Como decía el Romance del prisionero:
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor.
El amor, materia psicológica por excelencia, fuente de felicidad extrema y de desdicha sin fin, fortaleza y debilidad humana sin parangón… Pero, a pesar de todo ello, un tema más propio de comedias y melodramas románticos que objeto de textos psicológicos. No lo veo justo.
La psicología moderna, muy preocupada por ser y parecer científica, y velando siempre por la rigurosidad de su método, no le ha dedicado al asunto del amor toda la atención que a mi juicio merece: como no arrastra a sus espaldas años de investigación, como no viene avalado por un enorme campo de estudio, entonces para qué prestarle esa dedicación que lo haga meritorio de mayor atención en el futuro. Curiosa paradoja.
Y, sin embargo, no pasa un solo día sin que en mi consulta se hable de amor.
A finales de la década de los 80’ el prestigioso psicólogo e investigador Robert Sternberg, justificadamente preocupado por el tema del amor, se decide a plantear su denominada ‘Teoría triangular del amor’ que define toda relación interpersonal en base a tres componentes bien definidos y diferenciados y cuyas múltiples combinaciones sirven de base para definir también distintas formas de amor.
Define así tanto la estructura de algo hasta el momento tan aparentemente indefinible: el amor; como el producto final, el resultado de las distintas dinámicas que se establecen entre sus componentes: las distintas expresiones del amor.
Describe su teoría como triangular, pues se ancla en tres pilares fundamentales, tres componentes presentes en mayor o menor medida y necesarios para definir toda relación amorosa: la intimidad, la pasión y el compromiso. Los tres picos de lo que físicamente él mismo representa como un triángulo.
De la dinámica de relaciones posibles entre esos tres pesos pesados, de la cantidad de cada uno de ellos, depende la distancia a la cual se sitúa cada vértice del triángulo y, por tanto, cada forma de amor tiene genuinamente asociada una forma triangular distinta.
Descubrimos gracias a Sternberg que la pasión más desbocada es puro encaprichamiento, que multitud de formas de amor carecen de un elemento que a menudo se considera imprescindible, la atracción física y pasional. Que lo que existe en un matrimonio de conveniencia, amor vacío, también puede llamarse amor, pero a su manera. Y que lo que existe entre dos buenos amigos es, también, una sincera expresión de amor.
Descubrimos, sobre todo, que el amor que nos venden en las películas, el amor que toda quinceañera (y no tan quinceañera) ansía vivir, el amor romántico, es por naturaleza breve. Nos damos cuenta entonces de que al acabarse no acaba el mundo, como muchos hemos pensado en más de una ocasión, sino todo lo contrario:
se abre un mundo de posibilidades en el que activamente podemos decidir en qué queremos transformar esa agradable pero convulsa etapa de enamoramiento.
Gracias a esta genial teoría Sternberg nos ayuda comprender las contradicciones del amor, su profundidad y su futilidad, su incierto y maravilloso carácter de inestablidad que debería empujarnos a esforzarnos día a día por cuidar a quienes nos rodean y por construir nuevas relaciones sobre la base de nuestras necesidades
Y es que, hablando se entiende la gente (o al menos eso nos dicta el sentido común) y solo hablando de amor se entiende el amor. Solo desgranando el amor, desmenuzándolo y analizando sus componentes se desidealiza el amor.
Ojo, que con desidealizar no quiero hablar de desintensificar la experiencia amorosa, sea del tipo que sea. La intención es, una vez más, vivir etapa a etapa lo mejor de cada una, vivir el proceso, trabajar en su conservación y transformación (cuando se quiera) y protegerse frente a emociones incoherentes y expectativas infladas.
A partir de ahí, dejemos hablar al amor.
Ana Villarrubia Mendiola (Psicóloga Col. M-25022) dirige el Gabinete Psicológico ‘Aprende a Escucharte’