Crónica negra

El misterioso crimen de Lisvette, la niña dominicana de 16 años, que telefoneó a su asesino

Buscan a su exnovio, que la pegaba y a su actual pareja

El misterioso crimen de Lisvette, la niña dominicana de 16 años, que telefoneó a su asesino
Lisvette EE

3 de la tarde del jueves en el 58 de la calle Panizo, en el barrio madrileño de Tetuán. Hay una ventana abierta, la de la casa situada en el bajo A, desde la que sale el llanto y la rabia.

Desde fuera se escuchan lloros, se ven abrazos y los ánimos que unos se dan a los otros. Desde dentro, los familiares de Lisvette, dominicana, 16 años, llevan toda la mañana tratando de mitigar, inútilmente, el dolor de la pérdida.

En la tarde anterior, la del miércoles, a la joven se la encontraron muerta en casa. Estaba desnuda sobre la cama de su habitación. Sus padres no lo sabían, pero la joven había muerto de un fuerte golpe en la cabeza ante el cual nadie pudo hacer nada por su vida.

Para mantener la mente ocupada, algunos cocinan algo para todos los que han ido a interesarse por la familia. Incluso para los periodistas que están en la puerta de la calle.

Otros, pegan caladas rápidas a sus cigarrillos. Cada uno enfrenta la muerte como puede o como le sale. Los que eran compañeros y amigos de la joven en el instituto hunden la cabeza entre los brazos sentados en el rellano que conduce a la vivienda. Algunos acuden al lugar acompañados de sus padres.

Están consternados. No dicen una palabra en toda la tarde, según recoge Brais Cedeira en ElEspañol.

El crimen mantiene estos días al barrio en una absoluta conmoción. Tetuán es conocido, de algún modo, como la pequeña República Dominicana debido a la amplia cantidad de vecinos del país caribeño en sus calles. Todos la conocían. «Es una pena enorme. Era una chica buena, tranquila, que no se metía nunca en ningún lío», relata una vecina que conoce a la familia.

Hasta el momento, la autoría del crimen continúa siendo un auténtico misterio para su familia y sus amigos. Bien avanzada la tarde de ayer, los datos de la autoría del crimen continuaban bajo secreto de sumario. Mientras tanto la casa de Lisvette estaba plagada de amigos y conocidos que acudieron a arropar a los familiares.

Algunos esperaban sentados en las escaleras de la entrada. Otros, iban y venían a la casa atendiendo a los recados de la familia. A todos, el gesto de dolor en la cara, les costaba contener las lágrimas.

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