La marabunta de la basura espacial

(PD).- Hace poco más de un año, el 11 de enero de 2007, los chinos lanzaron un misil balístico de rango medio desde su centro espacial de Xiang Space. Ascendió como lo que era, como un cohete, y a una órbita de baja altitud -865 kilómetros- impactó contra un viejo satélite meteorológico, el Feng Yun 1C, que en una décima de segundo quedó convertido en 2.000 fragmentos de entre 5 y 10 centímetros de lado, 35.000 de alrededor de un centímetro y cerca de un millón de pedacitos de más o menos un milímetro.

Cuenta S. Basco en ABC que esa era la misión encomendada al misil antisatélites. En esa décima de segundo, el volumen de desechos espaciales orbitando en torno a la Tierra aumentó en cerca de un 15 por ciento.

Estados Unidos y Rusia, que dominaban esa tecnología balística desde hacía tres décadas, dejaron de ensayar sus misiles en los años 80 precisamente para no saturar el inmenso basurero espacial en torno al planeta.

Un mes más tarde, el 19 de febrero de 2007, una etapa -del tipo Briz-M- de un cohete ruso Protón lanzado un año antes en una misión fallida, y que había quedado en órbita con todo su combustible, explotó por la elevada temperatura derivada del rozamiento con la atmósfera. Un millar de grandes fragmentos más, de entre 1 y 10 centímetros, dando vueltas en torno a la Tierra.
Ahora, estos días, es de nuevo un viejo satélite el que ha encendido la alarma. Se trata de un artefacto espía lanzado por los Estados Unidos. No se sabe mucho de él, no en vano es un espía.

Sólo que pesa 9.072 kilos y que, fuera de control, está perdiendo altura en su órbita y a finales de este mes la fuerza de la gravedad le hará caer irremisiblemente. O no, porque lo más probable es que explote en mil pedazos en una órbita baja, como hizo el tanque de combustible ruso.

Tres estaciones de seguimiento de la NASA, en colaboración con las Fuerzas Aéreas de EE.UU., siguen su órbita metro a metro. Tienen la tecnología y los medios, como hemos visto, para destruirlo en vuelo, pero estiman que no será necesario, ya que el riesgo de que caiga, y más en una zona habitada, es casi nulo.

Medio siglo de carrera espacial
Y es que después de medio siglo de carrera espacial acumulando desechos sobre nuestras cabezas, sólo ha quedado acreditado un caso de alto riesgo, cuando en 1997, en Oklahoma (EE.UU.), una mujer resultó alcanzada en un hombro por una lámina de 10×13 centímetros. Se comprobó que era parte de la cubierta exterior del tanque de combustible de un cohete Delta II. La mujer no resultó herida de consideración.

La NASA denomina basura espacial (Space Debris) a cualquier objeto artificial, grande o chico, que pulule por el espacio y que ya no esté operativo. Suelen ser restos de satélites o cohetes fuera de uso, material no operativo liberado en operaciones espaciales y fragmentos debidos a explosiones o colisiones de ingenios espaciales.

Las últimas estimaciones de la Agencia Espacial estadounidense cifran, aproximadamente, el número de objetos catalogados en órbita mayores de 10 centímetros en unos 10.500; entre uno y 10 centímetros habría alrededor de 110.000; mientras que los menores de un centímetro serían unos 35 millones.

Al ritmo de 120 lanzamientos de cohetes anuales, la población de fragmentos de riesgo crece cada año en unos 200.

La mayor parte de esta basura espacial se sitúa, obviamente, en las órbitas más transitadas. Es decir, las órbitas LEO (Low Earth Orbit) de baja altitud, hasta 2.000 metros, y las órbitas geoestacionarias GEO (Geostationary Earth Orbit), a 36.000 metros. Los picos de máxima densidad se hallan aproximadamente a 850, 1.000, 1.500, 20.000 y 36.000 kilómetros sobre nuestras cabezas.

Apenas 72 impactos en tierra
Estos enjambres de desechos no representan un riesgo para la Tierra, ya que al perder altura todos, salvo una proporción insignificante de objetos mayores, se desintegran por el roce con la atmósfera.

Sólo se conocen 72 casos de impactos contra la Tierra. Pero sí son peligrosos para las misiones espaciales, por eso las principales agencias del mundo desarrollan programas para acorazar sus naves e ingenios y dotarlos de una gran capacidad de maniobra para esquivar los fragmentos mayores.

Otros programas diseñan la mejor forma de evitar la fragmentación de los cohetes y satélites al final de sus vidas útiles.
Pero es en el seguimiento y vigilancia de los fragmentos donde se hace un mayor esfuerzo. La NASA ha puesto a la tarea a una docena de estaciones de seguimiento, tanto en tierra como en órbita.

Sus instrumentos de vigilancia son de tres tipos: el Haystack X-Band Radar del Laboratorio Lincoln, en Lexington, para órbitas de baja altitud; el LDEF, en órbita, y el Telescopio de Espejo Líquido, de Nuevo México, para alta cota.

La Agencia Espacial Europe (ESA), por su parte, cuenta con menos medios y entre sus estaciones de seguimiento de basura espacial juega un papel esencial la Estación Óptica Terrestre (OGS, Optical Ground Station) del Observatorio del Teide, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Merced a un contrato suscrito con la ESA, la estación desarrolla labores de detección, catalogación y seguimiento de fragmentos de basura espacial desde 2001.

Su director, Miquel Serra, ha manifestado a este diario que la OGS ha identificado alrededor de 2.000 fragmentos de entre 5 y 6 centímetros en los últimos siete años. Su trabajo se centra en el seguimiento de objetos en órbita geoestacionaria, que localiza mediante técnicas de astronomía por medio de su telescopio, a partir del destello de la luz solar reflejada sobre los fragmentos.

El Observatorio del Teide es la única instalación dedicada en España al seguimiento de la basura espacial, por cuenta de la ESA. La NASA carece de acuerdos en nuestro país para estos menesteres.

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