Historias insólitas

Orgías, cocaína y champagne: el hotel de Miami que inspiró la película «Scarface»

El Mutiny Hotel abrió sus puertas a la vera de las décadas que marcarían la expansión del narcotráfico en Florida.

Orgías, cocaína y champagne: el hotel de Miami que inspiró la película "Scarface"
Scarface es una película estadounidense de 1983, dirigida por Brian De Palma.​ Protagonizada por Al Pacino. EP

Hace poco la unidad 507 se vendió en USD 307.500: consta de un dormitorio y un baño, por un total de 63 metros cuadrados. El Mutiny Hotel, en Coconut Grove, al sur de Miami, funciona como un condominio para residentes o para inversores que rentan apartamentos por corto plazo. (El alcalde podemita de Zaragoza recomienda a los jóvenes una guía sobre sado, orgías y promiscuidad)

Pero en las décadas de 1970 y de 1980, cuando el negocio de la cocaína llevó dinero y delito en cantidades colosales a la Florida, el Mutiny era la Meca del jet-set, los traficantes, las celebridades de Hollywood, los agentes encubiertos, los músicos, los políticos, los deportistas. (Orgías, drogas experimentales y una isla secreta: los detalles de las brutales fiestas sexuales de Cartagena)

«Si las paredes pudieran hablar, las nuestras contarían una historia épica», recuerda el sitio del edificio ubicado en 2951 S. Bayshore Drive. Ya no tiene el aspecto de aquellos años en que las prostitutas escondían las armas de sus clientes cuando la policía golpeaba a la puerta. Pero conserva, como memoria del night club que funcionaba en sus bajos -y que inspiró el Club Babylon de Scarface-, el nombre y un restaurante llamado Table 14 en honor a la mesa que cada noche ocupaban los narcos.

Para entrar allí era necesario pagar una membresía de USD 75, que consistía en una pequeña tarjeta metálica -sobre la que se hicieron todos los chistes posibles acerca de su practicidad para picar cocaína- con el isotipo de un pirata que guiña el ojo. O ser Al Pacino o Brian de Palma, quienes asistieron con el guionista de la película, Oliver Stone, con la perfecta excusa de documentarse.

Fundado en 1969, el Studio 54 de Miami, como lo apodaban, funcionó hasta 1984, cuando la violencia del tráfico y la guerra contra las drogas robó el atractivo a Miami. La revista Time se llegó a preguntar si el paraíso se había, definitivamente, perdido. En 1999, al reabrir sus puertas, la ciudad era otra y el Mutiny Hotel -remodelado luego en 2010- un inmueble respetable con servicios premier.

Como en una competencia alocada con la hermosa vista a la bahía de Biscayne, cada una de las 130 habitaciones del Mutiny legendario tenía una decoración temática. Sueños náuticos, Fantasías moriscas, Burdel, Sahara, Valentine, Caravana egipcia, Caramelo caliente, La cuarta dimensión y Shibui, por ejemplo, eran los nombres de algunos de los ambientes que creó la diseñadora Carolyn Robbins, autora de los interiores de numerosos restaurants y night clubs del Miami de los ’70s.

Hasta que en 1981 el cadáver destrozado de Margarita apareció envuelto en una sábana del hotel, las Chicas Mutiny eran envidiadas por su belleza, su acceso al dinero y sus uñas perfectas, aunque las de sus dedos meñiques siempre sucias de cocaína. Las contrataba Burton Goldberg, propietario y creador del proyecto, a quien se consideraba el Hugh Hefner de Miami.

En aquella época exenta de conectividad total, cada mesa tenía una extensión: «Chasqueabas los dedos y te traían el teléfono, lo enchufabas y te decían cuál era el número», citó Sean Rowe, autor de la primera nota que desenterró la historia del Mutiny en 1997, a un contrabandista que solía asistir. El número podía ser de las chicas a cargo de la atención al cliente; de un conocido, o desconocido al que se quería conocer, en una mesa cercana; o de la artista que tocaba el arpa desnuda.

Una camarera podía ganar 500 dólares por tres días de trabajo en una semana, ya que a veces llevar un paquete de cigarrillos a una mesa comportaba una propina de lo que quedase de un billete de USD 100 luego de pagar la cajetilla.

El Mutiny, sintetizó Rowe, «era el nervio central del negocio explosivo de la cocaína en la ciudad, una de las salidas favoritas de los espías trotamundos y un abrevadero terriblemente popular para los nouveaux riches de América Latina». Le dijo Goldberg mientras el hotel estaba cerrado: «Tenemos dictadores, policía secreta, traficantes de drogas, banqueros, empresarios de import-export, traficantes de armas y celebridades».

En Hotel Scarface, libro de Roben Farzad que reconstruyó la historia completa del sitio, un policía encubierto que hacía escuchas desde una camioneta estacionada frente al edificio señaló algo muy similar: «Todos los caminos llevaban al Mutiny», dijo Wayne Black. «Los de la droga, las celebridades, los políticos corruptos, los informantes, los policías (buenos y malos): todos estaban ahí». Por eso el subtítulo de la obra sintetiza que allí «los Cocaine Cowboys iban de fiesta y conspiraban para controlar Miami» .

A finales del gobierno de Jimmy Carter y a comienzos del de Ronald Reagan la inflación y el desempleo deprimían a los Estados Unidos, pero en la ciudad de Miami nada de eso se veía: la economía de las drogas era tan importante que, según la Universidad Internacional de la Florida, al menos un tercio del producto bruto local provenía de los narcóticos. A mediados de los ’80s el tráfico de estupefacientes generó USD 100.000 millones en todo el sur de la Florida, tanto por ventas locales como por peaje, según la DEA.

El negocio era de los colombianos, pero ellos no vivían en los Estados Unidos. Y justo cuando buscaban representantes locales, 125.000 cubanos desembarcaron, en la ola migratoria del Mariel, literalmente sin un centavo y con permiso de residencia garantizado por la Guerra Fría.

Para algunos de ellos, jóvenes que habían crecido en la austeridad, la ganancia de la cocaína, que se embarcaba a USD 5 el kilo en los puertos de Colombia, fue un fulgor cegador. Había también criminales entre los que se habían ido de Cuba. A alguno de los dos grupos pertenecía el personaje de Scarface, que interpretó Pacino.

Pero la película no se pudo filmar en Miami. El Mutiny —el Babylon— es una reconstrucción en Los Angeles. Los cubanos, sobre todo los emigrados anteriores, de la década de 1960, se quejaron. El funcionario Demetri Pérez Jr. propuso que se prohibiera la filmación a menos que Stone convirtiera al personaje en un enviado de Fidel Castro que quería avergonzar a la comunidad cubana. Luego de la famosa escena de la sierra eléctrica en el edificio de 728 Ocean Drive, en South Beach, De Palma trasladó la filmación a Hollywood harto del escándalo.

Al Mutiny, que llegó a tener 11.000 miembros en su mejor momento, 1979, no llegaban los ecos de esos disturbios. Entre los Cocaine Cowboys que asistían tranquilos estaban Francisco Condom-Gil, los hermanos Raúl y Rafael Villaverde y Ricardo Monkey Morales, quien había sido agente de la seguridad del Estado en la isla y que entregó a su amigo y socio Carlos Quesada, lo que le costó una bala mortal en 1982. Mientras en la ciudad sonaban las armas y se apilaban los cadáveres, el Mutiny «era un paraíso en medio del infierno», según le dijo Farzad a BBC Mundo.

Led Zeppelin, Fleetwood Mac, Barbra Streisand, Liza Minnelli, Julio Iglesias, El Puma Rodríguez y Arnold Schwarzenegger visitaban el lugar; The Eagles pasaban tanto tiempo allí que cuando «Hotel California» salió, en 1976, bromearon que debía llamarse «Hotel Miami» o «Mutiny Hotel», según contó Farzad en la página de Facebook dedicada a Hotel Scarface. Había políticos como Ted Kennedy, los hermanos Bush y Hamilton Jordan, el jefe de gabinete de Carter.

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