Volvió la histeria, aunque ahora con otro nombre

A pesar de haber sido desestimada durante décadas por los científicos, el concepto de histeria no ha desaparecido de la práctica médica. Es más: en los últimos años ha comenzado a ser revalorizado a partir de modernos estudios de neuroimágenes que buscan asociar sus clásicos síntomas, como la parálisis sin causa, a trastornos de origen neurológico.

Explica Erika Kinetz en The New York Times que lo nuevo es que la histeria ha cambiado de nombre. En 1980, con la publicación de la cuarta edición de su manual de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales (DSM-IV), la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos oficialmente cambió el diagnóstico de “neurosis histérica, de conversión” por “trastorno de conversión”.

“«Histeria», para mí, siempre fue un término peyorativo, porque se lo vincula con las mujeres”, dijo el doctor William E. Narrow, director asociado de la división de investigación de esa asociación psiquiátrica. “Creo que el hecho de que nos hayamos sacado de encima esa palabra es bueno.»

La histeria es un diagnóstico que tiene 4000 años de antigüedad y que fue aplicado a un desfile florido de brujas y santos. Pero en los últimos 50 años esta palabra fue utilizándose cada vez menos. La desaparición de la histeria fue anunciada por lo menos desde la década de 1960. Lo que había sido un comodín victoriano del diagnóstico se astilló en muchos diagnósticos diferentes.

Así, pareció que la histeria no era sino una extravagancia del siglo XIX, útil para el análisis literario, pero fuera de lugar en la ciencia contemporánea.

Dejar atrás la ignorancia

Para gran parte del siglo XX, la búsqueda de una base neurológica para este diagnóstico fue ignorada. Pero con el avance de las posibilidades de capturar imágenes del cerebro en acción todo esto ha comenzado a cambiar. Las tecnologías de neuroimágenes funcionales, como las tomografías computadas de emisiones de fotones (o Spect por su sigla en inglés) y las tomografías por emisiones de positrones (o PET), permiten a los científicos monitorear cambios en la actividad cerebral.

Y si bien los mecanismos cerebrales que están detrás de la histeria todavía no se comprenden de manera cabal, estudios recientes han comenzado a traer de regreso la mente al cuerpo al identificar la evidencia física de una de las enfermedades más esquivas, controversiales y duraderas. Ocurre que, a pesar de su período de invisibilidad, la histeria nunca desapareció. Al menos es lo que dicen muchos médicos.

«La gente que dice que se ha desvanecido necesita venir a trabajar en un hospital terciario, donde verá suficientes pacientes», escribió en un mensaje de e-mail Kasia Kozlowska, psiquiatra en el Hospital de Niños Westmead de Sydney, Australia, y autora de un artículo sobre el tema publicado en The Harvard Review of Psychiatry .

De manera no oficial, ha aparecido un batallón de sinónimos inofensivos para el fenómeno «histérico»: funcional, no orgánico, psicogénico, clínicamente no explicado. «Los síntomas nunca cambiaron», asegura Patrik Vuilleumier, neurólogo de la Universidad de Ginebra. «Todavía son comunes en la práctica clínica.»

Comunes, puede ser. Bien estudiados, no. Todavía no existe un consenso acerca de cómo debería clasificarse el trastorno de conversión. La epidemiología es vaga; una estadística comúnmente citada sostiene que los trastornos de conversión son entre el 1 y el 4% de todos los diagnósticos hechos en todos los hospitales occidentales. Además, los pacientes presentan síntomas heterogéneos que afectan a un número cualquiera de funciones sensoriales o motoras voluntarias, tales como ceguera, parálisis o ataques.

Las dos cosas que todos los pacientes tienen en común son, primero, que no fingen la enfermedad y, segundo, que los médicos no logran encontrar nada clínico que ande mal en ellos. Los estudios científicos muestran pequeñas y diferencias metodológicas, de manera que la comparación de resultados se vuelve problemática entre distintos grupos científicos. Esto hace difícil, en general, que se obtenga alguna conclusión de ellos.

De Hipócrates a Freud

La histeria antecede a Freud. La palabra misma deriva de hystera , ´útero en griego. Los médicos de la antigüedad atribuían una serie de enfermedades femeninas a un útero hambriento o mal ubicado. Hipócrates creó la teoría del útero. El casamiento se contaba entre sus tratamientos recomendados.

Luego llegaron los santos y los poseídos por el demonio. En el siglo XVII, la histeria se consideraba la segunda causa de enfermedad, entre las más comunes, luego de la fiebre. En el XIX, los neurólogos franceses Jean-Martin Charcot y Pierre Janet sentaron las bases para los enfoques actuales de esta enfermedad. Luego, un estudiante de Charcot, un joven neurólogo llamado Sigmund Freud, cambió radicalmente el escenario y popularizó la histeria.

La innovación de Freud fue explicar por qué la histeria se desvanecía y volvía a aparecer. Acuñó el término «conversión» para describir el mecanismo a través del cual conflictos irresueltos, inconscientes, pueden transformarse en síntomas físicos simbólicos. Su hallazgo fundamental -el hecho de que el cuerpo pudiera representar los dramas de la mente- todavía espera ser reemplazado.

Hoy en día, los neurólogos no reconocen una división entre la parte física del cerebro y la mente. Las técnicas modernas hacen que los investigadores puedan ver interrupciones en el funcionamiento del cerebro que les permiten bocetar un mapa físico de lo que podría estar sucediendo en la mente de los histéricos.

Los resultados han comenzado a sugerir maneras en que las estructuras emocionales del cerebro pueden modular el funcionamiento de los circuitos neuronales motores y sensoriales.

En la última década, una parte de los estudios de imágenes del cerebro se hicieron en pacientes que sufrían de parálisis histérica. Estos tienen nervios y músculos saludables, su problema no es estructural, sino de funcionamiento: algo aparentemente anda mal en las esferas de la mente humana que gobiernan la concepción de movimiento y la voluntad de moverse.

En un artículo publicado en 1997, el doctor Halligan analizó el funcionamiento del cerebro de una mujer cuyo costado izquierdo estaba paralizado. «La paciente quería mover la pierna -cuenta Halligan-. Pero el acto de querer gatillaba un área orbitofrontal primitiva y activaba el cíngulo anterior para contradecir la instrucción de mover la pierna. Ella quería hacerlo, pero la pierna no se movía.»

Estudios subsecuentes reforzaron la idea de que las partes del cerebro que tienen que ver con la emoción pueden ser activadas de manera inapropiada en los pacientes con trastornos de conversión y pueden inhibir el funcionamiento normal del circuito cerebral responsable del movimiento, las sensaciones y la vista.

La encarnación de la angustia es común a lo largo de las culturas, y los sufrientes tienden a encontrar manifestaciones aceptables para su dolor. Los «jinn» (espíritus malignos) en Oman se consideran causa de convulsiones. Entre las mujeres caribeñas, «ataque de nervios» (dolores de cabeza, temblores, palpitaciones, dolores de estómago) constituye una queja común.

Un estudio hecho a partir de un grupo de veteranos ingleses encontró que a lo largo del siglo XX, los trastornos post traumáticos no desaparecieron, sino más bien, cambiaron de forma: las tripas reemplazaron al corazón en su papel de lugar de debilidad más común.

Tanto su duración como omnipresencia sugieren que la histeria puede ser una respuesta intelectual a una amenaza. Una clausura total, en la forma de la parálisis, por ejemplo, no es una respuesta completamente desdichada o inusual respecto de una situación insostenible.

Pero el consenso más amplio en la comunidad científica no se refiere a lo que se sabe de la histeria, sino al contrario, a todo lo que sigue siendo desconocido acerca de ella. «Estamos sólo en el comienzo», asegura el doctor Halligan.

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