En 1888, Jameson ofreció una cría de diez años a una tribu caníbal para poder contemplar cómo se la comían

El ‘hijo de papá’ que compró una niña para que la devoraran los caníbales

Acompañado de Assad Farran, un sirio con conocimientos de suahili que hacía de intérprete, y un oscuro (además de negro) mercader de esclavos llamado Tippu Tip

La historia aparece en el blog ‘República Insólita‘ y pone los pelos de punta.

En esta truculenta historia, que nos detalle emocionado Justin Case se mezclan el colonialismo más despreciable con la bajeza de espíritu propia de los vividores malcriados. Y aparecen de fondo aventureros, mercenarios, traficantes de esclavos y marfil… y figuras como el infame Rey Leopoldo I de Bélgica y el gran explorador africano Stanley (el de “Livingstone, supongo”).

Año de (des)Gracia de 1888. James S Jameson, heredero de la firma irlandesa de whisky, se encuentra en lo que hoy es la República Democrática del Congo al mando de la Rear Column (retaguardia), un desastre de organización estando sus mandos más interesados en acostarse con las nativas que en impartir la más mínima disciplina.

La columna forma parte de una expedición comandada por el explorador inglés Stanley cuya misión es rescatar al gobernador de una región del asedio de los nativos.

Todos son “empleados” del Rey Leopoldo I de Bélgica (uno de los mayores genocidas de la historia), empeñado hasta el delirio en su aventura colonial africana.

Según cuentan las crónicas, Jameson, acompañado de Assad Farran, un sirio con conocimientos de suahili que hacía de intérprete, y un oscuro (además de negro) mercader de esclavos llamado Tippu Tip, se encontraba en Ribakiba, un enclave a la orilla el río Luluaba (el corazón de las tinieblas, que diría Conrad), para aprovisionarse de porteadores.

Es entonces cuando Jameson le comenta al intérprete que le encantaría ver a los caníbales de la zona en acción.

Y se le ocurre la idea de comprar un ser humano y así saciar su curiosidad (y de paso, el hambre de algunos).

Adquiere una niña de diez años por diez pañuelos y envía a Farran –quien a la postre sería el principal testigo de la acusación– a ofrecérsela a los caníbales.

“Esto es un regalo del hombre blanco, que desea verla devorada”

La escena que describe Farran es atroz. La niñita, amarrada a un árbol, pide con los ojos ayuda y clemencia.

Dos tajos rajan su vientre. Muere desangrada con los intestinos colgando mientras los caníbales afilan sus cuchillos contra un árbol. La despiezan, cocinan y comen.

¿Qué hace Jameson mientras tanto? Realiza hasta seis bocetos del luctuoso proceso (que luego convertiría en acuarelas) que enseña a los caníbales para su aprobación.

Jameson moriría poco después de fiebres, pero la denuncia del su traductor prosperaría y el caso tuvo bastante publicidad en la época.

En el se mezclaron los intereses de la viuda, que puso toda la maquinaria a sus disposición para limpiar el nombre de su esposo (acusado de desobediencia, deslealtad, incumplimiento de promesas, deserción, crueldad, cobardía y asesinato) y los del propio Stanley, empeñado en impartir justicia con tal de que no se le compararan con sus infames compañeros de expedición.

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