Hace dos siglos, un grupo de británicos de viaje por el Cáucaso quedó prendado de la majestuosa apariencia de una planta enorme, de bonitas flores blancas, que los campesinos de la zona utilizaban como forraje para su ganado, por lo que decidieron traerla hasta Europa.
El primer lugar en el que se tiene constancia de su cultivo es el Real Jardín Botánico de Kew, en Reino Unido, donde en 1817 recibieron las semillas directamente desde los jardines Gorenki de Rusia.
Sin embargo, pronto comenzó a extenderse por otros jardines del resto de Europa, provocando las delicias de quienes observaban admirados la bella apariencia de la planta.
Lo que no sabían es que lo que en un principio parecía una simple especie ornamental pronto se convertiría en un gran quebradero de cabeza que ha llegado hasta nuestros días, según recoge Azucena Martín en El Español.
Aquella bonita planta era el perejil gigante (Heracleum mantegazzianum), un miembro de la familia de las apiáceas caracterizado por su gran tamaño que alcanza entre los dos y los cuatro metros de altura, sus hojas grandes y palmeadas, y el enorme cúmulo de flores blancas que se encuentra coronando sus tallos.
Aunque es indiscutible que su llamativo aspecto podría convertirla en una perfecta planta ornamental, esconde un oscuro secreto que le confiere un gran peligro para quiénes la tocan más de la cuenta. Se trata de su savia que, si entra en contacto con la piel humana, puede producir urticaria y, lo que es peor, una gran fotosensibilidad.
Esto se debe a que posee sustancias que anulan la capacidad de la piel de protegerse de los rayos ultravioleta solares, por lo que el más mínimo contacto con estos produce grandes quemaduras.
En los casos más graves, pueden llegar a requerir que el afectado se someta a un injerto de piel.
Además, si penetra en los ojos, puede causar ceguera, temporal o permanente. Esta savia fluye por el interior de toda la planta, por lo que cualquier pequeño arañazo puede liberarla peligrosamente.