El enfermo imaginario

(PD).- En clave de comedia, Argan, personaje de El enfermo imaginario, de Molière, quiere casar a su hija con un médico para que éste se ocupe de sus dolencias.

Pero si en esta obra del siglo XVII la “confusión” entre salud y enfermedad inspira una sonrisa, el provocativo informe que se publica en el último número de PLoS Medicine, nos pone serios. Coordinados por Ray Moynihan y David Henry, de la Universidad de Newcastle, Australia, once artículos llaman la atención sobre lo que sus autores consideran una “epidemia de promoción de la enfermedad” y analizan la tendencia creciente a transformar a las personas sanas en enfermos.

Los trabajos analizan varios “casos testigo”, como ciertas exageraciones difundidas sobre la disfunción eréctil, cuando se afirmó que podrían padecerla “más de la mitad de todos los hombres de más de 40 años”, o se sugirió recurrir a un fármaco “incluso si los problemas de erección se producen sólo una vez cada tanto”.

Otro ejemplo es el del déficit de atención e hiperactividad, que alimentó un agitado debate por la difusión de conceptos que alientan a los padres a detectar en sus hijos desórdenes de aprendizaje que conducen a la necesidad de tratamiento farmacológico.

Para los autores –sanitaristas, periodistas, farmacólogos, médicos y antropólogos–, se están borrando las fronteras entre la salud y la enfermedad “para ampliar mercados”.

Y los responsables son tanto las compañías farmacéuticas y de relaciones públicas, como los grupos de médicos, las asociaciones de pacientes y los medios de comunicación.

Todos podemos promover la idea de que ciertos aspectos normales de la vida son en realidad trastornos graves, muy extendidos, y deben tratarse con medicación.

“La promoción de la enfermedad es la explotación oportunista tanto de la ansiedad que inspira la propia vulnerabilidad como de la fe en el avance científico –afirman Moynihan y Henry–.

Las consecuencias prácticas son que muchas de las campañas de alerta que nos informan contra las enfermedades son escritas por los departamentos de marketing de grandes compañías, más que por organizaciones con interés en la salud pública.” Y advierten: “Es un desafío que demanda una acción global”.

¿Es un invento la disfunción sexual femenina?

La aparición del Viagra, en 1998, no sólo marcó un antes y un después en el tratamiento de la disfunción sexual masculina. También generó un atractivo mercado para las compañías farmacéuticas: se estima que las ventas de esa pastillita azul -que ya ha sido recetada a más de 17 millones de varones en todo el mundo- le permitió a la farmacéutica Pfizer ganar 1500 millones de dólares en un año.

Tentadas por la posibilidad de obtener ganancias similares de un nuevo grupo de consumidores -las mujeres descontentas con su vida sexual-, la industria farmacéutica habría impulsado «la creación de una nueva enfermedad: la disfunción sexual femenina». Esto es lo que afirma el periodista australiano Ray Moynihan, en un artículo publicado en el último número de la prestigiosa revista British Medical Journal.

«La creación de nuevas enfermedades por parte de las empresas farmacéuticas no es un fenómeno nuevo, pero la invención de la disfunción sexual femenina es el más reciente y claro ejemplo de ello -escribió Moynihan-.

Investigadores con lazos muy estrechos con las compañías están trabajando junto a sus colegas de la industria farmacéutica para desarrollar y definir una nueva categoría de enfermedad, en encuentros científicos auspiciadospor las compañías que compiten en el desarrollo de nuevas drogas.»

Moynihan no niega la existencia de alteraciones en la vida sexual de las mujeres. Pero se opone a su medicalización hecha a medida de las necesidades del mercado farmacéutico:

«El riesgo potencial de un proceso tan fuertemente esponsoreado por las compañías farmacéuticas es que las complejas causas sociales, personales y físicas de las dificultades sexuales (y sus soluciones) sean olvidadas en el apuro por diagnosticar, etiquetar y prescribir».

Este redactor del Australian Finance Review investiga desde hace años la injerencia de la industria farmacéutica en la elaboración de los criterios médicos para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. En un artículo publicado en abril de 2002 afirmaba:

«Mucho dinero puede obtenerse de gente sana que cree que está enferma. Las compañías farmacéuticas esponsorean las enfermedades y las promueven entre quienes prescriben y consumen medicamentos».

La réplica de las farmacéuticas no tardó en llegar: «Trabajamos para satisfacer necesidades médicas» dijo un portavoz de Pfizer; «todo lo que estamos haciendo es ofrecer un alternativa que pueda ser utilizada por los médicos», comunicó la industria farmacéutica británica.

Actualmente, los médicos prescriben Viagra a mujeres sólo en el marco de ensayos clínicos destinados a probar su eficacia en el tratamiento de la ahora cuestionada disfunción sexual femenina.

Críticas a una definición

Cuenta este periodista australiano que la actual definición de disfunción sexual femenina comenzó a ser elaborada en una reunión médica realizada en Cape Cod en 1997, y finalmente tomó forma al año siguiente en un encuentro que se llevó a cabo en Boston: «La publicación del consenso fue financiada por ocho farmacéuticas, y 18 de los 19 autores de la nueva definición tenían intereses financieros u otro tipo de relación con un total de 22 compañías que elaboran medicamentos».

Por otro lado, Moynihan pone especial énfasis en criticar un estudio publicado en 1999, en el Journal of the American Medical Association, que concluía que el 43% de las mujeres sufre alguna disfunción sexual. En su artículo cita a la psiquiatra norteamericana Sandra Leiblum, que sostiene que esa alteración es mucho menos prevalente: «La insatisfacción sexual e incluso la indiferencia existen en muchas mujeres, pero eso no quiere decir que ellas tengan una enfermedad».

Moynihan cita también al doctor John Bancroft, director del Kinsey Institute, para quien la actual definición de disfunción sexual femenina es engañosa: «La inhibición del deseo sexual es muchas veces una respuesta saludable para las mujeres que se enfrentan al estrés, el cansancio o comportamientos amenazantes de sus parejas», afirma Bancroft.

«El peligro de describir las dificultades sexuales como disfunciones es que puede alentar a los médicos a prescribir drogas para modificar la función sexual, cuando la atención debería ser puesta en otros aspectos de la vida de la mujer.» Comienzo de la notaLa aparición del Viagra, en 1998, no sólo marcó un antes y un después en el tratamiento de la disfunción sexual masculina. También generó un atractivo mercado para las compañías farmacéuticas: se estima que las ventas de esa pastillita azul -que ya ha sido recetada a más de 17 millones de varones en todo el mundo- le permitió a la farmacéutica Pfizer ganar 1500 millones de dólares en un año.

Tentadas por la posibilidad de obtener ganancias similares de un nuevo grupo de consumidores -las mujeres descontentas con su vida sexual-, la industria farmacéutica habría impulsado «la creación de una nueva enfermedad: la disfunción sexual femenina». Esto es lo que afirma el periodista australiano Ray Moynihan, en un artículo publicado en el último número de la prestigiosa revista British Medical Journal.

«La creación de nuevas enfermedades por parte de las empresas farmacéuticas no es un fenómeno nuevo, pero la invención de la disfunción sexual femenina es el más reciente y claro ejemplo de ello -escribió Moynihan-. Investigadores con lazos muy estrechos con las compañías están trabajando junto a sus colegas de la industria farmacéutica para desarrollar y definir una nueva categoría de enfermedad, en encuentros científicos auspiciadospor las compañías que compiten en el desarrollo de nuevas drogas.»

Moynihan no niega la existencia de alteraciones en la vida sexual de las mujeres. Pero se opone a su medicalización hecha a medida de las necesidades del mercado farmacéutico: «El riesgo potencial de un proceso tan fuertemente esponsoreado por las compañías farmacéuticas es que las complejas causas sociales, personales y físicas de las dificultades sexuales (y sus soluciones) sean olvidadas en el apuro por diagnosticar, etiquetar y prescribir».

Este redactor del Australian Finance Review investiga desde hace años la injerencia de la industria farmacéutica en la elaboración de los criterios médicos para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. En un artículo publicado en abril de 2002 afirmaba: «Mucho dinero puede obtenerse de gente sana que cree que está enferma. Las compañías farmacéuticas esponsorean las enfermedades y las promueven entre quienes prescriben y consumen medicamentos».

La réplica de las farmacéuticas no tardó en llegar: «Trabajamos para satisfacer necesidades médicas» dijo un portavoz de Pfizer; «todo lo que estamos haciendo es ofrecer un alternativa que pueda ser utilizada por los médicos», comunicó la industria farmacéutica británica.

Actualmente, los médicos prescriben Viagra a mujeres sólo en el marco de ensayos clínicos destinados a probar su eficacia en el tratamiento de la ahora cuestionada disfunción sexual femenina.

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