El luto en la era 'millennial'

Así es Jordi, el ‘influencer’ que lloró la muerte de su abuelo con un reguetón

El joven asegura estar muy arrepentido. Como antiguas plañideras, miles de adolescentes lloran la muerte de sus seres queridos en las redes sociales. "Forma parte de su necesidad de actividad constante"

Así es Jordi, el 'influencer' que lloró la muerte de su abuelo con un reguetón
Jordi EE

La vida cambia y la forma de ahcer las cosas también. Todo pasó muy rápido. Hasta el pasado 25 de agosto, Paco, de 87 años y natural de Tarragona, estaba como una rosa. De la noche a la mañana sus riñones empezaron a fallar. Después, sus pulmones. «Está complicado», le dijeron los médicos a sus familiares el viernes. Un día después, Paco falleció. Pero no lo hizo solo. Prácticamente murió de la mano de su nieto, Jordi, un ‘influencer’ catalán de 20 años. El joven con su otra mano sujetaba el móvil. En algunas ocasiones, con la cámara encendida. La muerte lenta y dolorosa de Paco también pasó a formar parte de las stories de Instagram de Jordi. El joven subió a las redes sociales vídeos de los últimos días del octogenario en el hospital. Y sus 210.000 seguidores fueron testigos de ello, según recoge la autora original de este artículo Lucía Vinaixa en El Español y comparte Manuel Trujillo para Periodista Digital.

En las stories – vídeos cortos, que desaparecen pasadas 24 horas desde su publicación-  se puede ver la evolución de Paco. «No te me vayas, por favor», o «no sabéis lo duro que es esto» son algunos de los mensajes que aparecen en los primeros vídeos en los que el influencer da besos a su abuelo que está intubado y sedado en la cama de un hospital.

Después, un vídeo en el que él aparece llorando y dando las gracias por el apoyo recibido, para terminar con una grabación en la que aparece el joven sin camiseta bailando una canción de reguetón que dice «que tengo que hacer pa’ que vuelvas conmigo» en honor a su ya difunto abuelo. «Te amaré siempre, te recordaré siempre, gracias por enseñarme, regañarme y cuidarme. El mejor abuelo que he podido tener sin ninguna duda. Adiós Yayo, te quiero», dice en sus últimos vídeos con otro vídeo en el que acaricia la mano, cubierta por una venda y conectado a una vía intravenosa.

«Me arrepiento mucho. No lo debería haber hecho»
Las grabaciones no han pasado desapercibidas. Al influencer le han llovido cientos de críticas de internautas tachándole de no sufrir por la muerte de su abuelo. 700 mensajes llenos de insultos en 24 horas. «Me arrepiento mucho. No lo debería haber colgado, pero la gente lo ha malinterpretado. Llevo días sin comer y no paro de llorar. Yo quería muchísimo a mi abuelo», explica Jordi a EL ESPAÑOL a través de una conversación telefónica.

«Nunca me he burlado de él. Lo hice desde mi inocencia. Al igual que todos los días subo vídeos alegre a Instagram, quería demostrar también mi dolor a las personas que me siguen», añade. El catalán está sufriendo la muerte de su abuelo y el acoso por las redes sociales.

Paco estaba muy orgulloso de su nieto. En tan solo un año había conseguido 210 mil seguidores. El fallecido siempre le animaba a compartir fotos y perseguir sus sueños. «Siempre subo vídeos bailando y quise dedicarle uno a mi abuelo porque le encantaban. De hecho, me grabé en casa de mis tíos, no en el baño del hospital como piensan muchos. Solo quería expresar mi dolor hacia él», cuenta el veinteañero a este periódico.

Aún así, son muchos los que no comparten la forma de expresarse de Jordi. «Escoria», «cáncer», «tu abuelo no debe de estar contento con lo que has hecho», «como te vea por la calle, te mato», son algunos de los insultos que ha recibido el influencer en su bandeja de entrada. Sus haters han llegado incluso a editar el vídeo del baile para poner una tumba detrás de él. Muchos incluso piensan que lo hizo con tal de conseguir likes.

Riesgo de banalizar la muerte
El luto por la muerte de un ser querido ha sido siempre un reflejo de cada época y sociedad. En la España rural de principios del siglo XX el tiempo se detenía cuando las campanas de la parroquia anunciaban de un modo tétrico el fallecimiento de un vecino. Las viudas se vestían de negro de la cabeza a los pies y las familias del difunto se recogía en sus casas durante un tiempo para llorar la pérdida. La única publicación que se realizaba sobre dicha defunción era la de esquela en el periódico. Ni Facebook. Ni Instagram. El duelo se solía sufrir en silencio. Con los tuyos. En privado.

Las redes sociales han hecho que estos ritos funerarios hayan quedado un tanto obsoletos. Jordi no es el único que ha llorado la muerte de su abuelo en las redes sociales. Para el psicólogo Mateo Cerdán, publicar el fallecimiento de un ser querido en Internet forma parte la cultura de los millennials y de su necesidad de actividad constante. Sin embargo, advierte que ritualizar la muerte de forma excesiva puede tener consecuencias negativas: «Al estar tan expuestos necesitan la aprobación de todo el mundo, lo que puede llegar a banalizar la muerte cuando perdemos a un ser querido y lo subimos a Instagram». Su vida es pública. Y su dolor también.

Falta de apego o baja autoestima
C., de 17 años, se suicidó el pasado enero cuando cursaba primero de bachillerato en el colegio Nuestra Señora del Pilar, en Valencia. El suceso ocurrió a media mañana en el centro escolar y despertó una crisis generalizada entre los compañeros de la fallecida. Dicha conmoción se trasladó a las redes sociales.

Las stories de Instagram de los alumnos del colegio se llenaron de cientos de mensajes de consuelo para los allegados de la víctima que decían, por ejemplo, «hoy brilla una estrella más en el cielo» o «Descansa en paz». Todas las condolencias expresadas de forma pública y muchas dirigidas a un familiar de la fallecida, la cuál, a su vez, seguía compartiendo en la red social su actividad diaria después de la tragedia.

Para el psicólogo, esta sobreexposición del sentimiento puede ser consecuencia de una falta de apego o baja autoestima. “A veces lo hacemos con el fin de llamar la atención simplemente buscando un ‘pobrecito’ o un ‘¿Cómo estás?’, lo que puede convertirse en una relación patológica porque tu autoestima depende del apoyo que te da la gente», sostiene Cerdán y añade que «puede hacer que la persona afectada se salte algunas fases del duelo».

Negación, ira, negociación, depresión y aceptación
El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, que puede ser tanto de un empleo, un novio o un ser querido. Mª Ángeles Garcia-Fontecha, psicóloga clínica y socia directora de Alquimia del Talento, consultora especializada en personas, insiste en la importancia de pasar por las cinco fases en las que se divide este proceso.

Según ha explicado la experta a este periódico, normalmente, primero se comienza negando lo ocurrido para así protegernos del dolor. Después, se pasa por una segunda fase, la de la ira. En este punto la realidad se asienta en nuestra vida, pero nos enfadamos y pensamos que lo que ha pasado es injusto. La negociación es la tercera etapa. Aquí intentamos fantasear con situaciones que no son reales, normalmente a través de sueños. A continuación aparece la depresión, la fase más delicada en la que asumimos nuestra pérdida. La fase final del duelo es la conocida como aceptación. Llegados a este punto podemos recordar a nuestro ser querido y entender que la vida sigue.

Para García-Fontecha, el hecho de que en las redes sociales te estén bombardeando con fotografías o comentarios en relación al fallecido «puede hacer que uno entre en bucle y se retrase alguna fase del duelo». Sin embargo, insiste en que si uno tiene la necesidad de compartir ese dolor, que lo haga. «Los millennials tienen otra forma de ver la vida, además de la necesidad de relacionarse constantemente. Tienen otra estructura mental a la hora de comunicarse. Tienden a subir este contenido porque tienen la necesidad de compartir sus sentimientos y todo lo que hacen. Prefieren no vivir una pérdida en soledad, sino que quieren cantar a los cuatro vientos cómo se sienten», añade.

Perder a una madre
G. y Y. tienen 15 y 13 años, respectivamente. El pasado 8 de julio perdieron a su madre, Monika A., natural de Bulgaria. La mujer tenía 29 años cuando su marido y padre de sus dos hijas, Biser K., la asesinó en Salas de los Infantes (Burgos) cuando ella, al parecer le dijo que quería separarse. El hombre se entregó a la Guardia Civil y reconoció los hechos. Entro en prisión dos días después.

Desde aquél día las menores viven con sus abuelos. A G. los psicólogos le recomendaron que lo mejor sería estar desconectada del móvil, «por si acaso viésemos algo relacionado con la muerte de mi madre que nos rayase aún más», explica la joven a través de una conversación con este periódico. Aún así, ella siguió subiendo sus stories diarias. «La verdad que con el móvil me he sentido muy apoyada. Me calmo porque siento que la gente me apoya», añade.

Pasados unos días, la vida de esta afectada, de manera virtual, parecía que no había sufrido ningún cambio. De vez en cuando subía alguna foto con su difunta madre. Sin embargo, lo que más predominaban eran los selfies y fotos divirtiéndose con las amigas. «Aunque parezcan mensajes optimistas, eso no quiere decir que no estén procesando su duelo, sino que de cara a la galería están bien. Es la imagen que esas personas quieren vender de ellas mismas en ese momento», explica García – Fontecha. Aunque parezca que no sufren, sí lo hacen.

Plañideras virtuales
Cuando uno muere en muchas ocasiones lo hace en la vida real, pero no en la virtual. El caso de Laura Luelmo conmocionó a España. La joven zamorana de 26 años, viajó al sur a principios del pasado diciembre para trabajar como profesora interina de plásticas en un instituto de El Campillo (Huelva). Su vecino Bernado Montoya la violó y asesinó el día 12 de diciembre, según confesó durante las primeras interrogaciones con la Guardia Civil. Su cuenta de Instagram sigue abierta.

En la cuenta abierta de Laura Luelmo, miles y miles de desconocidos lloran su pérdida, como lo hacían antes las plañideras, mujeres a las que se les pagaba una cantidad de dinero para que asistiesen a un entierro y llorar por el muerto. Comentan sus fotos con mensajes de consuelo como, por ejemplo, «Cada día entro en tu perfil para ver tus fotos y tengo a tu familia en mi pensamiento».

“En esta sociedad el ser humano tiene dos tipos de vidas: la real y la virtual. Cuando alguien fallece, su cuenta de Instagram sigue allí, es decir, esa persona sigue viva en la red. Para algunas personas, borrar ese usuario puede significar perder a esa persona también virtualmente”, explica el psicólogo Mateo Cerdán y afirma que los internautas comentan con el fin de tranquilizarse o desahogarse.

Cuando fallece un usuario, Instagram da dos opciones a los familiares: hacer esa cuenta conmemorativa o cerrarla directamente. Para ambas alternativas es necesario un certificado de defunción.

Para García Fontecha no hay ninguna forma mejor que otra para sufrir una pérdida y todo depende de la generación a la que uno pertenezca. «Lo importante es apoyarte en los recursos que tengas alrededor: familia, amigos o redes sociales».

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Manuel Trujillo

Periodista apasionado por todo lo que le rodea es, informativamente, un todoterreno

Lo más leído