Lobos con piel de cordero
(Zapatero, Carod & Cía)

El Estatuto de Cataluña llegó al registro de Las Cortes escoltado por Maragall, Benach, Carod Rovira y Artur Mas, maceros de lujo en su viaje desde Barcelona hasta el palacio de la Carrera de San Jerónimo en Madrid. La ceremonia litúrgica la ofició Manuel Marín, presidente del Parlamento español, quien recibió el texto estatutario de manos de su homólogo, Ernest Benach, presidente del Parlamento catalán.

Sin embargo, detrás de una acción tan aparentemente rutinaria, se oculta una maniobra de marketing político, mediática y propagandística de primera magnitud. Los firmantes del Estatut buscan así amarrar la victoria ocupando la «pol position», junto a Rodríguez Zapatero, en la parrilla de salida de la carrera secesionista del Estado. Así se explica la categoría de los «maceros» periféricos y el extraordinario despliegue procesional que ha organizado la Generalidad junto a la burguesía empresarial catalana -la «abajofirmante» en los manifiestos de apoyo al Estatuto- para arropar el evento. O la entrevista institucional en La Moncloa, con pacto de silencio incluido, entre los presidentes Zapatero y Maragall. Tanto monta.

El Estatuto de Cataluña (no crean lo que les digo, léanselo) planifica en sus siete Títulos y 227 artículos la asfixia metódica del Estado. Quiebra el ámbito judicial único; subvierte la legalidad constitucional al autoproclamar el principio de «bilateralidad» como eje central de las relaciones entre España y Cataluña y otorgarse, unilateralmente, capacidad legislativa sobre el reparto de competencias (y así poder ampliarlas ilimitadamente) hurtándosela al Estado, a quien relega a funciones de Defensa y poco más. Rompe la cohesión nacional, que consagra la Constitución Española, al establecer una financiación insolidaria que dinamita la Hacienda central y pulveriza su caja única, tanto en la propiedad de los recursos como en su disponibilidad y distribución, aniquilando principios fundamentales de solidaridad territorial e igualdad jurídica entre todos los españoles en cualquier parte del territorio nacional.

No es extraño, por tanto, que los autores del lío -como lo llama Alfonso Guerra-, busquen la cooperación necesaria de Zapatero para perpetrar la liquidación del Estado y la desmembración de España como Nación. Saben muy bien -ellos lo han parido- que el Estatuto es un órdago a la grande para desarmar al Estado y maniatarle, vaciándole de competencias y autoridad, hasta convertirlo en un elemento decorativo al que poder seguir chuleando mientras les sea útil, y con quien cortar amarras definitivamente cuando política y económicamente les convenga.

Todo esto lo sabe muy bien el Tripartito y CiU, autores materiales del engendro. Lo mismo que Rodríguez Zapatero, colaborador necesario, impulsor y copartícipe en el esperpento. Y también el PP y el resto de los partidos políticos del Parlamento. Todos se prestan ahora a protagonizar su papel sobre el escenario del Congreso.

Para empezar la función, y calmar al populacho españolista -no vaya a ser que con sus pitos y abucheos malogren el éxito de la representación de la farsa-, los padres del Estatuto se han cubierto con pieles de cordero y han comenzado a templar gaitas. Así, Benach ha señalado que el Estatut «no quiere romper nada, no es una declaración de independencia; es una puerta al diálogo». Y cínicamente añade: «No va contra nadie; va a favor de los catalanes» y concluye su representación «pidiendo especialmente a Rajoy que le dé una oportunidad al texto para que pueda entrar en la fase de negociación». Ni Rubalcaba lo interpretaría mejor.

A continuación, Josep Lluis Carod Rovira, ínclito espejo de nacional-separatistas y paladín del diálogo con ETA, ha afirmado con la mejor de sus sonrisas -y en español oiga-, que los líderes catalanes vienen a Madrid con la «mano tendida», «a pactar, a negociar». Y hasta se ha atrevido a señalar que el Estatuto de Cataluña «es una mano tendida a los pueblos de España para compartir una casa en los próximos años en igualdad de condiciones, de derechos y de deberes». Compendio de cinismos, Carod Rovira tiene la certeza de que la inmensa mayoría de los españoles, además de olvidadizos, somos una panda de gilís. Claro que se le han visto las orejas -y los colmillos- al advertir que si el Congreso no se limita a realizar «recortes mínimos», «se va a recortar también la convicción de que existe la posibilidad de un modelo de convivencia en el que nosotros quepamos con normalidad». Lo dicho, el príncipe de los lobos.

Cerró la interpretación Artur Mas, líder de CiU, quien con tono convincente, y sin el menor rubor, declaró que el nuevo Estatuto «no pretende cargarse el Estado» y que «no pone en peligro la unidad nacional». Pido «madurez democrática y tranquilidad», añadió, urgiendo al PSOE para que «sea consecuente con las expectativas que levantó».

Quedan las brillantes intervenciones protagonizadas por el PSOE y el PP (Zapatero, Rajoy y Rubalcaba), pero eso será objeto de un próximo relato.

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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