Por tierras de Lugo

Camino de Santiago: Sarria / Portomarín

Guia del peregrino y consejos útiles

Camino de Santiago: Sarria / Portomarín
Marcas de cantero. Manuel Ríos

Sarria

Desde Samos, Sarria se encuentra a tiro de honda, y posee sus curiosidades. Casi la cuarta parte de los peregrinos del Camino Francés en 2009 se incorporaron a la peregrinación aquí; y es que tienen derecho a la Compostela quienes recorran los últimos cien kilómetros del Camino a pie, y Sarria se halla a 115 de Compostela. Tierra de castaños, estiman sus castañeras que su correcto asado equivale al tiempo necesario para rezar tres rosarios. Igualmente, para muchos vecinos y foráneos, es la villa de nacimiento de Gregorio Fernández, admirado, afamado y curioso artista barroco que, según leo, esculpía en madera los encargos religiosos y en yeso los demás.

Pero Sarria, sobre todo, es amigable en el sentido profundo y amplio del término. Al comienzo de la vasta avenida que la vertebra, pregunto a un abuelo por cómo ir a Portomarín, y se desvive por aclarármelo:

-Al final de esta recta tan larga, donde el semáforo, gire a la izquierda; luego, un poco más adelante, a la derecha; siga y encontrará una rotonda como esta y salga por el último des­vío. Yo, cuando seminarista, tuve la satisfacción de visitar Portomarín y le aseguro que merece la pena; deténgase allí, no le pesará.

Sigo las indicaciones de mi anónimo guía y me siento encauzado. Un poco antes del río Loio, un guardia civil de la pareja en servicio me echa el alto y me invita a detenerme. «¿Por qué?», me pregunto para mí. No soy consciente de haber superado el límite de velocidad… Los ojos del agente, sin duda que por deformación profesional, se le escapan a la pegatina de la ITV, al día. Me saluda cortés y me anuncia:

-Control de alcoholemia. ¿Ha bebido alcohol?

-Hace días que no lo pruebo.

Me mira incrédulo. Rompo el precinto de la boquilla, la inserto en el medidor y soplo.

-Cero-cero. Puede continuar -y me devuelve la boquilla, que guardo bajo el reposabrazos.

Atravieso el río Loio. A un lado y a otro de la carretera, varios restaurantes y muchos automóviles estacionados. Y unos cientos de metros más adelante, otra pareja de la Guardia Civil de Tráfico, y uno de los guardias que se adelanta y me invita a detenerme. Me saluda y me anuncia:

-Control de alcoholemia.

-Acaban de practicármelo sus compañeros del otro lado del río -Echo mano de la boquilla, se la muestro y añado-: pero no me importa repetirlo.

Me mira desconcertado y ordena:

-Continúe.

Poco después, atravieso el embalse de Belesar sobre el Miño y ya me encuentro a los pies de Portomarín.

Portomarín

En Portomarín, el Miño borró los límites de la villa; las anguilas y las truchas culebrean libremente por las calles, por los porches, por los balcones o por lo que quede de todos ellos en el viejo Portomarín, hoy en el fondo del embalse de Belesar, y el Portomarín actual es de construcción reciente y sustituye al de toda la vida. Dejando a un lado los pros y los contras de la operación, en los que no debo entrar, me satisface reseñar que de la vieja villa a la actual fue trasladada piedra a piedra la iglesia de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, hoy iglesia de San Nicolás, templo de una nave y ábside circular, una fortaleza almenada, sencilla y austera, levantada a partir de bloques graníticos, erigida para durar toda la eternidad. Me detengo en ella, me regodeo en ella.


Iglesia de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, hoy iglesia de San Nicolás. / Manuel Rios

En la fachada, un rosetón ilumina dulcemente el interior del templo. Observo a los ancianos del Apocalipsis, dispuestos en forma radial tañendo sus instrumentos, composición que me recuerda a cómo aparecen dispuestos en el Pórtico de la Gloria compostelano. La perfección en su ejecución recuerda a los especialistas la mano del maestro Mateo, al que algunos atribuyen su realización. Observo los canecillos, las marcas de cantero -una auténtica mina de ellas-: unas ya fotografiadas en otros monumentos del Camino; otras, nuevas para mí. Y bloques que muestran todavía el número que le adjudicaron los técnicos en el proceso de traslado del templo, una obra auténticamente titánica y meritoria.


Marcas de cantero. / Manuel Rios


Marcas de cantero. / Manuel Rios


Marcas de cantero. / Manuel Rios


Marcas de cantero. / Manuel Rios


Marcas de cantero. / Manuel Rios

En el interior, atraen mi atención las cruces, que yo identifico como templarias, en cada columna, como en la iglesia del Crucifijo, en Puente la Reina; también, la pila bautismal, románica, ciclópea, de aquellas en que el bautismo se realizaba por inmersión, tal vez anterior a la fundación de la iglesia, según me matiza Sonia, la joven que atiende el templo y que lo sabe todo de esta joya.

Paseo y pateo la villa. Las viviendas son clónicas, tienen soportales y, en contra de algún parecer, configuran una población agradable estéticamente. El reloj mecánico del ayuntamiento está en hora y, a sus pies, Santiago señala hacia Compostela. Según bajo las escaleras en dirección al embalse, vienen a mi memoria las luchas de doña Urraca con su marido, que aquí tuvieron también sus consecuencias. Y es que, el viejo puente, hoy anegado, fue derribado por doña Urraca en la disputa y luego reconstruido también por ella; en el ínterin, de años, las barcas cruzaron a los peregrinos.


Capitel en la iglesia. / Manuel Rios


Santiago señalando Compostela. / Manuel Rios

Imágenes editadas por Asier Ríos.
© de texto e imágenes Manuel Ríos.
Twitter @boiro10
depuentelareinaacompostela [arroba] gmail.com

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