Marlène Morin tenía 15 años cuando salió de la isla de Reunión rumbo a Francia, sin saber que tendría que esperar casi 52 años para volver a mojar sus pies en el océano Índico.
«Me habían prometido que iba ir a la escuela, que iba a poder regresar todos los años para ver a mis hermanas», cuenta.
«Pero las cosas no fueron así», dice, para luego lamentar el haber crecido lejos de su familia y eventualmente perder todo contacto con su pasado: «Me quitaron todo. No me queda nada, absolutamente nada».
Y, como Morin, cientos de nacidos en Reunión le reclaman al Estado francés por una separación traumática.
A inicios de los 60, por iniciativa del diputado reunionés Michel Debré, las autoridades galas empezaron a trasladar a niños de este territorio francés de ultramar hacia la metrópoli.
Para ese entonces los orfanatos de la empobrecida isla estaban llenos con niños que a menudo no eran realmente huérfanos, sino que habían sido llevados ahí por padres que no podían mantenerlos.
Y las autoridades francesas decidieron resolver dos problemas en uno reubicándolos en zonas rurales del país que se estaban quedando sin habitantes para que pudieran trabajar el campo.
Fuente original: BBC Mundo
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