Las alcaparras son conocidas desde la más remota antigüedad. Las primeras evidencias de consumo se remontan a 10.000 años atrás y a día de hoy todavía forman parte de la dieta mediterránea.
Son pequeñas yemas florales de color verde que se conservan en una preparación de vinagre blanco y sal, después se le añade estragón y otros condimentos. Al natural tienen un sabor amargo y un fuerte aroma, una vez que se preparan tienen un sabor parecido al de las aceitunas. Además, el vinagre que las conserva se utiliza para aderezar salsas y ensaladas.
Mejora la circulación y la digestión
Se pueden utilizar como un sustituto de la sal al cocinar pescado, carne o verduras.
Su gran potencial terapéutico se estudia por sus efectos antiinflamatorios, su capacidad protectora contra la diabetes y el cáncer, y los posibles beneficios para la circulación y la digestión.
Según investigadores de la Escuela de Medicina Irving de la Universidad de California (EEUU) las alcaparras tienen quercetina, una sustancia presente también en otros alimentos vegetales como la cebolla y que se ingiere habitualmente al consumirlas conservadas en vinagre, lo que ayuda a regular directamente las proteínas requeridas para realizar procesos esenciales tales como el latido del corazón, la contracción muscular, el correcto funcionamiento de la tiroides, páncreas y tracto gastrointestinal, o el mismo acto de pensar.