La enfermera de Rayan

La enfermera de Rayan

Saltar de la anécdota a la categoría es uno de los grandes vicios nacionales. Se trata de un síndrome que, enraizado en la pereza mental, sirve para no entrar en detalles, evitar el rigor del análisis, escapar del compromiso ante situaciones incómodas y diluirlo todo en el caldo insustancial de las ideas generales.

Subraya Manuel Martín Ferrand en ABC que ni un solo campo de la actividad nacional se libra de tan negativa afección y, de ese modo, aquí nadie se siente responsable directo de nada.

La culpa, como decían los castizos, es del empedrado: del sistema, que diría hoy un joven de botellón y pasotismo más consciente de sus derechos que de sus obligaciones.

Unos sucesos muy concretos y dolorosos, como los que se han llevado por delante a la joven Dalila y a su bebé, Rayan, no sirven para afianzar la solidaridad con Mohamed el Uarachi, esposo y padre de las víctimas; sino para abrir el campo de la contemplación y someter a revisión todos los planteamientos de la sanidad nacional.

Parece excesivo y es, en el mejor de los casos, algo estéril por lo artificioso de su planteamiento.

Resulta obsceno, y me quedo corto en la calificación, que unos accidentes puntuales se utilicen como punto de apoyo para la palanca de las reivindicaciones sindicales pendientes, para que la oposición -en este caso, socialista- se ensañe con el Gobierno de Esperanza Aguirre e, incluso, para que sin más argumentos que los coyunturales, los altavoces de la propaganda amplifiquen con distorsión la doctrina que le conviene a cada cual según su papel en la función.

Como feliz consecuencia de una semilla que fue plantada durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera y adquirió plenitud en tiempos de Francisco Franco, España ha desarrollado un sistema de Seguridad Social que, especialmente en su dimensión hospitalaria, es -sin rodeos ni complejos- el mejor del mundo.

Buena parte de ese nivel, que no por satisfactorio deja de ser perfectible, se debe a la calidad profesional y la abnegación del personal sanitario. Nuestros médicos, enfermeros, auxiliares y celadores merecen respeto y agradecimiento.

La enfermera de Rayan no es una excepción. Es, por decirlo con provocadora crudeza, una exigencia estadística. Docenas de millones de actos médicos, como se realizan cada año, tienen su cuota de errores, accidentes y fracasos. Valorar todo un sistema por uno de ellos es, más que injusto, totalmente ridículo.

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