Brutales asesinatos

La extraña escena del crimen: Una mujer y dos hombres desnudos, y muchas piezas sin encajar

La extraña escena del crimen: Una mujer y dos hombres desnudos, y muchas piezas sin encajar
Marcus Lillard es acusado de la muerte de la profesora Marianne Shockley

«No sé cómo explicarle esto a personas que no se dedican a lo nuestro», dijo el sheriff, «pero cuando llegamos a la escena del crimen sencillamente había algo allí que no estaba bien».«Era un caso diferente, extraño», añadió. ( Sheriff de Alabama se hizo millonario con el dinero destinado para comidas de inmigrantes detenidos)

Aún no había amanecido el pasado domingo cuando Bill Massee, sheriff del condado de Baldwin (Georgia-EEUU), llegó con otros agentes hasta aquella cabaña rodeada de bosques cerca de Milledgeville, un pueblo entre pinares en un área rural del estado de Georgia. (Absuelto Ginés Jimenez, el ‘sheriff’ de Coslada, tras declararse nulas las pruebas contra él)

Junto a la piscina había tres personas completamente desnudas: una mujer y dos hombres que parecían estar intentando revivirla con maniobras cardio-respiratorias (CPR, en inglés).

Pero la mujer, identificada como Marianne Shockley, de 43 años y profesora de entomología (la ciencia que estudia los insectos) en la Universidad de Georgia, estaba muerta.

A partir de ahí, la situación tampoco mejoró.

Minutos después, uno de los hombres, Clark Heindel, psicólogo retirado de 69 años y propietario de la vivienda, se suicidó cuando iba a ser interrogado por la policía, que no considera sin embargo que eso conlleve una admisión de culpa.

Los investigadores sospechan en su lugar del otro hombre, Marcus Lillard, de 41 años, que era pareja de la profesora muerta. Lillard ha negado tener nada que ver con su fallecimiento, pero ha sido acusado de asesinato, según informa el diario The Washington Post.

Heindel había llamado a la una de la madrugada al teléfono de emergencias 911 para reportar que la mujer se había ahogado. Sin embargo, el sheriff se dio cuenta desde el principio que no había sido un incidente fortuito, o al menos no tan sencillo.

La mujer estaba sangrando abundantemente de una herida en la cabeza, y el personal médico que la atendió tuvo la sensación de que llevaba muerta más tiempo del que les habían dicho en un principio.

Además, los investigadores percibieron algo raro en la manera en que se comportaban los dos hombres, que eran amigos desde hacía años.

Lillard explicó que había salido al bosque a recoger madera para el fuego, y cuando regresó encontró a su novia desmayada en la bañera de agua caliente. Asegura que la intentó sacar de allí, pero se le resbaló y así fue como se dañó la cabeza.

Heindel corroboró la historia, asegurando que había estado nadando en la piscina y acudió cuando su amigo le dijo que la mujer estaba inconsciente. Supuestamente respiraba débilmente, así que intentó reanimarla durante 45 minutos antes de llamar a la policía.

Para los investigadores, la historia de la madera carecía de sentido porque el sábado había llovido abundantemente y no habría ramas secas capaces de arder. Además, junto a la piscina había ya una buena pila de leña.

Así que decidieron separar a los dos hombres e interrogarlos individualmente. Colocaron a Lillard en un auto policial y dejaron a Heindel aguardando en el porche. Cuando un oficial volvió al lugar donde debía estar, había desaparecido.

El agente llamó a la puerta principal y dijo su nombre. Entonces se escuchó un disparo dentro de la casa: se había pegado un tiro en la cabeza.

«Lo consideramos un incidente terrible», dijo el sheriff, «lo sentimos mucho por la familia». «Quizá estaba avergonzado por lo que había ocurrido en la casa», añadió el agente, que no cree que el hombre estuviera implicado en la muerte de la mujer.

El lunes se supo, por la autopsia preliminar, que la mujer había fallecido estrangulada, no ahogada. Los investigadores acusaron al único superviviente de aquella noche, Lillard, que acababa de dejar su trabajo como vendedor de autos usados.

No se sabe aún por qué los tres estaban desnudos.

«Déjenme decirles», añadió el sheriff, «es uno de los casos más extraños en los que he trabajado».

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