Las patéticas políticas energéticas de Obama, Clinton y McCain

Las patéticas políticas energéticas de Obama, Clinton y McCain

(PD).-En el ámbito de la política energética, hay una gran cantidad de malas ideas y contadas ideas muy buenas. La práctica común entre los candidatos presidenciales es 1) hacer acopio de todas estas propuestas, 2) separar la paja del trigo, y 3) quedarse con la paja.

Este año, -escreibe Steve Chapman en el Chicago Tribune– los dos partidos compiten por demostrar quién está más impaciente por prescindir de las políticas económicas de siempre y la prudencia a largo plazo en favor de apaciguar a los agraviados motoristas. Barack Obama y Hillary Clinton están haciendo campaña con una propuesta que castigará a las petroleras con un impuesto exponencial de la renta. John McCain ha puesto sus miras en el mismo grupo invitando a una fiesta federal fiscal sobre los combustibles desde el día del veterano hasta el día del trabajo.

Lo que les motiva son los elevados precios en el surtidor, que chocan frontalmente con la opinión popular de la gasolina barata como derecho social nacional. Un defecto común entre las medidas de los candidatos, no obstante, es que realmente no reducen los precios.

La opción Demócrata descansa sobre la creencia inamovible de que las petroleras son culpables de enriquecimiento crónico a expensas del público. En la práctica, entre 1987 a 2006, las petroleras y las gasistas registraron resultados peores que las demás compañías industriales en lo que respecta a beneficio por inversión en cada uno de los años excepto en cuatro. Cuando el precio de la gasolina sube, los conductores lo notan. Pero cuando baja, como ha sido el caso durante la mayor parte del tiempo desde 1982, todo el mundo lo entiende como un derecho.

Ninguna idea puede ser evaluada de manera honesta hasta que se ha intentado, lo cual hace particularmente difícil de defender el enfoque Obama-Clinton. El Congreso, ya ve, introdujo en vigor un impuesto de la renta exponencialmente creciente a las gasolinas allá por la administración Carter. Habría sido de esperar que los Demócratas no quisieran recordar a sus electores a ese presidente o sustentar sus errores, pero se equivocaría.

Se mire por donde se mire, el último impuesto sobre la renta fue catastrófico. Según un estudio de 2006 del Servicio de Investigación del Congreso, generó la cuarta parte de los ingresos fiscales que se esperaban. Lo que es peor, redujo la producción nacional de combustibles hasta un 8 %. Obama tiene aún que dar a conocer los detalles de su plan. Bajo la versión Clinton, si los beneficios de una compañía crecen por encima de un nivel concreto, el gobierno se lleva el 50% «de la bonanza» — además de lo que se queda con los impuestos de la renta existentes, que alcanzan el 35% de los beneficios. La expropiación disuadiría la exploración y la prospección al reducir el beneficio potencial. Deprimiría el abastecimiento de combustible a largo plazo, lo cual dispararía los precios, no los reduciría. Castigar a las petroleras significará hacernos daño.

McCain evita este error en favor de un error diferente. Quiere dejar de recaudar los impuestos federales a los combustibles durante tres meses, lo cual, dice él, «supondrá un estímulo económico inmediato al retirar unos cuantos dólares del precio de un tanque de gasolina». Suena a remedio simple y seguro. Pero no es ningún remedio.

Como señala el analista Jerry Taylor, del Cato Institute, los precios se encuentran ahora al nivel necesario para equilibrar oferta y demanda. Recortar los precios en la cantidad del impuesto a los combustibles hará crecer el consumo, elevando los precios de nuevo. De manera que los conductores no tendrían ningún descanso, y la economía no recibe ningún estímulo. El único efecto sería «transferir dinero del gobierno federal a las petroleras», dice Taylor. Si las petroleras no se merecen un impuesto de la renta, tampoco se merecen beneficios adicionales. El hiato fiscal también expandirá el déficit federal, dado que McCain utilizaría los fondos generales para cubrir las pérdidas en los fondos que reciben las recaudaciones de los combustibles — y por el momento no hay ningún ingreso extra a la espera de ser gastado.

Además de proponer ideas inútiles o perjudiciales, los candidatos tampoco se han olvidado de la mejor idea con diferencia de política energética: un impuesto al carbono que reduciría el uso de combustibles que liberan gases de efecto invernadero al tiempo que estimula el desarrollo de alternativas limpias. Mejor aún sería un impuesto al carbono cuya recaudación se dedicara a recortar los impuestos para la seguridad social y Medicare, recompensando el trabajo sin elevar el déficit.

Es un concepto en el que nadie pierde con amplio apoyo entre los economistas, pero casi ninguno entre los políticos. Esa es la naturaleza de la política energética en año electoral: cualquier mala idea puede ser adoptada, al tiempo que las buenas ideas permanecen huérfanas.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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