Organizar fuera para ordenar dentro: la importancia de la gestión del tiempo en los problemas de atención
Los niños con dificultades de atención a menudo comparten otras características distintas de la pura inatención. No es raro que sean desorganizados, que hagan las tareas escolares siempre a medias, que las respuestas a sus exámenes sean incompletas y que sus trabajos estén poco cuidados o llenos de tachones.
Si bien es muchísimo más importante que las tareas estén bien hechas en cuanto al contenido a que estén pulcras o bonitas en relación a la forma (algo más secundario con lo que no podemos permitirnos frustrar al niño constantemente), lo cierto es que inculcar cierto orden y una disciplina específica es, a medio y largo plazo, una gran ayuda para el niño con problemas de atención, de planificación y de organización.
¿Y cómo ayudamos a nuestro hijo a interiorizar una mínima disciplina?
Pues disciplinando el entorno para disciplinar la cabeza, ordenando fuera para introducir cierto orden dentro, es decir, dejándonos de conceptos abstractos y difíciles de comprender y haciendo desde fuera todo el trabajo que queremos que él aprenda a hacer desde dentro.
Es decir, hacer todo un proceso de externalizar, como dicen los psicólogos, para volver a internalizar: sacar fuera todo su caos para ordenarlo donde sabemos ordenarlo: en el tiempo y en el espacio; y ser constantes para trasladar ese orden a su interior, a su forma de actuar, a su modo de organizarse.
No podemos dejar que el niño se mueva en un entorno caótico si lo que vemos es que él mismo es todo caos y desorden. Así, organizando su tiempo y su espacio a diario le estamos ayudando de manera sutil pero, a la larga, tremendamente eficaz.
Ya hemos tenido ocasión de comentar la importancia de organizar su tiempo en casa, después del colegio, de manera que se organice sistemáticamente el tiempo dedicado a hacer deberes y a estudiar.
Explicamos ahora en qué consiste exactamente esto de enseñarle al niño a gestionar su tiempo y cómo podemos contribuir nosotros para que finalmente sea él quien aprenda a organizarse.
No se trata de agobiarle y de colmar la tarde con tareas obligatorias sino más bien de lo contrario. Un niño despistado y desorganizado que no se sienta en a empezar y terminar los deberes acaba teniendo siempre cosas pendientes de hacer. L
os deberes se convierten habitualmente en esa eterna cosa pendiente y las cantinelas de “ponte a estudiar” o “termina los deberes” o “no puedes jugar hasta que no hayas acabado” acaban contaminando todos los ámbitos de su vida y convirtiéndose en un amenaza constante.
Dependiendo de la hora a la que el niño llegue a casa por las tardes así como del curso en el que esté y el nivel de exigencia del colegio, conviene planificar un horario de estudio diario que incluya entre una y tres horas de deberes y/o estudio diarios.
Dicho horario no puede ser impuesto sino que ha de ser consensuado y pactado con el niño. Lo ideal es elaborarlo en conjunto, acordar y negociar tiempos de estudio, tiempos de descanso y tiempos de ocio; y dejarlo todo plasmado en una cartulina que presida la zona de estudio el niño, colgada de un corcho o una pizarra.
Una buena forma de conseguir que el niño se comprometa en el cumplimiento del horario es asegurarle que “estará prohibido estudiar en los tiempos dedicados al ocio” y que no le perseguiremos ni regañaremos para que estudie fuera de ese horario. Se le deben hacer ver las consecuencias positivas de planificar, algo que le otorga a él más tiempo para sí mismo; y sería conveniente hacerle ver que se le premiará si se esfuerza por seguir su horario.
Al principio es importante que nos esforcemos por reforzarle pero, con el tiempo, irá obteniendo y viendo por sí mismo otros reforzadores aún más eficaces como la tranquilidad de llevar los deberes hechos a clase todos los días, evitarse broncas y notitas del profesor en el colegio, disfrutar de algo de tiempo para jugar todas las tardes, olvidarse de agobios por las noches, etc.
Los viernes pueden ser una excepción, un día especial, pero no así el sábado y el domingo, cuando es imprescindible que también exista cierta rutina de estudio para evitar los agobios de última hora y las tardes de domingo insoportables. Evitaremos también problemas y nervios de último momento, evitando problemas de ansiedad y estrés desde edades tan tempranas.
El fin de semana el tiempo dedicado al estudio puede y debe organizarse de manera que no interfiera en el tiempo de ocio.
Es normal que el niño quiera levantarse más tarde esos días pero no tiene por que perder la mañana entera. Puede plantearse un horario tal que permita dos horas de estudio por la mañana y que deje tan solo una hora u hora y media para la tarde, cuando normalmente la concentración es más difícil. Si el niño es más vespertino que matutino, cosa menos habitual, puede entonces invertirse el orden.
El tiempo de estudio, además, no es un tiempo continuado de atención constante. En función de la edad del niño y de sus propias dificultades, el tiempo de estudio ha de dividirse en espacio de entre 35 minutos como mínimo y una hora y media como máximo.
Entre medias, se planifican también descansos de entre 10 y 15 minutos en los cuales es aconsejable levantarse, dar una vuelta o charlar un rato, no ponerse a jugar con videojuegos, consolar u ordenadores; ya que estas actividades, dada su naturaleza, dificultan que el niño vuelva a ponerse a estudiar tras el descanso, además de que consumen y sobreestimulan innecesariamente sus recursos atencionales.
Si nos tomamos en serio la enseñanza de estrategias de organización y planificación, tendremos que ponernos a ello de manera igualmente disciplinada y rutinaria. Predicando con el ejemplo, nunca mejor dicho.
Y sin perder de vista que una fuente infatigable de aprendizaje proviene de todo lo que el niño observa e imita a su alrededor – el aprendizaje vicario, como se denomina en psicología. Hemos de tener en cuenta que esto requiere también de un importante esfuerzo por nuestra parte y, por tanto, tener siempre presente que el objetivo final bien merece la pena, sin desmotivarnos innecesariamente por el camino.
No podemos olvidar que nuestro objetivo es distante en el tiempo y, por tanto, se construye lentamente. Que el niño adquiera las herramientas necesarias que le permitan fijarse en el futuro sus propios objetivos y conseguirlos es, en sí misma, una tarea compleja y de largo recorrido que se le hará muy cuesta arriba al propio niño si no le ayudamos fijando paulatinamente pequeñas metas y objetivos a corto plazo que puedan ir siendo reforzados.
En definitiva, la gestión del tiempo es una herramienta que pocos niños manejan adecuadamente pero que a todos se les exige. Las carencias a este nivel se traducen siempre en una espiral de malos resultados académicos, desmotivación y pérdida de interés por todo lo relacionado con la escuela.
Algo que es especialmente peligroso en una edad en la que la formación y el aprendizaje son fundamentales y requieren un altísimo porcentaje de tiempo en la vida del niño.
Por su gran relevancia, seguiremos hablando, más adelante, de estrategias de utilidad para la adecuada gestión del tiempo y de los espacios.
Ana Villarrubia (Psicóloga Col. M-25022) dirige al Gabinete Psicológico ‘Aprende a Escucharte’