Resuelven el misterio de las estatuas gigantes

Moais: la medicina hallada en la Isla de Pascua que cada vez salva más vidas

Arqueólogos del Easter Island Statue Project han excavado varias de las colosales estatuas enterradas en la cantera del volcán Rano Raraku

Un enigma, un misterio y una fuente inagotable de sorpresas.

La isla de Pascua es uno de los lugares más sorprendentes del mundo.

Situada en el remoto sur del océano Pacífico, es famosa por las estatuas moai, gigantescos bustos de misterioso origen, creadas entre los años 700 d. C. hasta el 1.600 d. C. Pero no sólo lo es por estas icónicas imágenes.

Tal y como recoge la BBC, en el año 1964 el microbiólogo Georges Nógrády, uno de los 40 médicos y científicos que habían llegado de Canadá en diciembre de aquel para estudiar la cultura, medio ambiente y enfermedades de ese excepcional lugar, decidió investigar por qué los lugareños no sufrían tétanos, pese a caminar descalzos en una tierra llena de caballos, es decir, las condiciones ideales para la infección.

Nógrády sólo encontró esporas de tétano en una de las 67 muestras que tomó, pero esas muestras llegaron a manos de los científicos de la firma farmacéutica Ayerst, en el año 1969.

El microbiólogo Surendra Nath Sehgal y su equipo consiguieron aislar los microorganismos de la tierra de la isla de Pascua, que se reprodujeran y luego analizar las sustancias que producían.

Una de ellos, la bacteria Streptomyces hygroscopicus, produjo un compuesto, un producto natural aislado en 1972 que fue bautizado como rapamicina, en honor a Rapa Nui, el nombre con el que los indígenas de se referían a su isla.

Descubrieron que esta bacteria inhibía el crecimiento de hongos, pero también «era inmunosupresor así que dejaba la parte del cuerpo tratada sin defensas. Imagínate que tienes una infección fúngica en tu mano y te aplicas una crema de rapamicina: mata los hongos pero probablemente te dará una infección bacteriana», dijo a la BBC Ajai Sehgal, director de Datos y Análisis de la Clínica Mayo e hijo de Surendra Nath Sehgal.

«Él (su padre) sabía que tenía una actividad inmunosupresora muy agresiva, y también, que era una droga muy segura pues no se podía encontrar el nivel tóxico. Es decir: normalmente lo que se hace es darle a un ratón más y más y más dosis del medicamento hasta que muere, y así encuentran el nivel máximo seguro. Pero en el caso de la rapamicina nunca encontraron el nivel tóxico pues los ratones nunca morían», explica, en una época en la que los inmunosupresores «eran todos altamente tóxicos».

Además, Sehgal observó que la bacteria tenía propiedades novedosas: podía impedir que las células se multiplicaran, lo cual podía ser importante en la lucha contra el cáncer.

Pero por desgracia, la compañía Ayerst no vio negocio en el desarrollo del fármaco y decidió suspender las investigaciones.

Pero el doctor Sehgal reaccionó rápido:

«Lo metió en pequeños frascos de vidrio, se los llevó a la casa y los puso en el congelador de mi madre, marcados con una etiqueta que decía: NO COMER, pues parecía helado».

«El congelador llegó al sótano de su nueva casa en Princeton, sin explotar y con todas las muestras intactas, y ahí se quedaron durante unos 5 años», añade el hijo del científico.

Ante el problema de los problemas de los rechazos en los transplantes de órganos, surgió la necesidad de un inmunosupresor.

Sehgal recordó sus muestras congeladas y propuso a la nueva gerencia de la empresa probar con la rapamicina.

«En ese momento él no tenía idea si las muestras que estaban en el congelador seguían vivas, si podía producir más rapamicina a partir de ellas: es como la masa madre para hacer pan, o el cultivo iniciador del yogur. En el laboratorio comprobó que habían sobrevivido. A partir de lo que mi padre guardó se crearon lotes nuevos para hacer los estudios».

Ganancias multimillonarias

Tras varios estudios, en 1999 el Comité Asesor de la FDA hizo una recomendación unánime para la aprobación del Rapamune, el inmunosupresor desarrollado por el doctor Sehgal y su personal que le ha reportado ganancias multimillonarias a Wyeth-Ayerst y, desde 2009, a Pfizer.

La historia no se queda ahí. El doctor Sehgal fue diagnosticado con cáncer de colon metastásico en 1998. Tras el primer año de quimioterapia que no podía tolerar, lo estaba matando, decidió suspenderla y empezar a tomar rapamicina. Él sabía que suprimía tumores; el tumor es una célula rebelde que crece sin control y la rapamicina se lo impide.

Estaba experimentando en sí mismo pero le habían dado sólo seis meses de vida, así que no podía empeorar mucho más la situación», recuerda su hijo.

«Se mejoró. De hecho, vivió una vida buena durante 4 años, pudo conocer a sus nietos y ellos a él. Y un día, en un viaje a India para dar conferencias, le dijo a mi madre: ‘Me siento bien, pero nunca sabré si es la rapamicina lo que me está manteniendo vivo a menos de que deje de tomarla’. Y eso hizo. En cuestión de 6 meses, el cáncer invadió todo su cuerpo y eso fue todo, se acabó. En su lecho de muerte me dijo: ‘lo más estúpido que hice fue dejar de tomar mi medicina’. Pero esa era su naturaleza. Era un científico y necesitaba saber»o.

«Además, estaba tratando de convencer a otros de que iniciaran los ensayos clínicos para el cáncer, y estaba emocionado pues, básicamente por lo que hizo, porque él documentó todo, así fue. Trabajó hasta el final. El día antes de morir, estaba escribiendo un artículo en la cama abogando por las propiedades antitumorales de la rapamicina», señala Ajai Sehgal.

Hoy en día se sigue trabajando en el estudio de la rapamicina y se usa en terapias contra el cáncer, como inmunosupresor y otras aplicaciones.

RESUELTO EL MISTERIO

Arqueólogos del Easter Island Statue Project, dirigidos por Jo Anne van Tilburg, de la Universidad de California, han sacado a la luz los cuerpos de algunos moáis que se hallaban enterrados hasta el cuello en la cantera del volcán Rano Raraku, en la isla de Pascua.

En esta cantera fueron talladas la mayoría de las casi mil estatuas gigantescas, conocidas como moáis, que pueblan esta pequeña isla del Pacífico.

En Rano Raraku quedan aún cerca de 150 estatuas, enterradas a varios metros de profundidad, de las que únicamente son visibles la cabeza y parte del torso.

Van Tilburg y su equipo excavaron algunas de las estatuas para revelar qué hay debajo y descubrir si su entierro fue intencionado o se debió a causas naturales.

Las investigaciones han demostrado que los moáis se levantaron en el mismo lugar en el que están enterrados y que fueron colocados sobre pedestales de piedra. Además, no fue el hombre quien las cubrió de tierra, sino la acción del tiempo y de los elementos.

Los arqueólogos han hallado en la zona más de 500 herramientas de piedra para tallar las estatuas, y finos útiles de obsidiana y basalto para esculpir los detalles, según recoge Nationalgeographic.

También hay agujeros para postes y guías de sogas que habrían servido para levantar los moáis. Por último, la gran cantidad de restos de pintura que se ha localizado en el lugar sugiere que los trabajadores pintaban tanto las grandes figuras como sus propios cuerpos.

 

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