Por tierras de Navarra

Estella / Lizarra (parte I)

Estella / Lizarra (parte I)
Claustro de San Pedro de la Rúa Manuel Ríos

Poco después de dejar Villatuerta, el entorno me advierte de que estoy accediendo a una ciudad. A mano izquierda, una enhiesta y larga chimenea clásica de ladrillo caravista en acción en medio de una industria, y más negocios; y, desde un poco más adelante, diviso al fondo una cruz metálica en lo alto del monte. Me muevo por la cuenca del Ega, en torno a la que nació y creció Estella, llamada antiguamente Lizarra, Estrella en lengua vasca, y hoy cooficiales ambos nombres.

Del castillo en torno al que surge Estella apenas se conservan los cimientos, en contraposición a la vitalidad de su conjunto monumental, signo evidente de la importancia que aquí tuvieron las peregrinaciones. De hecho, esta ciudad es calificada por Caro Baroja como «la capital del románico navarro», y otros autores le llaman «Toledo del norte», distinciones ambas justamente merecidas.

Estella es creación de Sancho de Aragón, pero los monjes del no lejano monasterio de San Juan de la Peña deseaban que el nuevo asentamiento se ubicase en sus tierras, peor situadas, y el monarca, para soslayar la disputa, debió cederles el diezmo de lo que él recaudase.

El Calixtino dice de Estella que está «llena de felicidad» y que ofrece al peregrino «… buen pan, excelente vino, mucha carne y pescado…». ¿Puede alguien pedir más? En una palabra, alcanzo una población generosa y solidaria. Y esa generosidad y esa solidaridad se manifestaron en la existencia de varios hospitales para peregrinos (1) y de un hospital para leprosos (2).

Estella se encuentra extraordinariamente bien señalizada para el visitante, con lo que en unos instantes me hallo en su cogollo. Me dirijo a un aparcamiento municipal gratuito situado en pleno centro, frente al precioso edificio de la vieja estación de tren, y consigo aparcar el vehículo. ¡Un aparcamiento municipal gratuito en pleno centro! Una vez más, los milagros existen. Y casi milagrosamente también, sin proponérmelo, callejeando, tras cruzar el río Ega, voy a parar a una pequeña plaza recogida, coqueta, cargada de historia, la plaza de San Martín, la que recibía a los viejos peregrinos, corazón y motor de la ciudad en aquellos tiempos idos. Frente a ella, el palacio real, armónico en su diseño, de los pocos monumentos románicos civiles y el único de estas características en Navarra. Lindando con él, la oficina de turismo. Me atiende con exquisitez una joven habituada a recitar a toda prisa una cantinela ya memorizada, practica redondeles en un plano esquemático y, cuando me lo permite, le pregunto:

-¿Dónde está situado el capitel de Roldán y Ferragut?


Capitel de Roldán y Ferragut, en el palacio real / Manuel Rios

Carlomagno, aunque solo sea en la leyenda, está ligado profunda y profusamente al Camino, y es por lo que traigo aquí esta curiosidad. Carlomagno se dirigiría a liberar Compostela del infiel y, en su marcha, trataría de vencer a todo musulmán con que se encontrase. Parece que los árabes de Estella no las tuvieran todas consigo y, en un gesto de inteligencia, pactarían con el emperador sustituir la tradicional lucha de los dos ejércitos por el enfrentamiento entre dos de sus guerreros, Ferragut por parte infiel y quien designase Carlomagno por parte franca.

Ferragut sería un gigante descendiente de Goliat y lucharía con los pares de Francia uno a uno, y los vencería; el último en luchar sería Roldán, el favorito de Carlomagno, con el que el combate, después de un día y parte de la noche, rendidos ambos, acabó en tablas, y hasta se harían amigos, y Ferragut, en un gesto de ingenuidad, confesaría a Roldán su secreto: su talón de Aquiles se halla en su ombligo. Y parece que Roldán no perdería ripio y, al día siguiente, provocaría el enfado del gigante y volverían a luchar, con éxito total para Roldán tras clavarle la lanza en su único punto vulnerable. Y el capitel recoge la leyenda. ¿Y la nobleza del paladín? ¿Importa que el gato sea blanco o negro o que cace ratones? ¿Posee moraleja la historia? El capitel, por supuesto, se halla en el palacio real, el primero tras la oficina de información turística.


Iglesia de San Pedro de la Rúa. / Manuel Rios

Frente al palacio real, la iglesia de San Pedro de la Rúa. ¿Qué llama antes la atención, el rosario de escalones a escalar o la altura de su torre amenazante? Me encuentro ante lo que se me antoja una iglesia fortaleza. Gateo los escalones y disfruto de una extraordinaria portada abocinada. En su arquivolta interior, capiteles decorados con grifos (animales fabulosos), el de la izquierda mostrando dos curiosos pájaros dotados de barba, cuatro patas y cola de león; y en el de la derecha, un centauro que prepara arco y flecha, y frente a él, la presa, una notable sirena bífida, la primera que veo con dos colas. Interrumpo la toma fotográfica mientras un grupo de visitantes, integrado fundamentalmente por señoras mayores, abandona el templo a la vez que aparece el párroco, un hombre joven y cordial.


Capitel decorado con grifos en la iglesia de San Pedro de la Rúa. / Manuel Rios

En la fase de preparación del viaje buceé buscando el sentido de las representaciones que muestran un porcentaje elevadísimo de capiteles y llegué a dos conclusiones: por un lado, que poseerían carácter moralizante, pretenderían intimidar al ser humano, invitarle a superar la tentación; y, por otro, que los estudiosos no coinciden respecto del significado de la misma figura, hasta el extremo de que para unos tendría un sentido y para otros, el contrario. Con todas las cautelas, escribo en modo potencial que el centauro representaría la lujuria, la brutalidad de las pasiones, mientras que la sirena encarnaría la seducción, el placer carnal; y su situación a la puerta del templo invitaría al cristiano a despojarse del pecado, a entrar incólume a la casa de Dios.

Accedo a la iglesia, cuidada, de tres naves, dotada de un arco triunfal (el que separa el presbiterio del crucero o de la nave) grandioso y apuntado. Al entrar, me doy de bruces con una imagen de Santiago… poco seria, casi caricaturesca. Busco infructuosamente en el ábside la representación de una virgen negra, Nuestra Señora de la O, e interrumpo al párroco solicitándole información. Atento y con gesto de sorpresa, me acompaña a un altar situado frente a la puerta por donde entré: allí se encuentra mi Virgen, pero tan blanquita como yo. ¡Ay, el despiste que consume a alguna de mis fuentes documentales! Salgo en dirección al claustro y observo un moderno ascensor que evita gatear los escalones a quien lo necesite.

El claustro conserva dos de las cuatro galerías originarias, resulta recogido, acogedor, y también se encuentra delicadamente cuidado. Lo recorro plácidamente, me fijo en los capiteles, historiados, minuciosos, perfectamente conservados, y en un fuste integrado por cuatro subcolumnas inclinadas, que me recuerda a uno en esta línea existente en el claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos.


Columna de fuste torcido. / Manuel Rios

Aquí, en algún lugar de este claustro, reposa el obispo de Patras, protagonista involuntario de una curiosa historia. En alguno de los hospitales de Estella falleció, casi de muerte súbita, un ilustre peregrino que viajaba de incógnito, el príncipe citado, que portaba una reliquia con destino a Compostela, un omóplato de san Andrés, con el que fue enterrado en este claustro. La aparición de unas extrañas luces hizo que fuese exhumado y se descubrió el tesoro, para el que se confeccionó el correspondiente relicario; desde entonces, san Andrés es el patrono de la villa. Y es que, un peregrino que falleciese en el Camino era considerado tácitamente un santo y su óbito daba lugar a la puesta en marcha de un protocolo riguroso que establecía qué hacer con sus posesiones: si el romero hubiese formulado testamento, era respetado escrupulosamente; si falleciese ab intestato y peregrinase con paisanos, estos llevarían a sus herederos sus posesiones, a excepción del mejor traje, que se lo quedaba el hospedero; y si no existiese testamento ni compañeros, con sus posesiones se hacían tres partes que iban a parar, una a la iglesia que lo enterraba, otra al rey y la tercera al hospedero, un proceso que resulta complejo, completo y admirable cuando se observa con los ojos del siglo XXI. ¿Se siguió el protocolo con el obispo?


Capitel historiado. Claustro de San Pedro de la Rúa. / Manuel Rios

Ante dificultades serias -¡y qué mayor dificultad que la muerte!-, consideran algunos estudiosos que, para prevenir el cansancio, la desazón, la desesperanza y la tentación de abandonar, el Camino se halla jalonado de estímulos que animarían al romero a continuar viviendo tan gran sacrificio, como las reliquias conservadas aquí y allá. La pasión que la sociedad medieval observa por las reliquias resulta enfermiza vista con los ojos de hoy. Desconozco la existencia de ensayo al respecto, pero, si alguien bucease seriamente en este submundo podría señalar la existencia de varias cabezas del mismo santo, de un número imposible de muelas de otro, de docenas de clavos de la pasión de Cristo, de… La relación resultaría casi interminable, lo que hace pensar que quienes manejaban este comercio no mostraron especial apego por garantizar la autenticidad de las piezas. Entonces, ¿cómo explicarlo? Los investigadores mantienen que las supersticiones paganas tenían fuerte implantación en el pueblo llano -limitados como somos, los seres humanos necesitamos asirnos a un clavo ardiendo si es preciso-, y la Iglesia, en su afán por desterrarlas, las sustituiría por las suyas, las reliquias; y así, mártires y santos alimentarían el fervor y la fe en los prodigios y pasarían a ocupar el lugar de los héroes en el imaginario popular.

Notas

(1) En el contexto del Camino, el hospital para peregrinos es un establecimiento que los acoge por tiempo limitado, ofreciéndoles cobijo, alimento y otros servicios, todo ello de modo gratuito.

(2) En la Edad Media y aún después, la lepra causaba pavor por sus efectos devastadores. En los caminos del Camino existieron muchos hospitales que atendían a los peregrinos afectados por esta enfermedad, situados siempre en los alrededores de villas y ciudades.

Imágenes editadas por Asier Ríos.
© de texto e imágenes Manuel Ríos.

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