En teoría, la La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) debería ser un espacio donde los líderes mundiales se comprometen a combatir el cambio climático, donde los intereses de los países alinean sus esfuerzos con la meta común de frenar el calentamiento global. Pero al ver que Bakú, la capital de Azerbaiyán, ha sido elegida para albergar la COP29, uno no puede evitar cuestionar si esta edición representa genuinamente un paso adelante o es, más bien, una farsa ambiental y política.
Azerbaiyán, un país cuya economía depende de los combustibles fósiles, tiene ambiciones claras de aumentar su producción de gas en un tercio en la próxima década. Esto no solo es incompatible con sus compromisos en el Acuerdo de París, sino que también parece una contradicción absurda en una conferencia donde el objetivo es reducir las emisiones globales. El presidente de la conferencia, Muxtar Babayev, proviene de la empresa estatal de petróleo y gas, lo que hace que esta cumbre huela, más que a viento de cambio, a gas y petróleo.
Llama la atención que Azerbaiyán haya aprovechado la COP29 para promover la inversión en su industria energética, una táctica que recuerda a la COP del año pasado en Emiratos Árabes Unidos, donde otro magnate petrolero presidió el evento.
Pareciera que el lugar de una cumbre que pretende salvar al planeta está siendo ocupado por países que promueven justamente lo que se intenta detener: la quema de combustibles fósiles.
Greta Thunberg, quien desde Georgia y Armenia ha organizado su propia “COP alterna”, dijo que realizar la conferencia en un “petroestado autoritario” es más que absurdo; lo llamó, con razón, greenwashing. En lugar de actuar para mitigar el cambio climático, Azerbaiyán parece usar la COP para limpiar su imagen internacional, presentándose como un país comprometido mientras persigue a sus críticos. Amnistía Internacional ha denunciado la represión de activistas y periodistas en el país, quienes, por evidenciar la verdadera cara del gobierno, han sido acallados.
Además, la “COP de paz” parece una etiqueta cínica para un país que, hace apenas un año, llevó a cabo una ofensiva militar en Nagorno Karabaj, lo que resultó en la huida de miles de armenios de la región. Aunque Armenia levantó su veto para que Bakú pudiera acoger la COP, algunas organizaciones señalan que esto no debería disfrazar lo que para muchos fue una limpieza étnica.
En resumen, la COP29 en Bakú desafía el propósito de estas cumbres. Aceptar que un país con un historial cuestionable de derechos humanos y una economía impulsada por combustibles fósiles presida este evento global es aceptar la hipocresía como moneda de cambio. La lucha contra el cambio climático no puede avanzar mientras los intereses de los países anfitriones se orienten más a sus agendas políticas y económicas que a la protección del planeta. La pregunta que nos queda es si la COP en Bakú será recordada como un impulso hacia un mundo más sostenible, o como una mancha verde en la historia de las cumbres climáticas.