Diversos estudios han demostrado que los niños aprenden a lidiar con las emociones a una edad previa a la que se había creído anteriormente; el niño es capaz de reconocer emociones positivas y negativas desde los primeros meses de vida.
Por otra parte, las emociones infantiles son mucho más ricas de lo que los niños son capaces de expresar, es decir, la experimentación de la emoción antecede a la capacidad de expresarla.
Alrededor del primer mes aparece la sonrisa en los bebés como forma de transmitir que son selectivos y sensibles a los rasgos de sus cuidadores.
A los ocho meses los niños pueden identificar el significado emocional de la expresión facial de sus padres. En esta edad se da también lo que se conoce como ansiedad ante los extraños y ansiedad de separación, dos organizadores fundamentales de la afectividad entre el bebé y su cuidador.
Sobre los dos años, los niños empiezan a comprender la emoción implícita en reír o llorar, y a los tres son capaces de distinguir a las personas apropiadas para tratar con propósitos distintos. A partir de los cuatro años los niños son capaces de reconocer los sentimientos de los personajes de los cuentos, además de comprender que una misma situación puede elicitar varias respuestas emocionales.
Por otro lado, el lenguaje de los niños de entre 2 y 5 años es rico a la hora de hablar de la expresión de emociones y muestran un amplio léxico emocional. A los seis años los niños comprenden que situaciones desagradables producen emociones negativas, así como situaciones positivas producen felicidad.
Entre las edades de 6 a 11 años, las experiencias escolares tienen una influencia clave sobre la auto−valoración que realizan los niños sobre sí mismos, aspecto que modula de forma muy importante el estado emocional de las personas. Entre los 11 y los 15 años se van estableciendo nexos de unión entre hechos y las emociones que generan.
En la adolescencia se reconoce la distinción entre las emociones que uno experimenta en un momento dado y las emociones de otras personas en ese mismo momento y a partir de ésta, se ponen de manifiesto déficits en el manejo de las emociones, principalmente las que tienen relación con las habilidades sociales.
Estos déficits son preocupantes por los efectos que tienen en la juventud y en la sociedad en general por ello diversos problemas como conflictos en la relación con los demás, desengaños amorosos, suspender exámenes, rechazo social, conflicto con la familia, etc.
Pueden servir de detonante de estados depresivos, emociones negativas perturbadoras y comportamientos disruptivos como desórdenes en la comida, suicidios, violencia, delincuencia, consumo de drogas o alcoholismo.
Nuria Torres Marcos es Psicóloga (Col. M-26071) en el Gabinete Psicológico ‘Aprende a Escucharte‘