Se evaporó hace 20 años

El misterio del ‘Monstruo de los Andes’, el mayor asesino en serie de América

El colombiano Pedro Alonso López, que violó y mató a 300 niñas, desapareció en 1998 y la Interpol no da con él

El misterio del 'Monstruo de los Andes', el mayor asesino en serie de América
El colombiano Pedro Alonso López, el 'Monstruo de los Andes'. EP

El colombiano Pedro Alonso López, que violó y mató a 300 niñas, desapareció en 1998 y la Interpol no da con él

Pedro Alonso López fue liberado en 1998. Interpol lo busca desde 2002 por el asesinato de 350 personas.

El ‘monstruo’, un tipo de cara redonda, ojos achinados, con una sonrisa inmutable que parece dibujada debajo del grueso bigote, todo bajo una renegrida mata de pelo, sigue tercamente callado frente al comisario de Ambato, Ecuador.

Se lo interroga acerca de un delito cometido a la luz del día y ante testigos: el intento de rapto de Marie, 12 años, arrebatada de la mano de su madre, Carvina Porveda, al salir de un supermercado.

Capturado por esos testigos, que le cortaron el rápido escape, llevado a la comisaría, mudo durante una hora de interrogatorio, y con gestos propios de un loco, el comisario cortó por lo sano:

-Llamen al padre Gudino. Tal vez él consiga que suelte la lengua.

Una hora después, el reo estuvo cara a cara con el cura, Córdoba Gudino, y la presión de la sotana y la cruz dio resultado: Pedro habló toda la noche…

Al amanecer, el cura salió del cuarto, demudado:

-No puedo soportar un minuto más. Me ha confesado actos tan repulsivos, tan violentos, tan bestiales, que me negué a seguir oyendo…

La declaración fue difundida a la prensa eludiendo los detalles más escabrosos.

La síntesis: Pedro Alonso López era un asesino de niñas, y ese mismo año, 1980, lo sentenciaron a 16 años de prisión: en esa época y en Ecuador, la pena máxima.

Según narró el cura ante el comisario:

«primero violaba a las niñas, y luego las estrangulaba mirándolas fijamente a los ojos porque en ese instante la excitación sexual y el placer llegaban su máximo punto».

Retrocedamos hasta el 8 de octubre de 1948 y hasta Espinal, Tolima, Colombia.

Ese día y en ese lugar nace Pedro, séptimo hijo de un total de trece paridos por la prostituta Benilda López de Castañeda.

No conoció a Megdardo Reyes, su padre: lo mataron en una riña de taberna seis meses antes…

Benilda no tardó en mudarse con su prole a Santa Isabel, también comarca de Tolima.

Pésima decisión. Ese año de 1948 pasó a la historia como «La Violencia»: una guerra civil no declarada pero feroz que dejó atrás doscientos mil cadáveres.

Miseria, hambre, trece hijos en un solo cuarto separado del otro por una cortina, y los inequívocos jadeos y gritos del sexo en los encuentros de Benilda con sus clientes.

Benilda, que en 1957 descubre a Pedro, de 9 años, tratando de violar a su hermana menor -esa sórdida vida había hecho escuela-, y lo echa de la miserable casa.

Vagabundo, indigente y perdido en las calles de Bogotá, es violado más de una vez.

Inevitable: lleva, como el estigma de su vida, un universo de sexo con sólo dos leyes: violar y ser violado.

Así llega a sus 12 años, y lo adopta -piadosa- una familia norteamericana. Asiste a la escuela, un mundo desconocido. El débil tronco del arco parece enderezarse…

Pero el virus no ha muerto: violado por un profesor, vuelve a las calles. Al arroyo del que rara vez se sale.

Lentamente, el puzzle de su carrera y de su prontuario se aclara. A sus 21 años (1969), lo atrapan robando autos en un suburbio de Bogotá. Siete años de prisión.

Una noche, tres reclusos lo atacan, lo inmovilizan, lo violan hasta el hartazgo, y Pedro no tarda en vengarse: con una faca, clásica arma carcelaria y artesanal, los degüella.

Le elevan la pena a dos años más…

Pero esa triple violación, más las sufridas en sus años de niño y de joven vagabundo, causa -según los psicólogos que analizaron su historia- un cortocircuito. Una actitud en reversa. Jura que nunca más lo violarían, y que en adelante sería un violador y asesino del que hablaría el mundo: la simiente de la locura.

Liberado en 1978, comprende que su plan criminal exige movilidad, trashumancia, para no ser apresado.

Primera etapa: Perú. No hay en los archivos demasiados detalles, pero sí la certeza de que violó «a decenas de niñas de entre 8 y 12 años», según un trascendido publicado por un par de diarios.

En otra fase de la investigación se comprobó su modus operandi. Recorría tribus indígenas de la región de Ayacucho, sur peruano, ofrecía trabajo y regalos a las niñas aborígenes, las llevaba con ese anzuelo a parajes solitarios, y perpetraba cuatro movimientos aterradores: golpes, violaciones, estrangulamientos, necrofilia…, sin dejar rastros.

Por entonces empezaron a llamarlo «El monstruo de los Andes».

Pero las huellas de sangre y muerte que dejó en Ayacucho fueron el principio del fin.

Una partida de nativos lo siguió a lo largo de kilómetros, lo capturaron, lo desnudaron, le quitaron cuanto llevaba encima… y lo torturaron durante horas, condenándolo a ser enterrado vivo.

Pero el último acto fue impedido por un misionero norteamericano:

-Matarlo es inútil y perverso. Entréguenlo a la policía.

Y así fue…

Pero la policía peruana esquivó el bulto: lo deportó a Ecuador, donde se había detectado una notoria desaparición de mujeres muy jóvenes -casi niñas- que en principio se atribuyó a una red de traficantes de esclavas sexuales: la vieja y terrible «trata».

Pero el providencial desborde de un río (una «riada», según los ecuatorianos) que inundó gran parte de Ambato reveló, al bajar las aguas, los cadáveres de cuatro niñas asesinadas con el mismo método del monstruo.

Deportado y preso en Colombia, largos interrogatorios policiales y psiquiátricos fueron levantando el telón.

Con cierta precisión en algunos casos -no en todos-, sumando lugares y épocas, confesó que había violado y asesinado «a unas trescientas niñas».

Robert Ressler, investigador y experto criminalista del FBI, juzgó que Pedro Alonso López tenía un claro perfil de asesino múltiple. En su informe, escribió: «A menudo, este tipo se criminales padece obsesiones de algún género relacionadas con sus madres.

El hilo común parece ser el elemento sexual: madres con muchos compañeros sexuales e hijos que lo presencian o lo saben. Por supuesto, los hijos de prostitutas son los más probables prototipos si han estado expuestos a esas conductas agresivas y a la desatención de sus madres».

Declarado inimputable, fue recluido en un hospital psiquiátrico.

En 1998, a sus 50 años, ¡se lo juzgó sano, y lo liberaron!

Interpol lo busca desde el 2002 por el asesinato de 350 personas.
Si esa cifra es exacta, el monstruo de los Andes lograría un execrable récord: el mayor homicida serial de la historia moderna.

Pero desde entonces, nada se sabe de su paradero.

Tampoco si está vivo o muerto.

Un grupo de padres de víctimas prometió hacer justicia por mano propia si el monstruo quedaba libre…, y hay sospechas de que cumplieron su palabra. Pero no pruebas…

Benilda, su madre, jura que está vivo, «porque siempre que alguien cercano a mí se ha muerto, su espíritu se me ha revelado, y con Pedro no ocurrió».

En el 2012, en Tunja, capital del departamento de Boyacá, alguien mató de modo parecido a la niña Andrea Marcela Buitrago, y el programa de tevé Crónicas RCN insinuó que el crimen parecía llevar el sello de Pedro Alonso López.

Las últimas noticias referidas a él datan de mediados de noviembre del 2018. Síntesis:

«Se desconoce su paradero».

Vivo o muerto, el misterio permanece.

Y los días, las lluvias, los soles, las hojas del almanaque, siguen cayendo sobre las sepulturas de las niñas que debieron vivir, crecer, estudiar, ser novias, ser madres…, pero se perdieron en las sombras de La Bestia.

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