Ahora resulta que no ha habido democracia en España hasta que Sánchez I el Profanador ha desenterrado a Franco. 44 años perdidos y nosotros sin saberlo. Ha sido necesario el advenimiento de nuestro Gran Timonel para mostrarnos el camino: la exhumación del cadáver del Caudillo, huy… perdón, del dictador genocida Franco quería decir, y su expulsión del Valle de los Caídos. Tan fácil como eso. Algo así como el huevo democrático de Colón.
Una vez consumado el crimen, el Profanador no para de agobiarnos con sus cansinas e interminables homilías televisivas y comparecencias públicas, felicitándose con la buena nueva: el dictador Franco ya no está en el Valle de los Caídos. España ha cerrado el «círculo democrático» -insólita estupidez-. Por fin España es una democracia. Sánchez dixit.
Todo un milagro. Porque durante los últimos 44 años los españoles hemos estado en la inopia. No sabíamos que mientras Franco siguiera enterrado en el Valle de los Caídos no podríamos gozar las mieles democráticas. De ahí que hayamos tenido tantos problemas, impensables en una democracia: terrorismo, paro, corrupción, independentismo, kaleborrocas, golpes de Estado, etcétera.
Dolores Delgado, la homófoba feminista que se refirió a su compañero, el ministro del Interior Grande-Marlaska, como «maricón» y «nenaza» durante una comida
Menos mal que el pasado 24 de octubre –muchos ya lo han bautizado como el Día de la Infamia– Dolores Delgado, ministra de Justicia y notaria mayor del Reino, disipó nuestras dudas: «Franco está muerto y enterrado en Mingorrubio», certificó la íntima de Garzón y Villarejo. La homófoba feminista que se refirió a su compañero, el ministro del Interior Grande-Marlaska, como «maricón» y «nenaza» durante una comida con sus antedichos compis. Además, el acta notarial de doña Dolores confirmando que Franco no ha resucitado –como en el fondo se temían el okupa de la Moncloa y sus acólitos– ha resuelto el tremendo dilema que afligía a la familia socialista: «Ni se muere padre ni cenamos». Por fin pueden cenar tranquilos.
Por lo visto, según las palabras y los hechos del impostado doctor Sánchez, tampoco hubo Transición. No se legalizaron el PCE y todos los partidos políticos. Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri Pasionaria, Tierno Galván, Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero, Felipe González, Alfonso Guerra, entre otros muchos enemigos del Régimen, no fueron diputados en las Cortes franquistas, siendo Juan Carlos I Jefe del Estado y Suárez presidente de Gobierno y secretario general del Movimiento. También es absolutamente falso que en 1976 hubiera un Referéndum nacional sobre la Ley para la Reforma Política (aprobada por el 94% de votos a favor y una participación de casi el 80% del censo). Tampoco hubo leyes de Amnistía general (con Franco, en 1969, y sin Franco, en 1977) hasta para los más sangrientos criminales de ETA. Ni Monarquía parlamentaria. Ni Constitución. Ni reconciliación nacional. Ni nada de nada. Pura y dura propaganda franquista.
Cosas de los fascistas que han tenido 44 años secuestrada la democracia en el Valle de los Caídos. Franco ganando batallas después de muerto, como el Cid. Nostálgicos de una España en ‘blanco y negro’, triste y desharrapada, tan distinta de la idílica España actual, en technicolor, plurinacional y multiautonómica, con sus ‘quiméricos’ golpes de Estado independentistas y sus ‘ensoñaciones’ de repúblicas catalanas; sus bonitas guerrillas urbanas, ciudades en llamas, infraestructuras esenciales destruidas o paralizadas, gravísimos disturbios y enfrentamientos civiles, tres millones de parados…; y a la vez tan dialogante, pacífica, risueña y feliz como nos miente a todas horas nuestro amado Gran Hermano. O el marqués de Villa Tinaja, alias el Coletas, marxista de pro, y como tal, hombre tolerante y respetuoso con las ideas ajenas; un ciudadano ejemplar, generoso caudillo de sí mismo. O sea, Pablo Iglesias Turrión.
El siniestro podemita que reverencia a criminales abyectos como Castro, Chávez o Maduro; que azuza a los suyos para conseguir en la calle lo que le niegan las urnas, animándolos a repartir «jarabe democrático» a los opositores, o sea, a que los muelan a palos; el que dice que le gustaría azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar, o que se escandaliza porque los nietos de Franco han tenido la intolerable osadía de llevar a hombros el féretro de su abuelo los escasos metros que mediaban entre la salida de la Basílica y el coche fúnebre. Todo un demócrata.
«Es intolerable que la exhumación del dictador se convierta en un funeral de Estado», decía en su tono habitual, monocorde y susurrado, de serpiente viperina, ante las cámaras de televisión. «Se ha hecho con honores, con familiares sacando a un dictador a hombros mientras todos escuchábamos en directo sus gritos de ‘Viva Franco’. Algo vergonzoso». «¿Qué es eso de que profesionales de las Fuerzas Armadas se cuadren ante el féretro de un dictador asesino?», clamaba el ofidio después de cantar La Internacional con el puño en alto.
De nuevo, los hechos demuestran la estupidez e ignorancia de este analfabeto funcional, sólo comparables a su maldad y su soberbia. Porque si Pablo Iglesias ha podido ver el féretro y la inmensa soledad de la familia Franco (no así la exhumación e inhumación del cadáver, eso de ninguna manera interesaba ‘retransmitirlo’), ha sido por la repugnante, depravada y criminal decisión del amo de la Moncloa de desenterrar un muerto 44 años después de su fallecimiento. Y lo que es peor, enterrarlo contra los deseos de su familia dónde, cómo y cuándo él ha decidido; y retransmitirlo en directo urbi et orbe por televisión, montando un circo mediático inconmensurable como paradójica muestra ‘democrática’ de poder totalitario -y demagógico caladero de votos-, profanando un cadáver y jugando canallescamente con los sentimientos de su familia. Y de millones de españoles de distintas ideologías que repudiamos estos actos.
Por otro lado, también debería saber que, como muestra de cortesía, los tripulantes -militares- del helicóptero que transportó el féretro de Franco saludaron militarmente, como no podía ser de otra forma, a cada una de las personas (dos familiares y dos representantes del Gobierno) al bajar del helicóptero, no al féretro.
Así que ni ‘honores militares’, ni gaitas. Educación (militar). Simplemente.