El 4 de abril de 1968 se estrenó en Estados Unidos Planet of Apes. Basado en la novela homónima del francés Pierre Boulle, su argumento cobró forma definitiva al calor de las radiaciones de la Era Nuclear. Las pesadillas involutivas, que rondaban a la civilización industrial desde fines del siglo XIX (véase La Máquina del Tiempo, de H.G. Wells), se exacerbaron con el estallido de la bomba A; la carrera armamentista puso en el horizonte el suicidio colectivo de la humanidad, y del pánico ante la atroz perspectiva emanaron los armagedones de la ciencia ficción y el alucinatorio fenómeno de los platillos venidos del espacio a frenar nuestra marcha al abismo.
En este mundo al revés, los humanos se han hundido en la animalidad y los simios parlantes ostentan el rango de especie inteligente, según SINC.
Al presentar un futuro en donde, a resultas de la hecatombe nuclear, los simios sojuzgan a los humanos, el film de Franklin Schaffner ejercita la sátira social cultivada con eficacia en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift y Rebelión en la Granja de George Orwell.
Como dijimos en otras páginas, “en este mundo al revés, los humanos se han hundido en la animalidad y los simios parlantes ostentan el rango de especie inteligente. El esquema, similar al de aquel viaje de Gulliver en donde los caballos usan a los humanos como animales de tiro, escenifica la posibilidad más perturbadora para los adoradores del progreso: el retorno al estado salvaje. En el gran juego de la evolución, el Homo sapiens ha pisado el casillero de la catástrofe y regresado al punto de partida”.