Mientras en otros países, como en Francia, se prohíbe la exhibición de la controvertida prenda en las aulas, en España, el vacío legal existente deja a los órganos rectores de los centros una patata caliente
Para unos se trata de una muestra del sometimiento forzoso de la mujer en una cultura retrógrada. Para otros es una manifestación libre e inocua de la fe de quien lo exhibe.
E incluso hay quien lo describe como un atuendo meramente social y totalmente desvinculado de la religión. Tantas y tan diversas cosas significa el «hiyab», el pedazo de tela por el que la adolescente Najwa Malha, vecina de Pozuelo, siente tanto apego como para renunciar a su escolarización.
Como explica Guillermo Daniel Olmo en ABC, son las mil caras de una prenda en torno a la que en toda Europa se libra una virulenta batalla ideológica. Ahora esa batalla ha llegado a España.
La menor, con su empeño en asistir a su colegio con el «hiyab» pese a que el reglamento del centro prohíbe cubrirse la cabeza, ha revuelto a la comunidad educativa y a la opinión pública en general, reabriendo un debate que en España sigue pendiente de resolución.
Mientras en otros países, como en Francia, se prohíbe la exhibición de la controvertida prenda en las aulas, en España, el vacío legal existente deja a los órganos rectores de los centros una patata caliente, que, además, como ha ocurrido esta vez, suele llevar aparejada una presión mediática que enturbia la convivencia escolar.
El IES Camilo José Cela, donde está matriculada Najwa, ha optado por hacer cumplir las normas y separarla del resto de sus compañeros mientras se empecine en su actitud. Para el entorno de la niña esto constituye un intolerable menoscabo de su derecho a la educación y a la libertad religiosa.
Pero la pregunta que en los medios de comunicación occidentales pocos formulan y que sin embargo permanece abierta dentro del propio seno del Islam es si de verdad el «hiyab» tiene el cariz religioso que le atribuye el entorno de la niña de la polémica.
Para Laure Rodríguez, de la Unión de Mujeres Musulmanas en España, el pañuelo no es más que «una prenda de elección personal de la mujer que no tiene naturaleza religiosa».
Sin embargo, Mohamed Said Alilech, amigo del padre de Najwa e imán en la mezquita de Pozuelo, sostiene que «es una práctica religiosa, una obligación para la mujer derivada de los reglamentos de su religión», pero insiste en que abrazar el Islam es una decisión voluntaria.
Lo que persiste también es la paradoja de que en algunos colegios españoles las estudiantes puedan lucir el «hiyab» y en otros no. Paradoja derivada de la ausencia de leyes en torno a una materia sobre la que a gobiernos de distinto signo les ha resultado demasiado peliagudo legislar.
Ahora el Ejecutivo trabaja en una Ley de Libertad Religiosa cuyo texto espera tener listo antes del verano. Pero hay quien recela y mucho de lo que pueda parir el equipo de RodríguezZapatero. Como Concapa.
Para su presidente, «esa ley es absolutamente innecesaria y sólo va servir para limitar la religión con la excusa de el laicismo, que es la corriente de moda». Desde la Federación Española de Religiosos en la Enseñanza (FERE), Emilio Díaz también se muestra reacio y recupera uno de los argumentos que gran parte del mundo católico esgrimió para oponerse a la reforma de la Ley del Aborto, el de que «no hay ninguna demanda social al respecto».
Así, mientras siga imperando el vacío legal, nada asegura que el caso de Najwa se vaya a resolver, ni que no vayan a surgir otros similares.
Estos días se ha podido comprobar como este tipo de controversias sirven para agitar peligrosos atavismos identitarios y azuzar enfrentamientos entre comunidades.
El miércoles, el colegio de Najwa apareció con la fachada llena de pegatinas de un partido ultraderechista con el mensaje de «stop islamización». Mientras, en programas de radio y televisión comentaristas más y menos ilustrados abordaban en encendidos debates el asunto del velo.
Para desazón de quienes como Laure Rodríguez creen que «el Islam y los colegios tienen problemas mucho más importantes que el «»hiyab»». Y todo por un pedazo de tela.