La fábrica de muerte

(PD/Agencias).- La compañía china TCL es la mayor productora de televisores del mundo desde que comprara la multinacional Thomson. La firma Lenovo se ha convertido en la tercera del sector de informática, tras adquirir la sección de ordenadores personales de IBM.

Explica Adrián Foncillas en El Periódico de Catalunya que China produce el 47% de los teléfonos móviles mundiales: 103 millones se quedan aquí y 252 millones son exportados.

El carbonato de estroncio se utiliza en las pantallas de ordenadores, televisores y móviles. La boyante compañía Zhong Hao Ji Long extrae el carbonato de estroncio, así que puede hablarse de un tornillo más de la fábrica global china.

Huang Sha es un pueblo de campesinos situado a dos horas por carretera de Chongqing, la macrociudad del interior. Sus 500 habitantes pensaron hace 12 años que les llovería el dinero cuando unos análisis en el subsuelo detectaron el carbonato de estroncio y se abrió la fábrica.

Ahora enumeran atropelladamente los desastres: toses, vómitos, cáncer de pulmón, hijos devueltos por el Ejército por mala salud, cerdos y gallinas muertos con pulmones deformes, preocupación por la esperanza de vida de los niños, casas agrietadas por las excavaciones en el subsuelo…

El valle es verde y con arrozales en su falda. Parece inmune a la mole de cemento gris y a las chimeneas humeantes. De cerca sí se ven pinos como espinas de pescado y el agua terrosa de los campos. El pueblo ha perdido la mitad de los arrozales.

Las perforaciones y los vertidos químicos solo permiten agua corriente durante diez minutos diarios. Un campesino me enseña cómo la aprovechan: se lava la cara con cuidado de que una gran palangana recoja toda el agua, y repite el proceso con el tronco y los brazos primero y los pies después.

Pozo lejano
Ese agua no puede ser bebida ni después de hervirse, así que las mujeres cada vez van más lejos buscando un pozo con agua potable. Es un problema común en China, que solo cuenta con el 7% de las reservas mundiales de agua dulce.

Un millar de lagos han desaparecido en 50 años y los ríos son los más contaminados del planeta. En el 2005 había 360 millones de chinos sin agua potable. El Gobierno prometió 392 millones de euros para llevarla a 100 millones de las zonas rurales.

En el pueblo escuece no sacar nada de la ruina sanitaria y medioambiental. La fábrica, poco después de abrir, echó a los lugareños y atrajo trabajadores de la lejana provincia de Hebei. Los del pueblo eran pobres campesinos; los de Hebei rozaban la indigencia.

«Sabían que algún día podíamos rebelarnos. Además, si algún obrero enferma de cáncer, solo tienen que devolverlo a Hebei sin que suban las estadísticas de la zona», explica Wang Shei, quien desvela que cobraban un extra por callar sobre los incidentes y las enfermedades si se les preguntaba.

El pueblo parece uno más de la zona de influencia del río Yangtsé: niños corriendo entre gallinas y mayores jugando al mahjong (el dominó chino) en la calle. Pero apenas se ve un puñado de campesinos con sombrero de paja y rodillas hundidas en los arrozales.

Cerrada la puerta de la fábrica y sin campos por cultivar ni animales que criar, los jóvenes ejercen los trabajos más duros en ciudades cercanas.

China tiene un sincero empeño en atenuar su calamidad medioambiental. Pekín prefiere sacrificar puntos de crecimiento económico a cambio de que sea más armonioso. Este año anunció que exigiría resultados ecológicos a las provincias, y no solo los balances contables con los que hasta ahora medía el éxito. El año pasado cerró 2.600 grandes empresas por contaminantes.

Gansterismo local
La fábrica de Huang Sha sigue abierta por el habitual gansterismo transversal de los gobiernos locales, que a diferencia de lo que pasaba con Mao, escapan al control de Pekín.

No hay pruebas de la mordida del alcalde, pero apenas aparece por el pueblo desde que compró varias casas en la región. El tribunal local desestimó la demanda de los habitantes contra la fábrica. Cuando esperaban en la estación de tren, camino de denunciar su caso en Pekín, la policía los devolvió a casa.

Apenas me he acercado a la fábrica cuando baja de un todoterreno Guo Kai Lun, copropietario, miembro del Gobierno local y ocasional agresor de ecologistas sexagenarios. Guo viste la única camisa limpia y planchada en muchos kilómetros a la redonda y es muy sobrio en la versión que se le pide.

«Las emisiones están bajo control. La fábrica cumple la ley. Los árboles se mueren porque el clima aquí es muy seco. No hay más preguntas».

Wu Deng preside una oenegé ecologista de Chongqing.

«El problema de China es que es muy pobre. Los campesinos ven una fábrica como una oportunidad, nunca sus consecuencias medioambientales. Pero la situación ha mejorado: de las 13 empresas químicas que había en ese condado, siete fueron cerradas».

Preguntados sobre si trabajarían en la fábrica que ha arruinado su salud, viviendas y cosechas a cambio de los 800 yuanes (80 euros) de salario, los campesinos son claros: «Mañana mismo».

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