Zapatero o el trasvase con embudo

(PD).- Cuatro años, ninguna desaladora. Éste es el balance objetivo del Gobierno que canceló el trasvase del Ebro y prometió encontrar en la desalación la alternativa para la sed de media España.

Afirma Ignacio Camacho en ABC que muy satisfecho no ha debido de quedar Zapatero cuando se ha cargado a la ministra de Medio Ambiente, aunque quizá si Cristina Narbona se hubiese puesto chula y provocadora, en plan Magdalena Álvarez, y hubiese culpado de la sequía a los que la sufren y al PP, habría podido salvar el cargo.

Sea como fuere, he aquí el resumen de la gestión hidrológica del zapaterismo: cero travases, cero desaladoras, cero soluciones para Valencia, Murcia y Almería… y un problemón nuevo en Cataluña. Ni con la LOGSE aprobaría.

Ahora, en medio de este patente fracaso, forzado por la inanidad de su política de agua, el Gobierno reinventa los trasvases —¡en el Ebro!— para hacer frente a la emergencia de Barcelona. Dejémoslo claro: ese trasvase es justo y necesario.

Lo que resulta injusto, precisamente porque también es necesario, es que se no se extienda a las tierras secas del sur del Delta. Más que injusto, es irracional, arbitrario, caprichoso y, ahora, además, discriminatorio.

La solución más lógica a la sequía es tomar el agua sobrante antes de que se vaya al mar. Eso es exactamente lo que va a hacerse en Cataluña para que Barcelona pueda beber.

(Inciso: ¿qué demonios pasa en Barcelona? Colapsos de transportes, socavones, crisis industrial, retroceso cultural… y ahora emergencia de sequía. ¿Tendrá algo que ver el ensimismamiento político de la clase dirigente catalana? Sigamos.)

El Ebro está tirando al Mediterráneo un caudal que podría abastecer a Cataluña durante casi un siglo. Cójase, pues, un poco para consumo ciudadano. Sin problemas. Pero…

El pero consiste en que nadie entiende por qué no se puede tomar también el excedente para el Levante y el Sur. Y menos que nadie lo entienden esos valencianos, murcianos y almerienses que consideran este trasvase improvisado una humillación suplementaria a la dolorosa negativa que asfixia su porvenir.

Con su política obcecada, Zapatero está sembrando la división y la cizaña entre los territorios mediterráneos, y avala la inaceptable teoría de que el agua que pasa por Cataluña es de los catalanes.

De hecho, ya la avaló al permitir que las autonomías nacionalicen por su cuenta los ríos. Sólo que ahora no se trata de teoría administrativa, sino de uso y disfrute concreto y exclusivo de un caudal público que pertenece a todos los españoles. Si esto se llama igualdad, la palabra de moda, que baje Pablo Iglesias y lo vea.

Trasvases sí, pero trasvases para todos. Con las reservas y precauciones que manden la ley y el sentido común. Sin depredación ecológica, que por otra parte no es menor en las desoladoras, cuyo coste medioambiental y energético no desea cuestionar este Gobierno tan sensible al cambio climático.

Se trata de organizar razonablemente el aprovechamiento del agua excedente en beneficio de la población. De toda, no sólo de la que mantiene al presidente en el poder. Porque eso no es un trasvase, sino un embudo en el que la parte estrecha siempre les toca a los mismos.

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