La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: Los nazis y la propaganda (LVIII)

Cuando Dios está con el bando de los batallones más nutridos

REPORTERO DE GUERRA: Los nazis y la propaganda (LVIII)
Carteles de la propaganda de guerra nazi. PD

Polonia está siendo aplastada como un huevo pasado por agua.»

Así comenzaba Otto Tolischus, corresponsal del New York Times en Varsovia, la nota que envió al periódico pocos días después de que los alemanes atravesaran la frontera.

Otto, que había nacido en 1890 en lo que entonces era Prusia y ahora es Lituania, ganó el Premio Pulitzer en 1940 por su cobertura de la II Guerra Mundial desde Berlín.

En el artículo, el norteamericano de adopción explicaba que las defensas polacas eran arcaicas, que cuatro mil aviones de la Luftwaffe dominaban los cielos y que setenta divisiones nazis avanzaban devastadoramente.

La crónica concluía con las siguientes palabras:

«Dios está con el bando de los batallones más nutridos.»

Era el otoño de 1939 y el reportero colorista y romántico parecía haber pasado de moda.

En su lugar surgía un nuevo tipo de corresponsal, más flemático, más sosegado y con mayor conocimiento de la burocracia redaccional.

En menos de un siglo, en el lapso transcurrido entre la carga de la Caballería Ligera en Crimea y la de los blindados del general Heinz Guderian en Danzig, la libertad de movimientos de los periodistas y sus recursos de transmisión se habían ampliado descomunalmente.

Otto Tolischus, corresponsal del New York Times en Varsovia.

Casi tanto, no obstante, como habían crecido las habilidades de los censores y las cortapisas a la libertad de expresión.

La II Guerra Mundial estalló el 3 de septiembre de 1939, con los ciudadanos bastante menos optimistas que en los inicios de la I.G.M., pero con los gobiernos y las autoridades militares mucho más decididos a controlar a los redactores.

El titular de The New York Times sobre la invasión nazi de Polonia.

Pocos días antes de comenzar la contienda, los británicos habían puesto en marcha un Ministerio de Información.

A principios de septiembre contaba con doce empleados. En octubre disponía de un staff de 999 personas. Todo mensaje dirigido al exterior, por telegrama, cable, radio o carta, era censurado.

Se solicitó a los diarios que designasen sus reporteros de guerra, se diseñaron uniformes, se dictaminó que los periodistas portasen una «C» como insignia identificadora -algún malintencionado sugirió que seria mas conveniente que lucieran las letras «WC»– y se encajonó a los corresponsales en una red de conductores, censores, telegrafistas y acompañantes que hizo virtualmente insustancial su tarea.

Los nazis haciendo redadas de judíos en Polonia.

Aprendida la lección de la contienda de 1914-1918, en la que los ingleses ganaron arrolladoramente todas las lides informativas, los alemanes se preocuparon de montar un eficaz Ministerio de Propaganda.

La tesis central había sido claramente formulada por el doctor Joseph Paul Goebbels, ministro de Cultura y Propaganda de Hitler:

«La política informativa es un arma de guerra y su propósito no es suministrar información sino ayudar en la batalla.»

oseph Paul Goebbels, ministro de Cultura y Propaganda de Hitler.

El Ministerio de Propaganda del III Reich dedicó ímprobos esfuerzos a influir en los corresponsales de países neutrales.

Para todo periodista, lo que se conoce como «intendencia» -transporte, transmisiones, alquileres, comida, dinero, etc.- es una verdadera pesadilla, y el taimado Goebbels se dio muy pronto cuenta de que bastaba aliviar los quebraderos de cabeza de los corresponsales para despertar el agradecimiento inconsciente.

Ordenó que se les suministrara gasolina extra, raciones de comida, tarifas de cambio especiales y otras prebendas. Todo ello combinado con una presión difusa pero persistente.

Reporteros alemanes acompañando a las tropas nazis.

Al día siguiente de su publicación, la crónica de un reportero extranjero era escudriñada por un funcionario ministerial.

Si su material no se consideraba favorable al Reich, se le sometía a un hostigamiento creciente, que comenzaba con una advertencia escrita, solía pasar por la desconexión de su teléfono y podía culminar con una acusación de espionaje.

Habida cuenta de lo fina que es la línea que separa la recogida de información para un reportaje del trabajo de espía, presentar cargos no era espinoso.

Reporteros alemanes con las tropas germanas en el frente.

Goebbels decidió que no hubiera corresponsales de guerra alemanes. En su lugar, periodistas, escritores, poetas, fotógrafos, camarógrafos, productores de cine, impresores, locutores, pintores y dibujantes -todo el arco de profesionales dedicados a lo que hoy se denomina ‘industria de la comunicación’– fueron reclutados para formar parte de la Propaganda Kompanien (PK), a las ordenes del general Hasso von Wedel.

Como no se descartaba que combatieran en caso de necesidad, los integrantes de la PK recibieron entrenamiento militar básico.

Soldados alemanes rompiendo las barreras fronterizas con Austria.

No era una decisión banal o un brindis al sol. El 30% de los PK -un porcentaje similar al de las unidades de Infantería de la Wehrmacht- resultaron muertos o heridos durante la bestial contienda que devastó Europa.

En cualquier caso, la intención de Goebbels no era que empuñaran el fusil o lanzaran granadas de mano, si no que utilizasen su talento y sus habilidades civiles para «influir en el curso de la guerra controlando psicológicamente el talante de la gente en el interior, en el frente, en el exterior y en territorio enemigo».

Los PK aportaron una contribución vital al esfuerzo bélico germano.

Mientras los británicos todavía discutían cual debía ser la letra correcta en la pechera de sus reporteros, un grupo de la PK fue capaz de instalar una emisora en Prusia Oriental, emitir haciéndose pasar por Radio Varsovia cuatro días antes de que cayera la capital polaca en manos alemanas e infundir enorme confusión entre sus defensores.

Hitler pasando revista a sus tropas.

En la primera fase del conflicto, los hombres de Goebbels abastecieron a los corresponsales extranjeros de fotografías e informes, que después aparecían casi sin cambios en los periódicos o los noticieros de los cines norteamericanos.

La foto de los soldados germanos, echando abajo la barrera fronteriza el mismo día que invadían Polonia, es un clamoroso ejemplo.

Otras, como la dramática imagen de civiles judíos saliendo del gueto de Varsovia enviada a Heinrich Himmler en mayo de 1943 con la leyenda «sacados a la fuerza de sus madrigueras», tenían el mismo propósito. Esa foto, histórica, la tomó el miembro de la PK Jürgen Stroop.

En contraste con eso, el Ministerio de Información británico parecía incapaz de producir nada, lo que en opinión de sus detractores se debía a que solo 43 de sus 999 empleados eran periodistas.

La mayoría apenas poseía una leve idea sobre el peliagudo arte de informar.

Jóvenes polacos rindiéndose a las tropas alemanas.

Los oficiales de su Majestad, encargados de acompañar a los reporteros autorizados a seguir a las tropas desplazadas al Continente, podían ser guerreros leales y valientes, pero se comportaban como reliquias del esfumado Imperio victoriano.

Se conducían con exquisita cortesía pero odiaban a los periodistas. En justa contraprestación, los reporteros sostenían que sus escoltas militares estaban «la mitad del tiempo borrachos o medio borrachos todo el tiempo».

Debido a que los clásicos de la ‘tribu’ nunca le han hecho ascos a la botella, en lugar de intercambiar información compartían licor.

No fueron ni siquiera capaces de contar a los lectores ingleses, franceses o nortamericanos, como debían haber hecho, actos heróicos, como la desesperada carga de la caballería polaca contra los nazis en la Batalla de Buzra.

La mítica y heróica caballería polaca.

Durante este período, los corresponsales de guerra destacados en el frente occidental trataron de justificar su inoperancia argumentando que eran sistemáticamente descarriados por sus acompañantes, pero alguien que permite que lo despisten durante ocho meses debe asumir parte de la responsabilidad.

En su desesperación por la falta de verdaderas noticias, el Guardian británico llegó a publicar un articulo en el que, tras reconocer que los comunicados oficiales no auxiliaban al enemigo, se apostillaba sardónicamente:

«No ayudan a los alemanes, pero ¿tienen alguna utilidad para nosotros?»

No era una pregunta retorica ni ha sido la única vez en que profesionales del periodismo, de otras nacionalidades y en otras latitudes, han planteado interrogantes similares.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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