La fórmula fallida de la Educación: el dinero no garantiza los resultados

(Javier Ansorena).-¿Se puede conseguir cualquier cosa con dinero? Al menos, en el ámbito de la educación, parece que no. Durante los últimos años, el presupuesto educativo de la mayoría de los países ha aumentado considerablemente, pero los resultados académicos de sus alumnos se han estancado.
Entonces, ¿dónde está la clave para entrar en la elite de la educación mundial? Un estudio realizado por la consultora McKinsey ha intentado dar con la receta adecuada. Mona Mourshed, coautora del informe Cómo los mejores sistemas educativos llegan a la cima, explica en una entrevista a EXPANSIÓN que «más que el simple nivel de gasto, es importante dónde y cómo se gasta». En primer lugar, «la calidad de un sistema educativo no puede existir sin profesores de calidad», más allá de los presupuestos, la partida de la educación se juega dentro de las clases.
Ley General de la Educación, Logse, LOCE, LOE… En las últimas décadas, las constantes reformas educativas han supuesto un freno en la conquista de la calidad.
¿Se puede conseguir cualquier cosa con dinero? Al menos, en el ámbito de la educación, parece que no. Durante los últimos años, el presupuesto educativo de la mayoría de los países ha aumentado considerablemente, pero los resultados académicos de sus alumnos se han estancado, o incluso han empeorado. Australia ha triplicado su gasto educativo por estudiante desde los años 70. Estados Unidos lo ha duplicado desde los 80. Similares aumentos, acompañados de la reducción del ratio de alumnos por clase o la apuesta por inversión en nuevas tecnologías, se han dado en España, Reino Unido o Alemania. Pero los resultados de los estudiantes, recogidos en los informes PISA, niegan cualquier tipo de avance.

Junto a esta realidad, hay otra que habla de la enorme distancia entre unos sistemas educativos y otros. Siempre son los mismos países los que encabezan el ránking PISA en el desempeño de los alumnos: Canadá, Finlandia, Japón, Singapur y Corea del Sur. En muchos de ellos, su éxito está desligado de la inversión educativa. Por ejemplo, Singapur ocupa el 27º puesto entre los países de la OCDE en este capítulo.

Entonces, ¿dónde está la clave para entrar en la elite de la educación mundial? Un estudio realizado por la consultora McKinsey ha intentado dar con la receta adecuada. Mona Mourshed, coautora del informe Cómo los mejores sistemas educativos llegan a la cima, explica en una entrevista a EXPANSIÓN que «más que el simple nivel de gasto, es importante dónde y cómo se gasta».

Hay un caso que lo explica muy bien: el ratio de alumnos por clase. Disminuir este ratio ha sido uno de los parámetros típicos de búsqueda de calidad en la educación, ya que proporciona, en teoría, una enseñanza más personalizada. Como es lógico, para ello se requiere un mayor número de profesores, es decir, mayor inversión. «Sin embargo, los estudios dicen que, en lo que se refiere a los resultados de los estudiantes, este ratio no tiene ningún impacto. Por ejemplo, en Finlandia el número de alumnos por clase es relativamente alto. A menos que el gasto educativo afecte directamente a las clases, los resultados no mejorarán», advierte Mourshed, para quien es mucho más eficiente destinar el esfuerzo en gasto a mejorar la calidad de los profesores a expensas de un mayor número de alumnos por aula.

ATENCIÓN A LAS CLASES

El estudio de McKinsey constata que, más allá de los presupuestos, la partida de la educación se juega dentro de las clases. Después de analizar los diez mejores sistemas educativos y los siete que más han avanzado en los últimos años, el informe extrae cuatro lecciones fundamentales.

En primer lugar, la importancia de los profesores: «La calidad de un sistema educativo no puede existir sin profesores de calidad», asegura Mourshed. ¿Cómo se consigue? En Finlandia, hay que estar entre el 10% de los mejores alumnos para solicitar la entrada en los estudios universitarios de Magisterio; en Corea del Sur, entre el 5%. Los requisitos para entrar son muy exigentes y las plazas, escasas. Así se garantiza el alto nivel de los futuros profesores y la competitividad por dedicarse a ello. El resultado es un trabajo de alto prestigio, y bien pagado, al mismo nivel que otras profesiones liberales.

La segunda lección es «asegurar que la calidad de la enseñanza mejora cada año. Los resultados educativos no pueden avanzar si no se trabaja en la instrucción de los profesores», explica Mourshed. Esto no significa meter a los docentes en un aula y darles formación, sino hacer «algo similar a las residencias de los médicos: formarles dentro de sus clases, que los profesores compartan su experiencia pedagógica, que unos enseñen a otros». En Singapur, por ejemplo, los profesores reciben al año cien horas de desarrollo profesional, que incluyen clases de management en empresas.

ESTÁNDARES CLAROS

En tercer lugar, debe existir un catálogo claro de los estándares de calidad para los colegios. «Es la única manera de saber dónde y cómo intervenir para apoyar a estudiantes y profesores», apunta Mourshed. Finlandia, por ejemplo, cuenta con un programa de educación especial, definido por esos estándares, en el que participa el 30% del alumnado.

En algunos centros educativos de Estados Unidos, los estudiantes más desfavorecidos reciben tres horas de apoyo por las tardes y la mañana de los sábados, además de clases durante tres semanas en el verano. «Los sistemas educativos más eficientes son también aquellos que prestan más atención a los alumnos con más retraso». Por último, Mourshed advierte de la necesidad de contar con «grandes líderes, es decir, grandes directores» en los colegios. «No importa qué decida un ministerio de educación, el director es quien al final lleva las riendas del colegio. Es muy difícil gestionar un sistema educativo sin directores de primer nivel».

LA INCONSISTENCIA EDUCATIVA EN ESPAÑA

Ley General de la Educación, Logse, LOCE, LOE… En las últimas décadas, las constantes reformas educativas han supuesto un freno en la conquista de la calidad. «Una de las claves para obtener un buen sistema educativo -explica Mona Mourshed-, es la consistencia. Se necesitan entre diez y quince años para cambiar con eficacia el rumbo educativo. Y entre cinco y seis años para observar mejoras en habilidades lingüísticas o numéricas». Todo apunta a que España sigue muy lejos de un consenso político que permitan un sistema educativo estable.

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