MUNDO CRUEL

“La noche de bodas arruinó mi matrimonio”

“La noche de bodas arruinó mi matrimonio”
Novia RS

La que deberÍa haber sido su mejor noche acabó siendo la peor.

Estos son los testimonios de cuatro de ellas, cuyos nombres fueron cambiados a pedido suyo.

Hevar Hasan de BBC Mundo habló con mujeres de distintas edades y clases sociales, que viven en países árabes y musulmanes, sobre el impacto de la noche de bodas en sus matrimonios y cómo les afectó la falta de una educación sexual.

Somayya tuvo que enfrentarse asu familia para poder casarse con Ibrahim, el hombre al que amaba.

La joven estaba estudiando literatura árabe en la Universidad de Damasco, en Siria, y su futuro marido le había prometido que nada se interpondría con su graduación.

Todo parecía de ensueño. Somayya había apostado por el amor y el apoyo de Ibrahim. Pero la noche de bodas fue su primera decepción.

Su nuevo esposo, «con impaciencia» y sin darle ni un momento para «recuperar el aliento», se dispuso a penetrarla «tan pronto como pudo», alegando que su amor por ella justificaba su ímpetu, cuenta Somayya, de 23 años.

«Fui cooperativa y a pesar de mi agotamiento, cumplí».

Cualquier rastro de romanticismo terminó de desaparecer cuando la cara de él se transformó. «No hay manchas de sangre», le dijo.

Ella de inmediato entendió lo que su marido estaba sugiriendo: que no era virgen, tal como se espera de las recién casadas en muchos países árabes y musulmanes.

Y si bien muchas mujeres sangran en cantidades variables tras la ruptura del himen, de acuerdo con doctores y expertos, no es algo que ocurra en todos los casos.

Además, mientras que algunos hímenes son tan delicados que se rompen sin sangrar, otros solo pueden ser penetrados quirúrgicamente; algunas niñas nacen sin esa membrana o se les rompe accidentalmente como resultado de una lesión.

Al describir la reacción de su esposo, Somayya dice: «Su mirada se me clavaba como una daga en el pecho. Me mató sin saberlo».

«Ni siquiera intentó hablar conmigo. Me sentí abandonada, como si fuera un sospechoso en espera de juicio».

«Antes del matrimonio, habíamos hablado de muchas cosas, incluso de nuestra noche de bodas, la que se suponía sería la mejor noche de nuestras vidas».

«Pensamos que sabíamos mucho el uno del otro, pero todo se derrumbó cuando no surgió ninguna ‘señal de virginidad'».

Aunque este tipo de incidentes son comunes en su sociedad, Somayya no esperaba vivirlo.

Asumió que las actitudes y opiniones de los hombres jóvenes habían cambiado respecto a la generación de sus abuelos, especialmente porque su prometido era un intelectual, de mentalidad abierta y educación universitaria.

Al día siguiente él le sugirió visitar a un médico para confirmar su virginidad.

Ella se quedó estupefacta.

Las pruebas de virginidad femenina son una costumbre antigua, y los motivos para llevarlas a cabo y los métodos de inspección difieren de una sociedad a otra.

En las familias más conservadoras no es raro celebrar la virginidad de la novia en su noche de bodas, mostrando a las familias de los novios las sábanas ensangrentadas.

Pero eso es algo que se puede lograr incluso si la novia ya tuvo relaciones sexuales antes.

Es relativamente fácil «volver a coser» el himen quirúrgicamente.

Incluso existen hímenes artificiales hechos en China, prótesis que aparentan ser una membrana intacta y liberan un líquido rojo que parece sangre cuando se someten a presión.

Y es que hay lugares en los que una mujer, ante la sospecha de que no llegó virgen al casamiento, puede ser asesinada en nombre del «honor».

Tradicional y sumisa

Al visitar a un ginecólogo al día siguiente, Somayya descubrió que su himen era grueso y le dijeron que solo se rompería si daba a luz de forma natural.

Su esposo respiró aliviado y una sonrisa se dibujó en su rostro, pero ya era demasiado tarde. Somayya estaba decidida a divorciarse.

«Mi esposo se convirtió en un extraño para mí».

«No podía predecir qué iba a hacer. Todo era posible. Ya no podía confiar en alguien que deshizo una relación de varios años en cuestión de segundos».

Después de una breve pausa, agrega: «No sé describir cómo me sentí tras aquello, pero no podía soportar vivir con él después de que redujo todo mi ser a un membrana inútil. Soy un ser humano, no solo tejido membranal».

Desde ese día, el bienestar psicológico de Somayya se fue deteriorado. Empezó a rechazar visitas y evitar salir.

Sentía que estaba jugando el tradicional rol de género, donde la esposa es sumisa e indefensa.

Durante los siguientes tres meses, tuvo relaciones sexuales con él varias veces. «Cuando me penetraba, la repulsión se apoderaba de mí», cuenta.

«No lo quería y no sentía nada en absoluto. Mi pasión se había extinguido aquella noche».

«Simplemente esperaba a que terminara y me dejara en paz. Tener sexo con él se sentía sucio y fraudulento, porque era como un deber, una tarea que tenía que realizar, en lugar de un acto de amor».

Unos meses más tarde, Somayya habló con su esposo sobre su deseo de terminar con el matrimonio, diciendo que no había forma de revertir su decisión porque temía por su vida y porque ya no le quedaba amor ni pasión después de esa fatídica primera noche.

También le explicó que su sospecha «insensible» la había ofendido y degradado.

«Él estaba en shock, porque se sentía que, como hombre, tenía derecho a cuestionar si su esposa había tenido relaciones sexuales o no».

«Me dijo que no se divorciaría mientras viviera y me aconsejó que pensara en mi ‘comportamiento rebelde’ con cuidado, ya que me iba a llevar al ‘arrepentimiento y remordimiento'».

«Nuestra sociedad tiene un doble estándar».

«Las hazañas sexuales de los hombres son reconocidas e incluso alabadas, pero cuando se trata de las mujeres, ese comportamiento es motivo de rechazo social y, a veces, se castiga con la muerte».

«Mi marido era uno de esos hombres, jactándose a las risas con sus amigos sobre su historial sexual, pero poniéndose furioso si yo hacía una broma sutil».

Después de que su familia se negara a apoyarla para conseguir el divorcio, describiendo su razonamiento como «mezquino y trivial», Somayya dejó Siria en junio pasado y se dirigió a Europa.

Jumanah, de 45 años, vivió toda su vida en Alepo, Siria, hasta 2016, cuando se mudó a Bruselas, Bélgica.

«Tenía 19 años cuando mi padre decidió que debía casarme con mi primo en contra de mi voluntad».

«No lo quería, pero me incitaron a creer que él era la persona adecuada para mí y que en algún momento me acostumbraría a él. ‘El amor vendrá más tarde’, me dijeron».

Jumanah recuerda su noche de bodas vívidamente y con un dolor palpable, como si acabara de suceder.

«Cerró la puerta y dijo que debíamos darnos prisa, ya que los ancianos de la familia esperaban la verificación».

«Fue absolutamente horrible… Mi esposo no me habló, pero se dedicó a terminar su tarea sin molestarse en hablarme mientras yo temblaba de miedo y repulsión».

«A pesar de mi dolor físico y angustia emocional, la única preocupación de mi esposo era esa mancha de sangre».

«No sangré esa noche, así que mi esposo rompió el silencio gritándome: ‘¡No hay sangre!’. Y desató un aluvión de improperios que no puedo repetir. Sus ojos eran como carbones ardiendo».

Durante una hora más o menos se sintió atrapada por el miedo. Quedó atónita e incapaz de pronunciar palabra.

En su caso, no esperaron hasta la mañana: esa misma noche la llevaron a un ginecólogo que confirmó su virginidad.

«Recuerdo al doctor consolándome como si fuera mi padre y regañando a mi esposo por lo que hizo».

Jumanah se vio obligada a vivir con su esposo, quien públicamente la ridiculizó, porque su familia y amigos no la apoyaron en su deseo de separarse, ni esa noche ni durante 20 años de conflictos matrimoniales.

Rozana llevaba cinco años comprometida cuando se separó.

«Confiaba en él y lo amaba mucho. Él insistía con tener sexo diciendo que técnicamente ya era su esposa. Un día me sometí a su insistencia y lo hice».

Seis meses después, sin embargo, las familias de ella y su prometido tuvieron un gran encontronazo y Rozana terminó separándose.

«En nuestra sociedad no se debate qué castigo se aplica por la pérdida de la virginidad», dice, agregando que puede llegar a ser la muerte.

«Afortunadamente una amiga me aconsejó que visitara a un ginecólogo discreto con el cual podía someterme a una cirugía de reparación de himen y ponerme uno fabricado en China».

«Sin esa cirugía menor habría muerto hace mucho tiempo».

Amina, quien proviene de una familia conservadora y pobre, sufrió una caída en la puerta del baño y sangró un poco.

Sin entender lo que había pasado, le contó a su madre, quien la llevó a un ginecólogo para que la revisara. Fue allí que descubrió que se había roto el himen.

«Ese día fue un calvario para mi madre. No sabía qué hacer».

«Después de consultar a mis tres tías, reservamos una cita para la cirugía de reparación del himen».

«Tales procedimientos se realizan en completo secreto, ya que están prohibidos en nuestro país y porque la mayoría de la gente no habría creído que había sufrido un accidente y habría puesto en duda mi virginidad por el resto de mi vida».

En varios países árabes y musulmanes muchas mujeres son sometidas a pruebas de virginidad previas al matrimonio.

De pasarlas, la futura novia recibe un certificado que confirma su virginidad.

La organización Human Rights Watch (HRW) ha señalado a varios países donde se llevan a cabo estas dolorosas pruebas.

En general, son mujeres mayores las que realizan la inspección invasiva, que implica la inserción de dos dedos en la vagina para determinar si el himen está allí o no.

La práctica, generalizada en Medio Oriente y el norte de África, fue descrita por HRW en un informe publicado en 2014 como «una forma de violencia de género y discriminación inhumana contra las mujeres y una violación flagrante de los derechos humanos».

Un estudio realizado por la BBC reveló que en India, Afganistán, Bangladesh, Irán, Egipto, Jordania, Libia, Marruecos y Sudáfrica se llevan a cabo.

Y según el informe de HRW, Egipto, Marruecos, Jordania y Libia se encuentran entre los países donde la prueba de virginidad se practica más ampliamente.

En respuesta, las autoridades de Marruecos y Egipto negaron rotundamente el reclamo y reiteraron la ilegalidad de la práctica.

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