Diario de un NO nacionalista

Cataluña: la (incómoda) lengua española

¿Cómo es posible que un gobierno democrático esté llevando a cabo este tipo de políticas en las que no se discrimina al idioma sino a los hablantes, a los ciudadanos?

Cataluña: la (incómoda) lengua española
Letras, palabras, lengua e idioma. RT

“….en al menos el 87% de las escuelas catalanas se dan clases en español únicamente en la asignatura de Lengua Castellana, y en algunos casos como el de La Farigola tienen a bien hacer Educación Física en castellano…menos mal que no ha decidido usar el español en clase de mímica… ¿no suena esto a inculcar la diglosia desde la más tierna infancia?…”

Es muy habitual que cuando se cuestiona en tertulias –más o menos formales- la política lingüística de la Generalitat, siempre sale a colación la “normalidad” con la que coexisten en la “calle” las dos lenguas oficiales y propias de los catalanes, argumento repetido hasta la saciedad, incluso por periodistas que no están en la órbita nacionalista como, por ejemplo, Jordi Évole.

Ahora bien, y antes de comenzar con mi reflexión, quisiera recordar que para cualquier democracia que se precie, para cualquier sistema democrático no reducido a la mera formalidad, la diversidad cultural es un valor en sí mismo, y por tanto debe saber gestionarlo como tal e, incluso, promoverlo entre sus habitantes, es decir la diversidad en ningún caso debería ser considerada un obstáculo para el buen funcionamiento de las estructuras administrativas y/o económicas del Estado.

Lo sorprendente de mi comunidad autónoma, Cataluña, es que –solo de vez en cuando- en el centro de la polémica política emerge esta estrategia de discriminación lingüística practicada por la Generalitat, discriminación institucional y en el ámbito educativo, y, aun en más raras ocasiones, el debate se adentra en la auténtica esencia del problema: la paulatina imposición de una situación de diglosia en la sociedad catalana.

“…centran el debate en el supuesto peligro, “estado de emergencia” y más que probable desaparición de la lengua catalana, pero obvian el debate de los derechos y libertades de las ciudadanos…”

Naturalmente esta última afirmación choca con esa consideración generalizada que comentaba más arriba respecto a la “buena convivencia” de “las lenguas”, pero, una vez más, y gracias al Velo de la deformación nacionalista, se confunde el razonamiento, porque, efectivamente –y afortunadamente- (aun) no hay conflicto en las calles, pero la cuestión es que el problema es de imposición institucional y, en buena medida, de ingeniería social.

Los argumentos aducidos por los defensores del nacionalismo, a raíz de las últimas sentencias respecto al español en las escuelas catalanas,  suelen tener un espíritu romántico, solo se refieren a la “lengua”, nunca a los hablantes, centran el debate en el supuesto peligro, “estado de emergencia” y más que probable desaparición de la lengua catalana, pero obvian el debate de los derechos y libertades de las ciudadanos.

Afortunadamente cuando alguien cuestiona el statu quo creado tras más de treinta años de “construcción nacional” (con la anuencia de partidos supuestamente no nacionalistas como el PSC), las huestes de periodistas, organizaciones y académicos orgánicos se lanzan en tropel a la difusión de multitud de argumentos, estudios y publirreportajes con los que anular o aminorar los “efectos” políticos de dichas sentencias y las más que probables externalidades negativas al Proceso.

“…es remarcable que solo un 13% de las escuelas catalanas (según La Vanguardia) tengan como lengua vehicular la lengua materna de más de la mitad de los catalanes…”

La obsesión por el control informativo y por mantener el monopolio discursivo, hace que se publiquen reportajes con los que edulcorar la realidad en los que “se cuelan” pistas inequívocas de la situación de discriminación institucional de la lengua española y los derechos de sus hablantes, en concreto me referiré al artículo publicado por La Vanguardia el pasado sábado día 9 de febrero titulado “¿Dónde está el castellano?”.

El subtítulo del artículo versa así “Un 13% de las escuelas utiliza esta lengua como vehicular, y en ESO muchos profesores imparten sus clases en ella”, es remarcable que solo un 13% de las escuelas catalanas (según La Vanguardia) tengan como lengua vehicular la lengua materna de más de la mitad de los catalanes, de la misma manera es destacable que sean “muchos” (un dato muy riguroso, más performativo que objetivo) los profesores que usan “esa lengua”.

Para ilustrar la situación del castellano en las aulas la periodista de La Vanguardia, Maite Gutiérrez, toma como ejemplo la escuela La Farigola de Seva en la que tiene como idioma predominante el catalán.

Debido a que el entorno sociolingüístico de la escuela es fundamentalmente catalanoparlante este centro decidió “potenciar” la lengua española, es decir, a parte de la asignatura de Lengua Castellana…también se imparte en esta lengua la Educación Física…y según este rotativo es un modelo que siguen “muchos” centros educativos…y finaliza con la opinión de un profesor de historia que concluye “el modelo de inmersión lingüística funciona porque es flexible”.

Como vemos, en al menos el 87% de las escuelas catalanas se dan clases en español únicamente en la asignatura de Lengua Castellana, y en algunos casos como el de La Farigola tienen a bien hacer Educación Física en castellano… menos mal que no ha decidido usar el español en clase de mímica… ¿no suena esto a inculcar la diglosia desde la más tierna infancia?, y si el sistema es tan “flexible”, ¿por qué unos padres que solo querían que sus hijos pudiesen estudiar (también) en su lengua materna han tenido que pasar por un periplo judicial de más de ocho años?

“… ¿por qué no se atreven y permiten que los padres escojan la lengua vehicular en la que prefieren que sus hijos estudien?, ¿a qué tienen miedo?…”

Como dato ilustrativo respecto a esta de imposición de la diglosia entre la ciudadanía, imposición que, paradójicamente, pasa desapercibida o es asumida como “normal” por parte de la población catalana, adjunto un cuadro en el que se detalla cómo muchos ciudadanos han cambiado su lengua materna hasta el punto de considerar como “propia” una que ha sido adquirida (muchas veces gracias a una perversa resocialización), la razón de ello la podemos encontrar no solo en las escuelas y los medios de comunicación, sino también en el econosistema culturalista e identitario tejido por el nacionalismo:

Pero ¿qué sentido tiene esta obcecación política de imponer una lengua de prestigio y arrinconar a la otra a funciones, digamos, de baja estopa?, ¿cómo es posible que un gobierno democrático esté llevando a cabo este tipo de políticas en las que no se discrimina al idioma sino a los hablantes, a los ciudadanos?, ¿por qué no se atreven y permiten que los padres escojan la lengua vehicular en la que prefieren que sus hijos estudien?, ¿a qué tienen miedo?

Tienen miedo a la realidad social, a que lo que ocurre en las calles desborde los muros de contención que la política ha construido alrededor de la diversidad, a que el cinturón sanitario tejido alrededor de todo lo que suene a español tome conciencia de sí mismo y reivindique sus derechos como ciudadanos de primera, en definitiva,  temen lo que consideran como algo impropio, extraño y ajeno a esa Cataluña soñada por el nacionalismo que es la pesadilla de muchos.

Todo esta política de imposición identitaria se sustenta en un falaz relativismo lingüístico y en la creencia en una inconmensurabilidad entre culturas transmutada en una extraña jerarquización intercultural, en la fe de la existencia atemporal de un “genio” de los pueblos, genio que, en verdad, es un retorno a concepciones preilustradas del ser humano, genio que vuelve a transformar al ciudadano en súbdito, súbdito de creencias y esencias, de territorios, lenguas y el narcisismos de pequeñas diferencias.  

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