… porque Artur Mas ha renunciado a representar a todos los catalanes y se ha convertido en el abanderado de un frente independentistas, del ellos contra todos los demás, de los singularizado contra lo plural, del bloque homogéneo del “sí, sí” contra el variopinto colectivo del “¿por qué y el para qué?”…
Este artículo parte de un supuesto, imagino que el final de todo este lío soberanista acabe como están reclamando algunos partidos políticos y algún medio de comunicación como La Vanguardia, que todo derive en una “negociación” entre el “Estado” y la Generalitat, que todo se dirima en un diálogo entre “Cataluña y España”, que todo acabe con una ciudadanía catalana secuestrada políticamente por el nacionalismo y que el Gobierno lo acepte como interlocutor válido y único de la sociedad catalana.
Eso sería volver a caer en el error primigenio de nuestra democracia, en conformarnos con una visión unívoca de la realidad catalana, en una legitimización del discurso nacionalista como voz y discurso único catalán. Ya hay quién reclama el momento de la “política”, que he llegado el momento del “diálogo”, que exigen una “España” seductora, entre estos últimos se haya Joan Herrera de ICV, o un Pere Navarro un pelín menos despistado de lo habitual, pero también las editoriales soberanistamente edulcoradas de La Vanguardia.
Un parágrafo de la editorial del día 13 de diciembre de este diario versaba así: “…La Cataluña moderada, socialmente mayoritaria, aprecia la democracia participativa, desea el pacto, rechaza la intransigencia y no apoyaría aventurismos…Tiempo para la política.”, como vemos se están poniendo las bases con las que reafirmar la legitimidad del nacionalismo como representante único de Cataluña, parte de premisas falsas o simplemente inventadas (¿a qué tipo de aprecio se refiere con lo de la “democracia participativa”?, ¿significa acaso que quién no estamos a favor de saltarnos la ley “participativamente” no somos moderados y por tanto debemos quedar fuera de este hipotético diálogo?).
El problema radica en que estamos ante una representatividad virtual, mediática, porque Artur Mas ha renunciado a representar a todos los catalanes y se ha convertido en el abanderado de un frente independentistas, del ellos contra todos los demás, de los singularizado contra lo plural, del bloque homogéneo del “sí, sí” contra el variopinto colectivo del “¿por qué y para qué?”.
Pero, volviendo a esa ficticia negociación, ¿qué habría que negociar?, ¿qué puede ceder el Estado ante las exigencias independentistas?, ¿cómo puedes negociar a quién simplemente te niega (Rorty ya se planteaba qué se habría podido dialogar con un incipiente régimen nacional-socialista)?, ¿acaso el mismo diálogo bilateral ya sería la conquista del principal argumento nacionalista: la soberanía se basa en el territorio catalán? y lo más importante ¿la democracia y los derechos cívicos e individuales son negociables?.
Nos enfrentamos a los incómodos límites de la democracia, a lo que sobrepasa los principios democráticos, a la instrumentalización de la democracia, esto es así porque lo único que podría ponerse en la mesa “negociadora” sería precisamente eso: los derechos de los ciudadanos de Cataluña, el derecho a elegir su propia identidad, a que las instituciones no se inmiscuyan en su sagrada esfera privada, a no tener una cobertura jurídica constitucional que nos defienda ante la uniformización lingüística, a quedar expuestos ante la manipulación de los poderes públicos, ante la conformación ideológica de la sociedad.
De hecho nos enfrentaríamos ante una situación negocial de conflicto puro en la que quién siempre saldría perdiendo seríamos los ciudadanos catalanes, cualquier zona de posible acuerdo (ZOPA) pasaría aceptar los postulados más totalitarios del nacionalismo, aquellos que entienden a la ciudadanía como un objeto a tutelar, pero no solo lo sufriríamos los que no somos nacionalistas, perderíamos todos los catalanes, perdería la democracia…y ante esto no hay nada que negociar, solo podemos y debemos defender la (auténtica) libertad.