CRIMEN Y CASTIGO

Matthew Shepard: el bestial asesinato de un chico gay que cambió EEUU

Matthew Shepard: el bestial asesinato de un chico gay que cambió EEUU
Matthew Shepard. EP

Hace dos décadas, la muerte de un estudiante gay que fue torturado y atado a una cerca en una pradera de Wyoming conmovió a Estados Unidos. Ahora que las cenizas de Matthew Sheparddescansan en la Catedral Nacional de Washington D.C., quienes lo conocieron reflexionan sobre su legado.

Como realata Jude Sheerin en BBC Mundo, este 27 de octubre de 2018, Judy y Dennis Shepard reconocieron a su hijo por los aparatos que llevaba en los dientes.

Estaba sobre la cama de un hospital, con «vendas y puntos de sutura por toda la cara», dice Judy, «y vendas alrededor de su cabeza, donde el último golpe había aplastado su tallo cerebral».

«Los dedos de sus manos y de sus pies ya estaban contraídos en una posición comatosa. Y los tubo que tenía por todas partes le permitían a su cuerpo seguir con vida».

«Uno de sus ojos estaba parcialmente abierto de modo que podías ver sus ojos azules. Y podías ver sus aparatos, así que claro que era Matt».

«Su cara estaba hinchada, realmente era irreconocible hasta que te acercabas más».

Dos noches antes, el 6 de octubre de 1998, Matthew Shepard había entrado solo en un bar de la ciudad de Laramie.

El estudiante de primer año de la Universidad de Wyoming era abiertamente gay. Acababa de reunirse con un grupo de amigos para planear la semana de conciencia sobre el colectivo de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB) que se celebraría en el campus.

Pero no los pudo convencer de acompañarlo a tomarse una cerveza después.

En el local Fireside Lounge, el joven de 21 años acabó conversando con dos obreros que instalaban techos, Russell Henderson y Aaron McKinney, de la misma edad que él.

Ambos vieron a Matthew, de 1,58 metros y complexión delgada, como una presa fácil.

El alguacil del condado de Albany, Dave O’Malley, quien lideró la investigación del caso, afirma:

«En su propia declaración, McKinney dijo que él y Russell fueron al baño del bar Fireside y planearon actuar como si fueran gays para ganarse la confianza de Matthew.

«Así que el terma de su orientación sexual estuvo ahí desde el comienzo del contacto».

Los asesinos le dirían luego a la policía que planearon atraer a Matthew hasta la camioneta de McKinney para poder robarle.

Una vez en el vehículo, McKinney sacó un arma, le pegó a Shepard y le quitó su billetera, en la que había US$20.

Se alejaron en carro hasta un kilómetro del pueblo a través de un camino de tierra que terminaba en una rocosa pradera con maleza y pasto.

Henderson usó la cuerda de un tendedero para atar a Matthew a una cerca hecha con troncos.

McKinney empezó a golpear a su rehén ferozmente con la culata del arma.

O’Malley afirma que el estudiante fue «golpeado en la cabeza y la cara entre 19 y 21 veces con la parte trasera de un revólver Smith and Wesson muy grande».

«La única vez que he visto esas lesiones tan dramáticas fue en accidentes de tráfico de alta velocidad, donde el cráneo tiene fracturas por una compresión extremadamente violenta».

McKinney y Henderson robaron los zapatos de charol de su víctima y lo dejaron agonizando.

Permanecería 18 horas atado a esos troncos y expuesto al frío.

La noche siguiente, un adolescente que se había caído de su bicicleta de montaña se fijó en lo que pensó era un espantapájaros caído o un disfraz de Halloween.

Hasta que se dio cuenta de que era una persona.

La policía Reggie Fluty acudió a la escena.

De pie en el mismo lugar, la antigua agente recuerda ahora:

«Matt estaba con la espalda apoyada y sus brazos detrás de él. Daba respiros largos y espaciados».

«Pensé que era mucho más joven porque era tan bajito.»

Fluty -de 57 años y ya fuera de servicio- intentó abrir la boca de Matthew para que pudiera respirar mejor. Pero estaba firmemente cerrada.

Recuerda que intentó revivirlo diciéndole:

«Pequeño, aquí estoy. Vas a estar bien, aguanta, no te rindas. Vamos, tú puedes».

Hoy, la cerca ha desaparecido. La antigua escena del crimen es un campo barrido por el viento, con algunos cactus esparcidos y huellas de antílopes entrecruzadas.

No hay nada que indique que este sea el lugar donde ocurrió la agresión letal que cambió a Estados Unidos.

Matthew no solo tenía el bulbo raquídeo aplastado, sino también fracturas de los golpes del .357 Magnum de McKinney.

Sus padres viajaron a toda prisa hasta el hospital del Estado de Colorado desde Arabia Saudita, donde Dennis Shepard trabajaba como inspector de plataformas petrolíferas.

Su hijo nunca recuperó la consciencia. Murió cinco días después del ataque.

La forma en la que fue asesinado, que el diario estadounidense New York Times comparó con la costumbre occidental de clavar un coyote muerto a una cerca para advertir a los intrusos, indignó al país.

Dos días después del fallecimiento de Matthew, políticos y celebridades se reunieron en las escaleras del Capitolio de Estados Unidos para participar en una vigilia multitudinaria.

El presidente, Bill Clinton, acusó a los atacantes de estar «llenos de odio o llenos de miedo o ambos».

En todo el país, se encendieron velas en vigilias similares.

Matthew Shepard murió a la vez que se cerraba una etapa cultural de inocencia -para algunos, de dichosa ignorancia- para los millennials de Estados Unidos.

Internet comenzaba a expandirse en los hogares del país. Dos meses atrás. el presidente había admitido una aventura amorosa con una becaria de la Casa Blanca. El autoproclamado «Anticristo Superstar», Marilyn Manson, lideraba las listas de los temas más escuchados. Faltaban siete meses para que ocurriera la masacre en la escuela Columbine.

En esa época, pocos podían imaginar -menos aún los padres de Matthew- que la gente todavía hablaría de él hoy en día.

Una colección de sus pertenencias -donada por su familia- acaba de ponerse en exhibición en el Museo Nacional de Historia Estadounidense del Instituto Smithsonian, en Washington D.C.

Sus trabajos escolares, guiones de teatro, fotos y sandalias se encuentran entre los objetos expuestos.

Sus restos fueron enterrados este viernes en la Catedral Nacional de Washington, el hogar espiritual del país.

Shepard permanecerá en la cripta del edificio neogótico junto a los restos del expresidente Woodrow Wilson, la académica pionera ciega y sorda Helen Keller, y el oficial de la marina del siglo XIX George Dewey.

Se trata de un honor que no se ha concedido ni al mártir gay Harvey Milk, el político de San Francisco asesinado en 1977.

En las oficinas de la fundación por los derechos del colectivo LGTB del centro de la ciudad de Denver, Judy Shepard, de 66 años, intenta contener las lágrimas.

Ya había predicho que la ceremonia del viernes sería más emotiva para ella que el funeral porque después de la muerte de su hijo se sintió muy «insensible».

Entonces, el funeral se celebró entre copos de nieve en el pueblo de la familia, en Casper, en Wyoming. Fue el 16 de octubre de 1998 y tuvieron que padecer una manifestación organizada por un predicador de Kansas contrario a los homosexuales.

El reverendo Fred Phelps de la Iglesia Bautista de Westboro y sus fieles, entre ellos sus hijos, sostenían pancartas con insultos homofóbicos y le gritaban a los asistentes que el estudiante estaba ardiendo en el infierno.

Dennis Shepard, de 69 años, recuerda que las autoridades le hicieron ponerse un chaleco antibalas antes de salir de la iglesia episcopal, que había sido rastreada por perros antiexplosivos.

Equipos SWAT (siglas en inglés de armas y tácticas especiales) se ubicaron al frente y detrás del edificio y francotiradores subieron a los techos.

Hasta ahora, la pareja había conservado en casa la urna con las cenizas de su hijo, en parte, porque les preocupaba que su tumba fuera profanada.

Judy dice:

«Es un gran alivio para nosotros saber que estará a salvo y protegido por siempre».

Recuerda que, de pequeño, Matt siempre le preguntó:

«¿Crees que alguna vez seré famoso?»

«Supongo que sí llegó a serlo».

La pareja recuerda cómo no le dieron importancia cuando, de adolescente, Matthew les confesó que era gay, ya que ellos lo habían adivinado por su cuenta.

En el momento de su muerte, afirma Judy, el joven estaba intentando salir adelante después de haber sido agredido sexualmente durante un viaje de estudios a Marruecos. Allí, fue violado por un grupo de gente de la zona.

Su madre dice:

«Nosotros sentíamos que él por fin estaba volviendo a ser él mismo. Y… luego pasó esto».

Shepard estaba estudiando ciencias políticas y soñaba con trabajar como diplomático para el Departamento de Estado.

Su familia tiene sentimientos encontrados respecto a que sea venerado, ya que creen que él estaría incómodo con ser considerado una especie de «ícono perfecto».

Judy señala que su hijo no fue encontrado en la cerca en una pose de crucifixión, como se publicó erróneamente en su momento.

Wyoming -que tiene casi tantos antílopes americanos como personas (alrededor de medio millón de residentes)- es un núcleo rural y conservador.

El asesinato de Shepard avivó la percepción de que los estados «vaqueros» y del centro del país eran una zona peligrosa para los gays.

Pero en su oficina de la ciudad de Cheyenne, el abogado de McKinney, Dion Custis asegura de que se trató de un robo que salió mal, aunque reconoce que la orientación sexual fue un factor.

«Ellos [McKinney y Henderson] básicamente eran una especie de par de niños perdidos, que consumían metanfetamina a diario, al menos semanalmente durante un largo periodo de tiempo».

«La gente que usa metanfetamina, los consumidores crónicos, pierden la habilidad de racionalizar y [tienen] todo tipo de problemas mentales»

Sin embargo, la propia retórica antigay de McKinney lo condena ante la opinión de otros.

En una confesión ante la policía, dijo que empezó a atacar a Shepard porque el estudiante había puesto su mano sobre su pierna durante el trayecto en el carro.

McKinney afirmó que le respondió:

«¿Adivina qué? No somos gays y te vamos a joder».

Aunque en otra declaración a la policía, dijo que Shepard simplemente se veía como si fuera a meterle mano a McKinney.

Ya en la cárcel después de ser arrestado, McKinney supuestamente escribió a la esposa de otro preso:

«Siendo un homofóbico muy borracho, me puse como loco y empecé a darle con la culata al maricón con mi arma lista en mano».

En la corte, los abogados de McKinney arguyeron que Matthew había desatado la furia de su cliente al tocarle la pierna.

Pero el juez desechó este argumento de «pánico a los gays».

Tal estrategia legal -en la que los defensores de criminales en casos de agresión violenta alegan que fueron provocados por avances no bienvenidos de personas de su mismo sexo- todavía es admisible en todos los Estados del país a excepción de tres, según el Instituto Williams de la Escuela de Derecho de la Universidad de California en Los Ángeles.

O’Malley rechaza cualquier intento de restarle importancia al elemento antigay en el asesinato.

«Nunca descartamos que la motivación inicial fuera el robo. Pero esa dejó de ser la causa muy al comienzo del contacto».

«En mi opinión, fue un crimen de odio».

Ambos asesinos están cumpliendo cadena perpetua por secuestro y asesinato.

Ninguno accedió a dar una entrevista, según el Departamento Correccional de Wyoming.

El proceso judicial también es recordado por una contraprotesta.

Cuando la Iglesia Bautista de Westboro regresó para la declaración de culpabilidad de Henderson, en abril de 1999, los amigos de Shepard estaban preparados para evitar que se robaran el foco una vez más.

«Tuvimos esta idea de poner unas alas gigantes que bloquearan los letreros», afirma Jim Osborn, quien presidía la asociación LGBT de la Universidad de Wyoming al momento de la muerte de Matthew.

Con atuendos hechos con sábanas blancas, cinta adhesiva y tubos de PVC, se pararon delante de Phelps y sus fieles, poniendo la otra mejilla a su intolerancia.

Osborn recuerda al religioso y a sus seguidores diciendo:

«Son una desgracia. Podemos percibir el olor a azufre en ustedes».

Otro participante de la contraprotesta, Nichol Bondurant, dice que literalmente podía sentir el aliento de Phelps detrás de su cuello.

Este episodio se recreó en la película del canal HBO de 2002 El Proyecto Laramie.

Apodada la «acción ángel», se repitió hace dos años en Orlando, en Florida, cuando la misma iglesia intentó perturbar los funerales de las víctimas homosexuales del tiroteo masivo en la discoteca Pulse.

La muerte de Matthew inspiraría más tarde obras de teatro, un musical y poesía. Elton John compuso la canción American Triangle, en la que la compara con la muerte de un ciervo cazado por dos coyotes.

La familia del estudiante fundó la Fundación Matthew Shepard, que ayudó a que se extendiera la ley federal de crímenes de odio para que incluyera la orientación sexual, el género o la discapacidad.

Judy y Dennis estaban en la Casa Blanca con el entonces presidente Barack Obama en 2009 para presenciar la firma del Ley de Prevención de Crímenes de Odio Matthew Shepard y James Byrd Jr.

James Byrd Jr, fue un afroamericano asesinado en Texas en junio de 1998 por tres supremacistas blancos que lo ataron a una camioneta y lo arrastraron.

Los Shepards han viajado por Estados Unidos y decenas de países en defensa de los derechos del colectivo LGTB.

Su causa ha dado un salto drástico en el país en las últimas dos décadas. Cuando su hijo murió, el matrimonio entre personas del mismo sexo estaba prohibido en todos los Estados de esa nación.

Ahora, forma parte de la legislación nacional.

Pero los activistas consideran que su batalla por la igualdad no ha acabado.

Wyoming está entre los cinco estados que carecen de una ley que penalice los crímenes de odio.

En otros 15 estados, estas leyes no cubren de manera expresa a quienes se convirtieron en víctimas por su orientación sexual, según el grupo de presión Human Rights Campaign (Campaña de Derechos Humanos).

El grupo también denuncia que los estadounidenses LGTB pueden ser despedidos por su orientación sexual en 29 estados.

Judy cree que los derechos de esta comunidad «dieron un giro» bajo el gobierno del presidente Donald Trump.

«Todos están en ese círculo de familiaridad con actitudes religiosas de la extrema derecha, en particular respecto a la comunidad gay, a cualquiera que no sea un cristiano blanco heterosexual».

Wyoming es famoso por ser el hogar de los ladrones de trenes Butch Cassidy y Sundance Kid.

Con su aire de western romántico y un culto por lo que está fuera de ley, es un lugar donde la línea que divide a héroe y villano puede desdibujarse.

Muchos residentes de Laramie -que se autodenominan Laramigos- creen que su ciudad ha sido manchada injustamente por el caso Shepard.

Algunos piensan que la cobertura de los medios fue clasista: la víctima fue educada en un internado suizo. Los culpables fueron etiquetados como «basura» y «pueblerinos».

Varios pobladores están convencidos de que el asesinato fue en realidad una venta de drogas que salió mal, ya que la corte escuchó que Shepard -al igual que muchos otros estudiantes- había probado sustancias ilícitas.

Sin embargo, el Sheriff O’Malley deja en claro que la evidencia no es compatible con esta teoría.

El bar Old Buckhorn en Laramie tiene un espejo con un agujero de bala y paredes decoradas con cabezas de antílopes, búfalos y gatos monteses.

Uno de los clientes, Justin Brummet -que se describe a sí mismo orgullosamente como «basura blanca de tercera generación»- dice que el progreso en EE.UU. en términos de derechos de los homosexuales desde la muerte de Shepard es encomiable.

No obstante él y su amigo Bryce, un leñador, se muestran escépticos de que el asesinato haya sido un crimen de odio.

«Es lo que tiene Wyoming», dice Brummet, un carpintero de 29 años de edad, mientras fuma un cigarrillo afuera del pub.

«Aquí todo son mitos e historias y cuentos».

«¿Quién sabe realmente lo que pasó, sabes? De un lado piensan que fue un crimen de odio y creo que necesitaban que fuera un crimen de odio».

«Y del otro lado está el tipo de mierda que sucede en este estado todo el tiempo».

Al otro lado de la ciudad hay un mundo diferente: en medio del impresionante campus de US$1.000 millones de la Universidad de Wyoming se encuentra el único monumento público del estado dedicado a Matthew Shepard: un banco.

Se tuvo que persuadir a su familia para que aceptara esa dedicatoria, ya que temían que fuera objeto de vandalismo. No lo ha sido.

Algunos estudiantes LGTB que se agrupan en el banco dicen que generalmente se sienten seguros en Laramie, aunque tienden a estar más alertas cuando se aventuran más allá de los espacios seguros de la universidad.

Jess Fahlsing, de Rock Springs, Wyoming, dice que no se atrevería a caminar por la ciudad con una pareja.

Gem City, como se la conoce, no tiene un bar gay, aunque su segundo Festival anual de orgullo gay, realizado el verano pasado, fue considerado un éxito.

«Hay una idea (en Wyoming) de que puedes vivir tu propio estilo de vida y ser quien seas, siempre y cuando no lo se lo tires en la cara a alguien«, dice Fahlsing, de 22 años, que se identifica como queer.

Al final del último milenio muchos en Wyoming aparentemente pensaban que ver a un gay en esas planicies altas era tan raro como ver a un jackalope, el mítico conejo con cuernos de ese estado.

El asesinato de Shepard, junto con la historia de amor gay del film de vaqueros «Brokeback Mountain» de 2005, ayudó a disipar esa idea errónea.

«Creo que hace 20 años algunas personas en Wyoming honestamente no habían conocido a alguien que fuera gay o lesbiana», dice Cathy Connolly, profesora de estudios de género y mujer de la Universidad de Wyoming.

«Hoy ya no es así. Todos comprenden que hay gays y lesbianas en sus comunidades. Esto, sin embargo, no significa que todos crean que los gays y lesbianas son bienvenidos o deseados en Wyoming».

En 2008, la profesora Connolly fue elegida como la primera miembro abiertamente gay de la legislatura estatal.

Cuenta que el año pasado se enfrentó a una reacción «horrible» de votantes enojados cuando presentó una medida a favor de los derechos de los homosexuales.

La demócrata es una de las pocas mujeres legisladoras de Wyoming. A pesar de que se llama a sí mismo el «estado de la Igualdad», porque en 1869 fue el primero en otorgar a las mujeres el derecho a votar, su legislatura tiene actualmente la representación femenina más baja del país.

Se dice a menudo que el asesinato de Shepard fomentó una toma de conciencia a nivel nacional.

Al menos un estadounidense dejó de lado sus prejuicios de toda una vida por este caso: el Sheriff O’Malley.

«Antes de esta investigación yo era bastante homofóbico», admite el oficial, de bigotes.

«Era malo con la población gay».

«Era el primero en hacer bromas sobre los homosexuales y usaba la palabra marica continuamente».

«Pero cuando me involucré en la investigación y me vi obligado a interactuar con los amigos de Matthew, que en muchos casos eran gays y lesbianas, muy rápidamente comencé a dejar de lado mi ignorancia».

Si un cambio así se convierte en el legado de Matthew Shepard, ahora que finalmente podrá descansar en paz, el «estado de la Igualdad» estará realmente a la altura de su nombre.

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