Porque no quiero que vuesarcedes se olviden de mi señoría, como ya les decía en la chirigota o cuchufleta última, ahora, releyendo un libro que imprimí por mi cuenta en una imprenta y no se difundió más que entre mis familiares y amigos, sin contraprestación de ninguna índole por parte de los beneficiarios de esa restringida difusión; por eso se me ha ocurrido darles a conocer a vuesarcedes lo que en el prólogo de tal libro escribió el doctor en Filosofía y Letras, don Pancracio Celdrán Gomáriz, de grata memoria, escribidor él de más de cincuenta libros no livianos, a juzgar por el que tengo ahora en mis manos, que es de más de mil páginas -en concreto 1.004-. Don Pancracio era una persona muy conocida y apreciada, que colaboró durante muchos años con Pepa Fernández en el programa semanal de R.N. “No es un día cualquiera”. Pues bien, a este señor, que murió en 2.018, a sus 76 años, tres o cuatro antes de su óbito le conoció mi señoría en la Feria del Libro y a partir de entonces nos reuníamos anualmente un día, comíamos juntos y hablábamos del mundo, de la actualidad y de… libros, claro. Y cuando a mi señoría se le ocurrió reproducir en un libro los primeros artículos que yo había colgado en mi blog de Periodista Digital, él amablemente se prestó a prologármelo, y es de ese prólogo del que quiero ofrecerles a vuesarcedes la primera parte, para que se deleiten y para que no desprecien y olviden a este pobre esclavo que es mi señoría. El prólogo en cuestión comienza así:

“Considera el diccionario oficial que la extensión semántica del término cuchufleta es el de ´dicho o palabra de zumba o chanza´. Cuchufleta, en el sentido que da Rufino a esta voz tan reciamente castellana, es el término referido al dicho irónico y burlesco, también denominado chifla o rechifla en la que el ingenio de la criatura que se especializa en ello hace gala de un ingenio que emana a veces de su buen humor natural, o en el caso contrario de su incontenible pulsión crítica, todo lo cual le lleva a observar de manera realista, aunque ácida, las idas y venidas de sus congéneres, o el traerse y llevarse por la vida de la gente con la que se tropieza. Como género literario pertenece al antiquísimo arte del epigrama, en cuya composición sobresalieron hispano-latinos tan preclaros como el calagurritano Marco Valerio Marcial que en el prefacio de su trascendentalísima  obra se curaba en salud o se ponía al amparo de las críticas y enfados que sus sentencias iban a provocar, diciendo: Absit a iocorum nostrorum simplicicate malignus interpres, que en nuestro castellano es tanto como decir que aquellos que interpretan malintencionadamente sus epigramas se mantengan lejos. Y ello es así porque este género es más un ejercicio literario donde brilla la agudeza y arte de ingenio, que una voluntad clara de ofender o de hacer daño, aunque suela encerrar en sí cierto asomo de burla…, si bien nunca de escarnio. El autor de cuchufletas, caso del periodista murciano Jaime Campmany, no busca hacer sangre, aunque sí destapar o denunciar la sandez de quienes se presentan ante la sociedad con ínfulas doctorales e ideas exageradas acerca de sí mismos. Rufino sobresale entre los periodistas que se han acercado a este subgénero literario, entre los que debe nombrarse, por su actualidad a Fray Josepho, que sustituye la profundidad y dominio del lenguaje de nuestro Rufino Soriano, por la rima. A la estructura paródica propia de esta variedad de crítica social, Rufino Soriano añade la mirada amable de quien está dispuesto a la disculpa: en lugar de zaherir, advierte, aconseja al tiempo que muestra la punta o extremo de la puya”.  

 Y…, basta, por hoy, que yo siento encogimiento, erubescencia cuando dicen de uno que no hace o, mejor dicho, que no se expresa tan mal. (Sí, comprendo las dudas de algunos de vuesarcedes: eso de la erubescencia no lo habían oído ni leído jamás, hasta ahora). Y es que mi señoría recurre con frecuencia al DRAE cuando tropieza con vocablos cuyo significado desconoce, que es lo que también deben hacer vuesarcedes. ¿O no?

13-09-2022.