Cuando nuestra conciencia nos dice algo principalmente quiere autorregularnos
“Converso con el hombre que siempre va conmigo”. Estos famosos versos de Antonio Machado expresan una realidad irrenunciable para cada uno de nosotros, que dentro tenemos siempre a nuestra voz hablándonos y guiándonos.
No hay manera de taparse los oídos de forma definitiva para nuestra habla interior. ¡Cuánto nos cuesta a veces dejarnos de decir cosas!.
Nuestros soliloquios son plática con este buen amigo (sigo con Machado) que nos conoce, sabe nuestros secretos, nos ayuda a gobernarnos y vale, don Antonio, también nos enseña los secretos de la filantropía.
Muchas teorías psicológicas han usado esta imagen para expresar el funcionamiento de nuestra conciencia, de nuestra capacidad superior de reflexión, análisis y regulación, que es el significado que damos en psicología al término conciencia. Por ejemplo, el padre de la psicología conductista, J. Watson, decía que el pensamiento era básicamente habla subvocálica.
Para saber si hay pensamiento, decía con ese reduccionismo naif tan suyo, bastaba con colocar la mano encima de nuestra laringe y si vibraba, había movimiento superior.
Piaget daba al habla egocéntrica un papel fundamental para el desarrollo de la inteligencia del niño. Hablándose a si mismo, a veces en voz alta, empezaba el pequeño a apropiarse de la realidad y sus reglas.
Vigotsky y Luria consideraban que la formación de las funciones mentales superiores ocurrían a través de la interiorización del habla social que el niño escucha de sus padres y allegados desde su nacimiento.
Lenguaje y pensamiento era al final lo mismo, cambiando el referente de esos significados y sentidos (si me dirijo a los demás o a mí mismo). En Freud es evidente que el habla y sus fallos son la ventana más grande para llegar al interior de cada uno.
La psicología actual usa el término de automensajes para referirse a esa habla interior, aunque a mí me parece una forma demasiado simplista de denominar. Más allá de la etiqueta, lo importante es que pasemos ahora a analizar la función que cumplen esos soliloquios.
Abnegado lector, le vamos a proponer un juego, aproveche el momento en el que tenga que hacer una actividad compleja, no rutinaria, y hágala pensando en voz alta. Diga en alto todos los automensajes que le parece que se da. Si además se graba, para luego analizarla, mucho mejor. Si quiere, comparta sus resultados en este blog.
Las investigaciones que trabajan con este fenómeno del habla privada, en algunas hemos participado, suelen encontrar la siguiente distribución por tipos de automensajes: son menos de lo esperable los mensajes de contenido referido a la tarea en cuestión, lo que más abunda son la instrucciones sobre cómo llevar a cabo la tarea o cómo salvar las dificultades que aparecen (lo que se llaman mensajes de contenido regulatorio), trufados con expresiones emocionales y motivacionales.
En torno a 20% de mensajes de contenido y un 80% de regulación. ¿Le sale así?
Es decir, cuando nos hablamos fundamentalmente nos regulamos, nos gobernamos. Cuando nuestra conciencia nos dice algo principalmente quiere autorregularnos.
Vamos a dedicar una serie de post a conocer cómo funciona este mecanismo autorregulatorio. Queremos presentarle en qué manera esos procesos participan en el proceso que nos lleva a que realmente nos guste o no lo que nos interesaba, cómo hace funcionar nuestra fuerza de voluntad y cómo nos permite manejar nuestras emociones y afectos y lo mucho que esto nos sirve.
Pretendemos, en fin, enseñarle la cantidad de funciones básicas que ponemos en marcha cuando al piloto que maneja nuestro navío o el auriga de nuestro carruaje (según prefiera mar o tierra) le da por hablarnos y conversar.
- NOTA.- Dr. Juan Antonio Huertas – Profesor de Psicología de la UAM – Colegiado M-05492