la refriega siguiera su curso era imprescindible engañar a la ciudadanía, negándole la verdad sobre lo que ocurría a diario en las trincheras, y así se generó una gran conspiración, de la que fueron cómplices editores y periodistas.

El resultado final de esta vergonzosa maniobra fue la pérdida de la confianza ciega en los medios de comunicación por parte del público.

Cuando el chino Sun Tzu escribió ‘El arte de la guerra’, quinientos años antes del nacimiento de Cristo, ya dedicó varios párrafos de su obra a la propaganda.

El propio Alejandro Magno, que era un estratega de altura y había estudiado con detalle las trifulcas del Peloponeso, sostenía que la primera víctima de todo conflicto bélico era la verdad, pero fue en la Primera Guerra Mundial cuando la mentira se empleó por primera vez de forma organizada y científica.

Entre sus damnificados primordiales, además de la certeza, se contaron los periodistas. Los corresponsales de guerra se transformaron en su inmensa mayoría en diseminadores de triunfantes y engañosos comunicados oficiales.

La tradicional apatía del inglés común ante los acontecimientos del Continente y la actitud pacifista de diarios como The Guardian o el Daily News hizo que la opinión pública iniciase el verano de 1914 con la absoluta convicción de que Gran Bretaña no debía involucrarse en el pandemónium que se gestaba al otro lado del Canal de la Mancha.

El 4 de agosto, cuando el gabinete declaró la guerra, se volvió vital dar una razón para combatir al amplio contingente de ciudadanos liberales y no conformistas.

Para ganar una lid es imprescindible contar con el apoyo entusiasta de la nación y el gobierno británico se puso con denuedo a la tarea.

El ejército, integrado por profesionales, no planteaba dificultad alguna. De la noche a la mañana, los mandos cambiaron el nombre del enemigo: Alemania en lugar de Francia.

Lo complicado eran los paisanos, las familias que debían suministrar reclutas para el frente, los habitantes de los barrios que enviaban obreros a las fábricas de armamento y la ciudadanía que debía soportar las penalidades sin protestas o disensiones.

La única solución era montar una campaña publicitaria eficaz, lo que se logró con total perfección. Al final de la contienda, Gran Bretaña contaba con un aparato de propaganda tan desarrollado que sirvió de modelo al nazi Joseph Goebbels veinte años más tarde.

La guerra se hizo aparecer en los medios de comunicación como una epopeya defensiva ante un agresor equiparable a las hordas de Gengis Kan. El enemigo fue identificado popularmente con el epíteto de «huno».

Se jugó con todo y de forma primordial, por primera vez en la Historia, con las imágenes. Las llamadas «fotos trofeo» sacadas para humillar y degradar al enemigo, son tan viejas como la presencia de cámaras en el frente, pero en la Primera Guerra Mundial tuvieron gran difusión, convirtiéndose en un fenómeno viral.

La foto postal de arriba fue sacada en el frente del este, entre 1915 y 1916, y muestra a un grupo de soldados alemanes cargando los cadáveres de combatientes franceses y británicos, una funesta premonición de las imágenes de pilas de cuerpos que vendrían con la Segunda Guerra Mundial.

La de abajo, corresponde a una escena cotidiana de muerte y sufrimiento en las trincheras.

Paradójicamente, los ‘maestros‘ en el juego del engaño y la demonización fueron los británicos, quienes desde el inicio presentaron al jefe de los alemanes como un personaje bestial.

En un artículo publicado en el Daily News el 22 de septiembre de 1914, se cita sucesivamente al Káiser Guillermo como «lunático», «bárbaro», «loco», «monstruo», «Judas moderno» y «monarca criminal».

Sus tropas son descritas como «violadores de monjas», «mutiladores de niños» y «destructores de la civilización».

Al igual que en la antigua Yugoslavia a principios de los años noventa, una vez agitado el espectro del nacionalismo, periodistas, historiadores, intelectuales y políticos se sumaron gustosos a la orgía .

En el caso de los periodistas, aceptando sin pestañear las mentiras oficiales, desparramando infundios a conciencia de que eran falsos y ocultando a sus lectores la autenticidad del frente.

El Financial News, supuesto prototipo del rigor, publicó el 10 de junio de 1915 en su página editorial que el Káiser había asistido a la tortura de un niño de tres años, había ordenado a los pilotos alemanes esforzarse en matar a los hijos del príncipe Alberto y adjudicaba una prima doble a los submarinistas si hundían barcos con mujeres e infantes a bordo.

Una comisión de juristas e historiadores, liderada por lord Bryce, antiguo embajador en Estados Unidos, elaboró un informe que fue traducido a treinta idiomas y en el que se describía con lujo de pormenores como un grupo de oficiales alemanes había deshonrado a veinte muchachas en la plaza del mercado de Lieja, como ocho soldados germanos habían ensartado en sus bayonetas a un niño de dos años y como le habían cercenado las tetas a una joven de Malinas.

Los miembros de la comisión no habían entrevistado a un solo testigo presencial.

Los hechos, relatados aparentemente por refugiados belgas, eran apócrifos, como se demostró al termino de la guerra, cuando se templaron las pasiones.

En cualquier caso, el informe cumplió el propósito de espolear el odio contra los alemanes y puede considerarse como un prodigio de propaganda bélica.

No solo fueron probos funcionarios y estrictos historiadores los que entraron en el juego de la propaganda. La guerra se convirtió en una cruzada y, con el objetivo de unir a las fuerzas del Bien contra las del Mal, se apeló a todos los «hombres de honor».

Un entusiasta participante fue Rudyard Kipling, quien escribió:

«… solo hay dos grupos en el mundo actual, seres humanos y alemanes.»

La Primera Guerra Mundial fue un matadero de una escala nunca vista: diez millones de personas murieron en los combates, veintiún millones resultaron heridas y los mutilados y ciegos fueron incontables.

La píldora era demasiado amarga para ser tragada sin sobresaltos por la población y los gobiernos se lanzaron con denuedo a la tarea de introducírsela hasta las entrañas.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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