El jefe de la Policía que llamó «enemigos» a los manifestantes fue puesto en el cargo por Rubalcaba
Con tanta gracia como talento, José Antonio Gundín aplica en ‘La Razón’ el Príncipio de Arquímedes a las manifestaciones sindicales y estudiantiles de estos días y formula el siguiente enunciado:
«Cuando la izquierda se sumerge en la oposición, el empuje que ejerce sobre la calle es igual al peso del poder perdido».
Tiene más razón que un santo: en cuanto el PSOE sale del Gobierno, las calles se calientan y ese magma que bulle a su siniestra se despereza de la siesta para salvarnos del capitalismo.
Sindicalistas, ‘indignados‘, actores cejijuntos, amigos de Garzón, feministas a tiempo completo y pacifistas a tiempo parcial, intelectuales orgánicos, coros y danzas mediáticos, ‘okupas‘, antiglobalizadores, asociaciones y ONG en espera de subvención, nacionalistas radicales y neocomunistas han empezado a calentar por la banda con hambre atrasada.
Como demuestra lo que está pasando en Valencia y para espanto del asustado ministro del Interior de Rajoy, que va de pardillo en esta película, los que quedaron reducidos a la irrelevancia parlamentaria por la mayoría absoluta de Rajoy, quieren ganar en la calle incendiada lo que de forma democrática pierden en el Congreso.
Los datos y las pistas son elocuente. Según informa J. M. Zuloaga en La Razón del total de arrestados desde que se iniciaron los incidentes, 45, tan sólo tres son del referido del parte médico extendido a los 12 agentes que fueron atendidos tras esas manifestaciones, en las que Rubalcaba, Valenciano, el diario ‘Público‘, ‘El País‘, TVE y la Cadena SER hablan de «insufrible violencia policial», se desprende que sufrieron ‘policontusiones y mordeduras humanas‘. —Ninguno de los 25 detenidos el lunes era alumno del instituto de Valencia—
Si no se producen nuevos incidentes, todo habrá sido una tormenta en un vaso de agua amplificada por las redes sociales, la cobertura exagerada de ciertos medios y la teatralización de algunos en su intento por rentabilizar la conflictividad social.
No ha habido heridos de consideración ni graves altercados. Comparar la movilización de Valencia y las escaramuzas de estos días con las revueltas del Magreb o la Primavera de Praga, como han hecho algunos, es un disparate total.
Pero es evidente que tanto el ministro del Interior de Rajoy como la delegada del Gobierno en Valencia han quedado retratados en su bisoñez.
Ambos, más el ministro que la delegada, han caído en la trampa como dos pardillos. En su obsesión por tratar de quedar bien con todo el mundo no han dejado satisfecho a nadie.
Si ambos tienen datos de que algunos agentes se extralimitaron, deberían abrir una investigación para depurar responsabilidades a todos los niveles.
Pero si carecen de esas evidencias, tendrían que respaldarles y defenderles hasta el final.
Paula Sánchez de León puso este 21 de febrero de 2012 a los agentes a los pies de los caballos:
«Quien tiene la responsabilidad de mantener el orden es la Policía», dijo, para añadir que quienes toman la decisión de cargar son «los que están en la calle».
Si las cosas fueran como dice la delegada, sería innecesaria la propia existencia de su cargo.
Y los del ministro Jorge Fernández Díaz es de risa. Primero reconoció contrito que en los incidentes pudo haber «algún exceso y alguna actuación desafortunada por parte de algún policía». Y a las pocas horas se desmintió a si mismo y salió diciendo que no había querido decir lo que había dicho.
En la búsqueda por sacar rédito a la movilización callejera no han faltado los partidos de izquierda. Sus representantes han participado en las protestas, se dan codazos para ponerse al frente de la manifestación y este 21 de febrero explotaban el conflicto en el Parlamento.
El presidente del Congreso, Jesús Posada, tuvo que llamar al orden a varios diputados por exhibir en sus escaños carteles en apoyo a los estudiantes de Valencia.
No anda desencaminada la alcaldesa Rita Barberá al advertir que la izquierda ha quedado ‘muy fraccionada’ tras las últimas elecciones y que existe el riesgo de su radicalización.
Por todo ello, el peligro real de que la crisis y el descontento provoquen en los próximos meses un aumento de la presión social debe actuar como una llamada a la responsabilidad del PSOE, en tanto que primer partido de la oposición.
Pero también debe servir de lección al Gobierno Rajoy, que tiene que saber mantener el rumbo, comunicar con presteza y evitar actuar con el amateurismo que han demostrado el ministro del Interior y su delegada del Gobierno.