Acción de Gracias

Sobre el agradecimiento y Acción de Gracias

Los cuatro días festivos de noviembre ofrecen un encuentro con los usos y hábitos de la infancia

Sobre el agradecimiento y Acción de Gracias
Acción de Gracias RS

Nos aproximamos a fechas muy señaladas en el país en el que me encuentro. Como emigrante que soy, intento adaptarme a las costumbres, ritmos y tradiciones que son nuevos para mí. Observo la enorme expectación que se va creando a medida que nos acercamos al tercer jueves de noviembre. Por una parte, nos enfrentamos al más ingente desplazamiento de seres humanos que se produce en todo el año. El pavo de Acción de Gracias tiene una capacidad de convocatoria infinitamente mayor que la variedad de menús que se producen en Navidad, al menos, en lo que a las reuniones familiares se refiere. Realmente, es la gran fiesta familiar por excelencia, ya que el período vacacional es mucho más largo en diciembre y, por tanto, las posibilidades de tomarse unas vacaciones en el exterior son más apetecibles.

Los cuatro días festivos de noviembre ofrecen un encuentro con los usos y hábitos de la infancia, así como con los recuerdos y emociones que despiertan en medio de tíos, primos, sobrinos, padres, hermanos y abuelos. Con olores y objetos, manteles y velas, aparecen sentimientos personales que se ven asimismo extrapolados en un tiempo en el que la mirada nacional se posa en las primeras trece colonias fundacionales y en su expansión hacia el Oeste. Es rara la escuela, el escaparate, la tienda, los autobuses o el lugar en donde no haya una referencia hacia la cosecha, el nacimiento del país, el pavo como símbolo de abundancia y estabilidad. Por doquier se nos recuerda que tenemos comida y provisiones para continuar luchando y progresar. Sólo estamos haciendo una parada obligada para recapitular, hacer recuento de nuestras posesiones, valorarlas y agradecerlas antes de seguir con lo que teníamos entre manos.

Tal vez por ello sorprende aún más el denominado «viernes negro» o «Black Friday», que no es más que la tremenda iniciativa comercial, que se da en todos los estados, para comprar y vender a lo loco tras apenas veinticuatro horas de descanso. Creo que es el instante anual en el que se producen auténticas colas de madrugada para acceder a determinados establecimientos cuyos anuncios nos prometen un precio de baratija en los productos más punteros. Afrontamos la mayor cantidad de ventas y afluencia de personas en tiempo récord.

Es la otra cara del sentimentalismo del momento, que culmina en una de las expresiones del capitalismo más flagrante y que, por cierto, también es seña de identidad del país. Lo cortés no quita lo valiente -que dirían los viejos-, y fíjense que, en medio de esa algarabía de gentes, hallamos, con total seguridad, al anciano con el nietecillo de la mano rebuscando entre las play station quien sabe qué.

No sé si llamar a esto «comunión de tendencias», «vórtice inseparable», «la esquina del barrio», «el ángulo agudo», «el centro de la intersección» o «coincidencias felices» que no lo son, porque la remembranza de unos hechos que presentan cierto carácter, hasta cierto punto, espiritual -digámoslo así de algún modo-, se conjugan, en el espacio de un día, con el materialismo más incontestable. Para dejarnos luego completamente abandonados, en una dualidad perversa, a una profunda sensación de agradecimiento que no tiene parangón ni punto de comparación con ninguna otra cosa que yo haya visto antes: es decir, única.

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