Un abrumador déficit de vergüenza
(Nueva Orleáns bajo las aguas)

El huracán “Katrina”, con vientos de 280 km/h y un valor de 5 (máximo nivel de destrucción en la escala de Saffir-Simpson) ha arrasado los estados de Luisiana y Misisipí en la costa este de los EE.UU. El tifón inundó la ciudad de Nueva Orleáns provocando una tragedia de dimensiones apocalípticas. Una aproximación a su magnitud puede ser que el Departamento de Sanidad de Luisiana haya dispuesto 25.000 bolsas para recoger los cadáveres y que la Oficina del Presupuesto del Congreso estime que las pérdidas materiales podrían ascender al 1% del PIB de EEUU y la pérdida de 400.000 puestos de trabajo.

Las imágenes de Nueva Orleáns tras la hecatombe recuerdan las de un colosal campo de batalla -de una extensión similar a la mitad de España- donde todos sus defensores hubieran sido aniquilados. Desolación. Muerte y devastación. Imágenes de una ciudad fantasma. Un pavoroso silencio envuelve a la zona cero de la tragedia solo roto por el duelo de los familiares de las víctimas y los gritos llamando a los desaparecidos. Un espantoso cataclismo que mueve a la solidaridad, a la generosidad y a la conmiseración de cualquier persona decente, sea cual fuere su ideología política.

Sin embargo nuestros progres de cuota -rezumando odio- aprovechan la tragedia del “Katrina” para maldecir de Bush y del partido republicano. No es de extrañar, va en su condición. Son los mismos expertos en rentabilizar catástrofes -naturales o terroristas-, que en vísperas de la jornada electoral del 14-M acaudillaron el asalto a las sedes del PP. Los mismos que enronquecieron gritándole asesino a Aznar, culpándole de la matanza del 11-M. Los mismos patriotas del celuloide del “hay motivo”. Los mismos esforzados paladines del “no a la guerra”. La de Iraq, naturalmente. Los mismos que tras brindar con champán por la victoria, y al grito de “los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta”, asaltaron el poder trepando sobre una montaña de cadáveres. Los mismos que tras adueñarse de los resortes del Estado, pretenden pasar página del 11-M pisoteando a la Justicia, a las víctimas y a sus familiares. Los mismos políticos, y sus testaferros mediáticos, que instalados en la desvergüenza, la mentira y la vesania, han convertido la investigación del mayor atentado terrorista de Europa en un expediente X para los libros de Historia. Los mismos ecologistas de conveniencia del “nunca mais” que callan como muertos cuando arde Huelva o Guadalajara, Galicia, Jaén, Canarias o Cataluña, mientras mancillan con un espeso manto de silencio los cadáveres de once heroicos agentes forestales. Los mismos pacifistas de salón que clasifican maniqueamente las guerras en función de sus turbios intereses y claman por nuestros soldados caídos en Iraq, o en Turquía, pero enmudecen cuando caen en Afganistán.

Son los finos analistas políticos que aprovechan la catástrofe causada por el “Katrina” -aunque no descarten la intervención de Bush y del partido republicano en la génesis del huracán- para diagnosticar una grave enfermedad en la sociedad norteamericana. Los mismos que ante la conmoción y el caos provocados por una catástrofe de tal magnitud fabulan profundos déficits en el sistema político y administrativo norteamericano, y su impotencia para el cuidado de los más desfavorecidos, mientras que en España pontifican sobre las bondades de los nacionalismos centrífugos y reivindican el egoista derecho nacionalista a la singularidad y a la diferencia (social y económica) en detrimento de la igualdad de oportunidades y de la solidaridad entre todos los españoles, cualquiera que sea su lugar de nacimiento.

Los mismos que, en un alarde de maniqueísmo, eluden que los estados más afectados por el huracán -y sus responsables políticos-, son de mayoría demócrata, como Kathleen Blanco, gobernadora de Luisiana. Los mismos que llegan hasta la abyección moral de negar ayuda humanitaria a los damnificados con el esquizofrénico argumento de que los norteamericanos tienen recursos ilimitados y no necesitan de la solidaridad internacional. Los mismos que, definitivamente, descubren sus verdaderas intenciones al concluir, como resumen de la catástrofe, que la Administración republicana es un formidable aparato para la acumulación de riqueza de los poderosos y que la guerra de Iraq -faltaría más- es solo un instrumento -eso dicen- de beneficio para el conglomerado industrial y financiero que de verdad gobierna y se ha apoderado de la Casa Blanca. Son los mismos que con tan indecentes planteamientos revelan un abrumador déficit de vergüenza.

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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