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EVENTOS EXTREMOS Y LA HUELLA DEL CAMBIO CLIMÁTICO

El verano de las inundaciones en EE.UU.: la ciencia detrás de un desastre anunciado

Lluvias récord, ciudades bajo el agua y científicos que explican por qué este verano estadounidense será recordado como el de las grandes inundaciones

Periodista Digital 21 Jul 2025 - 09:38 CET
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La súbita inundación de Texas causa al menos 51 muertos, entre ellos 15 niños

Si pensabas que los veranos en Estados Unidos solo eran sinónimo de olas de calor y barbacoas, este 2025 te habrá hecho cambiar de opinión. Desde el 4 de julio, cuando Texas amaneció sumida en una de sus peores tragedias recientes, hasta los desbordamientos que han puesto en jaque a ciudades del Midwest, las inundaciones han sido las grandes protagonistas del verano.

Las cifras asustan: más de 100 víctimas mortales en Texas, incluyendo decenas de niños sorprendidos mientras dormían en campamentos junto al río Guadalupe, y cientos de miles de personas desplazadas. ¿La causa? Una combinación explosiva entre fenómenos meteorológicos extremos, patrones atmosféricos atascados y una geografía traicionera.

¿Por qué tantas inundaciones este año? La atmósfera tiene la respuesta

Los científicos lo tenían claro antes incluso de que cayera la primera gota: este sería un verano anómalo. Los satélites de la NASA llevaban semanas alertando sobre lo que llaman un «atasco atmosférico», un fenómeno en el que enormes masas de aire húmedo quedan atrapadas sobre la misma región durante días. Esto provoca lo que los meteorólogos denominan “tormentas de tren”: células tormentosas que se regeneran una tras otra descargando lluvias torrenciales en el mismo punto.

En lugares como Missouri, Illinois y Tennessee, los mapas satelitales pintaban manchas rojas donde en apenas cinco días cayó el equivalente a cuatro meses de lluvia. El resultado fue una sucesión de inundaciones repentinas y fluviales como no se recordaba desde hace décadas.

Texas, por su parte, es un caso de libro. La región conocida como “Flash Flood Alley” (el callejón de las inundaciones repentinas) combina suelos rocosos incapaces de absorber agua y una topografía que canaliza el caudal directamente hacia ríos y arroyos. Basta una tormenta intensa para que el nivel del agua suba varios metros en cuestión de minutos, arrastrando todo a su paso.

La mano humana: crecimiento urbano y políticas poco previsivas

No toda la culpa recae sobre la madre naturaleza. Las ciudades estadounidenses están creciendo más rápido de lo que sus infraestructuras pueden soportar. Houston encabeza la lista mundial de urbes que literalmente se están hundiendo: más del 40% de su superficie desciende cada año hasta cinco centímetros debido a la sobreexplotación de acuíferos subterráneos y al peso imparable del desarrollo urbano.

Esta subsidencia convierte a las ciudades en esponjas inversas: en vez de absorber el agua, facilitan su acumulación superficial, agravando los efectos de cualquier lluvia intensa. Si sumamos políticas poco ambiciosas para gestionar el riesgo hídrico —como sistemas anticuados o falta de planes hidrológicos modernos— tenemos una receta perfecta para el desastre.

El cambio climático como telón de fondo

La comunidad científica es tajante: el cambio climático amplifica estos episodios extremos. Un planeta más cálido significa una atmósfera capaz de retener más vapor de agua (cada grado Celsius extra aumenta esta capacidad alrededor del 7%). Así, cuando las condiciones son propicias, las lluvias se vuelven más intensas y persistentes.

Además, eventos catalogados como “inundaciones milenarias” —aquellas que estadísticamente solo deberían ocurrir una vez cada mil años— se están volviendo inquietantemente frecuentes. Lo que antes era excepcional ahora amenaza con convertirse en tendencia.

Consecuencias insólitas: del Lago Travis al caos ecológico

Las inundaciones no solo dejan daños humanos y materiales; su impacto ambiental es igual o más profundo. En Texas, por ejemplo, el embalse del Lago Travis registró su mayor subida en tres años: seis metros extra en apenas cuatro días tras lluvias excepcionales. Este fenómeno rompió la sequía prolongada pero trajo consigo toneladas de residuos arrastrados por el agua y alteró drásticamente el equilibrio ecológico local.

A esto se suma la presión sobre recursos hídricos ya escasos —el crecimiento demográfico y el consumo disparan aún más los riesgos— y obligan a repensar urgentemente estrategias sostenibles para la gestión del agua.

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¿Seguirán estas historias repitiéndose cada verano? La ciencia puede anticiparlas mejor que nunca… pero queda mucho por hacer para dejar (al menos) los flotadores para las piscinas.

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