Contra el presidente ruso, Vladimir Putin

Qué es el ‘poravalismo’ y por qué más de un millón de jóvenes con estudios han abandonado Rusia

Qué es el 'poravalismo' y por qué más de un millón de jóvenes con estudios han abandonado Rusia
Evgenia Chirikova, una de las principales activistas ambientales de Rusia. RS

Son tantas las personas -en su mayoría jóvenes y con estudios- que han abandonado Rusia en los últimos años, que los rusos tienen un palabra para describir el fenómeno: poravalismo.

Y tal vez pocas historias explican la situación tan bien como la de Evgenia Chirikova, una de las principales activista ambientales del país, quien hizo sus maletas hace ya más de dos años.

«¿Que si extraño casa? No realmente. Muchas personas aquí hablan mi mismo idioma. Son gente amistosa, llena de energía y curiosamente amables. Estoy viviendo en la Rusia de mis sueños».

Pero el país del que habla es Estonia, donde se refugió hace dos años y medio para huir de la persecución de la que era víctima por su activismo ambiental y contra el presidente ruso, Vladimir Putin.

Como Chiriakova, entre 2000 y 2014, aproximadamente 1,8 millones de rusos abandonaron su país, de acuerdo con Alina Polyakova, directora de investigación para Europa y Eurasia del Atlantic Council, un centro de estudios basado en Washington.

Y inicios de este año, la investigadora advirtió que la tendencia se estaba intensificando.

Calcular el número de personas que abandonan definitivamente el país no es fácil porque muchas conservan sus pasaportes rusos incluso después de obtener la nacionalidad o permisos de residencia en otros países.

Pero el Servicio Estatal de Estadísticas registró 350.000 emigrantes sólo en 2015: 10 veces más que cinco años antes.

Y para Polyakova está migración fundamentalmente compuesta por gente joven y con estudios superiores representa «una amenaza significativa para la seguridad de la Federación Rusa».

La defensora del bosque

En el caso de Chirikova, su carrera como activista empezó hace 11 años, cuando caminaba junto a su familia por el bosque de Khimki, un viejo coto de caza zarista lleno de viejos robles, jabalíes salvajes y mariposas poco comunes.

Khimki era un bosque protegido, los «pulmones verdes» de Moscú, y era precisamente por eso que Chirikova y su esposo, Mijaíl, se habían mudado a una casa cercana.

Así que al regresar del picnic no dudó en informar a las autoridades de una cosa extraña que había visto durante el paseo: árboles perfectamente sanos marcados con cruces rojas que anunciaban la intención de talarlos.

Como le explicó Chirikova a la periodista de la BBC Lucy Ash, pensaba que todo era obra de una empresa deshonesta que estaba tratando de romper las reglas.

Así que se sorprendió cuando descubrió que se habían aprobado planes para construir una autopista de US$5.000 millones que iba a pasar por el bosque a pesar de la existencia de alternativas menos dañinas para el medio ambiente.

Funcionarios en el Ministerio de Recursos Naturales y en la Comisión Estatal para la Protección de la Naturaleza le aseguraron que la decisión había sido aprobada por el propio presidente Putin.

Y después, como primer ministro, Putin firmó un decreto que cambió el estatus protegido del bosque para permitir obras de «transporte e infraestructura».

Convencida de que la verdadera razón por la que se había permitido que la carretera pasara por el bosque era abrir la zona a los desarrolladores, Chirikova renunció a su trabajo como ingeniera para organizar actividades de protesta.

La primera manifestación de su grupo «Salvemos el bosque de Khimki» movilizó a unas 5.000 personas -una de las protestas ambientales más grandes en la historia de Rusia- y recolectó 50.000 firmas.

Y su cruzada hizo que tanto el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo como el Banco Europeo de Inversión, importantes financiadores de la autopista, dejarán de apoyar la obra.

Miedo

Su éxito, sin embargo, tuvo un costo: Chirikova fue arrestada varias veces y desconocidos atacaron a otros activistas y periodistas vinculados con su movimiento.

Cuando el editor del periódico de Khimki, Mijaíl Beketov, sugirió que funcionarios locales podrían estarse beneficiando del proyecto, mataron a su perro, quemaron su auto y finalmente lo golpearon tan brutalmente que sufrió daño cerebral permanente y nunca recuperó el habla.

Chrikova recuerda haber ido a visitarlo a la unidad de cuidados intensivos. Había perdido varios dedos, le habían amputado una pierna y perdido parte del cráneo luego de una golpiza con una barra de hierro.

«Mis piernas temblaban tanto que me tuve que sentar en el piso del hospital».

«Por primera vez, tenía miedo de verdad. Cualquiera que pueda hacerle algo semejante a otra persona es alguien sin valores y comprendí que un régimen de bandidos se había hecho con el poder en mi país».

La gota que derramó el vaso

Ella, a su vez, también fue atacada en su «punto débil»: sus hijos.

«Las autoridades esparcían mentiras sobre mí, diciendo que golpeaba a mis hijas, que no las alimentaba bien. Un tipo de los servicios de seguridad incluso fue a nuestro edificio de apartamentos y les pidió a los vecinos que firmaran un documento diciendo que yo era una mala madre».

Su hija mayor estaba tan atemorizada por los hombres que vigilaban a la familia desde automóviles sin placas que no quería ir a la escuela. Cada vez que un extraño tocaba a la puerta, las niñas se escondían bajo la cama.

Eventualmente la familia se mudó a un barrio cerca del centro de Moscú, pero el acoso continuó, ahora bajo la forma de llamadas amenazantes.

Chirikova dice que sus hijas necesitaron tres años de terapia para recuperarse. Mientras que en su caso la gota que derramó el vaso fueron las amenazas veladas del Servicio de Protección Infantil, que dio a entender que le podía quitar a sus hijas «maltratadas».

«Me quedaba despierta en la noche pensando qué podía hacer si me mandaban a prisión y a mis hijas a un orfanato. Y al final fue por eso que decidí irme del país».

Aunque ganó un prestigioso premio internacional por su campaña en defensa del bosque de Khimki, Chirikova no pudo detener la construcción de la autopista entre Moscú y San Petersburgo, pero cree que los planes originales fueron modificados y que, como resultado, un área menor se verá afectada.

«Lo más importante, sin embargo, es que nuestro movimiento le demostró a otros rusos que es posible luchar contra la injusticia, denunciar las corrupción y obligar a que las autoridades rindan cuentas».

Desde Estonia continúa alentando a activistas ambientales de toda Rusia a través de un nuevo sitio web, activatica.org, que publica historias de campañas para salvar los parques de Moscú, sobre la contaminación o los riesgos para el lago Baikal que representan nuevas centrales hidroeléctricas.

«En Estonia me siento como una expatriada, no una exiliada», dice. «Y estamos tan cerca que puedo viajar a Rusia cuando lo necesito».

«Aeropuerto de emergencia»

Asya Parfenova, de 33 años, también es una nueva emigrante.

En Moscú, trabajaba como periodista y fue parte del movimiento Observadores Electorales en 2012 y 2013, reportando sobre el traslado de votantes de unas juntas receptoras de votos a otras -aparentemente para que pudieran votar varias veces- y sobre urnas sospechosamente llenadas.

«Probablemente soy la única de mis amigos observadores electorales que nunca ha estado en la cárcel», le dice a Lucy Ash, en el último piso de un centro comercial de Berlín, mientras levanta una ceja.

Para conseguir una visa de trabajo en Alemania, Asya creó su propia compañía y ahora administra un Escape Room («Cuarto de escape»), un juego de equipo en el que los que hay que resolver acertijos complejos para poder salir de un cuarto cerrado.

«Me gustan las reglas claras y eso no lo tenemos en Rusia».

«El gobierno siempre está hablando de estabilidad, pero Rusia en realidad es un país menos estable porque nadie puede predecir lo que va a pasar mañana, cómo se van a interpretar las leyes, y eso es malo para los negocios».

Y según Parfenova, muchos emprendedores rusos de éxito ahora están tratando de insertarse en mercados extranjeros.

«Tratan de preparar, como decimos allá, un ‘aeropuerto de emergencia’, un lugar seguro en el que aterrizar una vez que ya no sea posible hacerlo en Rusia», explica.
Poravalismo

Otra expresión que se ha popularizado en el idioma ruso es poravalismo, que Artemy Troitsky -uno de los principales críticos de música de Rusia- traduce como «hora-de-irse-de-aquí-ismo».

Troitsky mismo es un poravalista de alto perfil y vive en Estonia, como Chirikova.

En 2011 él y varios reputados intelectuales y personajes de oposición participaron en manifestaciones en contra del fraude electoral. Todos vestían lazos blancos y Vladimir Putin trató de ridiculizarlos por «verse como condones». Entonces Troitsky subió a la tarima con un disfraz blanco.

Ese mismo año, Troitsky tuvo que hacer frente a una oleada de demandas por difamación. Pero se necesitó más que eso para sacarlo de su patria.

Para el crítico musical el momento decisivo llegó después de la anexión de Crimea en 2014 y la consiguiente guerra en el este de Ucrania, cuando lo consternó lo que describe como un «asqueroso festival de nacionalismo militarismo y ortodoxia» en Rusia.

Y, como Chirikova, dice que el factor determinante en su decisión de abandonar el país fue la preocupación por sus hijos.

«La verdad es que me horroricé cuando los oí repetir ciertas cosas que habían escuchado en la escuela o en la guardería. Mi hija pequeña, Lydia empezó a hablarme de los fascistas que querían invadir nuestro país y que nos teníamos que defender, que Putin era una gran persona y cosas así», le contó Troitsky a Lucy Ash.

Troitsky, sin embargo, echa de menos su patria y sigue inmerso en la cultura rusa. Y aunque visita constantemente Rusia, espera poder regresar para siempre algún día.

Pero no está seguro de que las nuevas generaciones vayan a sentir el mismo apego. Dice que solo una cuarta parte de los hijos veinteañeros de sus amigos han optado por quedarse en Rusia. El resto estudia, trabaja y está construyendo nuevas vidas lejos del país.

Un exiliado digital

Londres es otro destino popular para los emigrantes rusos, pero uno de los más conocidos de los que eligieron la capital británica en realidad pasa la mayor parte del tiempo en internet, tratando de cambiar el país que dejó atrás.

Antes de ser enviado a prisión en 2003, por cargos que muchos consideran políticamente motivados, Mijaíl Jodorkovsky dirigía la compañía petrolera Yukos. Y después de 10 años tras las rejas le escribió a Putin pidiéndole que lo liberara para poder decirle adiós a su madre enferma.

«Me llevaron hasta las escaleras del avión como un prisionero, en un convoy», cuenta.

«Y cuando gente del círculo del Kremlin empezó a discutir sobre si se me iba a permitir regresar o no, yo les dije: ‘Ok, yo encantado de regresar a Rusia. Sólo díganme: ¿hay alguna condición?'».

«Y exactamente un mes después se anunció el inicio de un nuevo proceso criminal en mi contra, así que el único regreso posible era directamente a la cárcel».

Como Chirikova, Jodorkovsky ve internet como su «campo de batalla».

«Puede que piensen que gente como yo está desconectada de la realidad rusa de todos los días. Y yo tengo que convencerlos de lo contrario», dice el oligarca desde su elegante oficina de su fundación Rusia Abierta.

«O sea que sí, se puede decir que vivo en un mundo virtual. Esa fue mi elección».

La activista que se quedó

Cuando se le pregunta que es lo que más ama de Rusia, Nadya Tolokonnikova responde:

«Eso es como preguntar qué amas más de tu mamá. Simplemente es mi madre y no puedo imaginarme si ella».

Tolokonnikova saltó a la fama a la edad de 22 años cuando ella y dos de sus compañeras en el grupo punk Pussy Riot fueron arrestadas por cantar: «Virgen María, madre de Dios, líbranos de Putin» en la catedral de Moscú.

Tolokonnikova pasó casi dos años en un campo para prisioneros, cosiendo uniformes para la policía por 16 horas al día. ¿Cómo es posible entonces que siga apasionadamente comprometida con la idea de permanecer en Rusia?

«En primer lugar, por el idioma, porque me siento como una idiota cada vez que trato de explicar mis ideas en otro idioma. No puedes usar detalles y semitonos, y melodías de otros idiomas como con el tuyo propio. Y eso es muy valioso».

«Pero también por la cultura, los íconos, la religión, la cinematografía y la gente rusa, que son salvajes, peligrosos, creativos y tremendamente valientes».

«La verdad es que me encanta estar dentro de esta valiente comunidad de personas que están arriesgando sus vidas para tratar de cambiar su país. Le da sentido a mi vida».

Después de su liberación, Tolokonnikova creó MediaZona, un sitio web de noticias independiente que se enfoca en el sistema judicial, y Zona Prava (Zona de Justicia) que hace campaña a favor de mejores condiciones en las cárceles.

Dice que durante su tiempo tras las rejas en Mordovia, en el norte de Rusia, le horrorizó ver como les negaban medicamentos a prisioneros gravemente enfermos.

Según Tolokonnikova, la mayoría de los lectores de MediaZona tiene menos de 35 años, mentes inquisitivas y están impacientes por cambios.

Cree que cierta sed de aventuras, acción significativa y un verdadero orgullo por Rusia -que no debe ser confundido con nacionalismo- puede evitar que algunos se vayan y hacer que otros regresen al país.

Y también le dan esperanza los jóvenes que protestaron contra la corrupción en numerosas ciudades más temprano este año.

«Son patriotas de verdad. No son el tipo de patriotas de Putin que prefieren vivir en el extranjero mientras se embolsan el dinero del gas y el petróleo ruso».

«La gente que está protestando contra Putin es la que quiere una mejor vida en su propio país. Quieren desarrollar la economía, las artes, los medios. Quieren tener mejores canales de televisión y no solo la máquina de propaganda que tenemos hoy».

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