El paso hacia el transhumanismo analizado a fondo

Inmortalidad: la historia de las personas que ya no quieren ser humanos

Todas las historias comienzan en nuestros finales: las inventamos porque morimos.

El libro de Mark O’Connell’s To Be a Machine es un viaje a través de un mundo orientado hacia el objetivo tecnocientífico último: la perfección de la raza humana a través de la tecnología.

Escribe Olga Rachello en el portal The New Atlantis que, a diferencia de la mayoría de los libros sobre transhumanismo,

Este volúmen es refrescantemente personal, presentando una serie de encuentros con transhumanistas destacados contados por un extraño que a veces se intimida, a menudo provoca, buscando en su esfuerzo abordar cuestiones sobre el potencial de la tecnología para transformar radicalmente vida humana.

El libro comienza con la frase:

Todas las historias comienzan en nuestros finales: las inventamos porque morimos.

Sin embargo, es un evento conmovedor y opuesto al que O’Connell recurre: el nacimiento de su primer hijo. Esta nota explícitamente personal viene a iluminar tanto la investigación que sigue como la reflexión del autor sobre el tipo de retrato humano que surge de la cosmovisión transhumanista, que aborda la naturaleza no como una realidad para ser entendida sino como un problema a resolver.

Para O’Connell, el nacimiento de su hijo implica un descubrimiento alarmante: mirar fijamente a su recién nacido, se enfrenta a la condición humana en toda su vulnerabilidad inherente, confrontada con nuestra finitud.

Como O’Connell señala, como destaca Rachello en su reseña, hay un deslizamiento común interesante en el término «la condición humana». «Condición» generalmente solo significa la forma en que son las cosas, pero otra forma de entenderlo es como «una enfermedad u otro problema médico».

Desde esta perspectiva, nuestra condición no es un estado de ser sino una anomalía, una desviación de la forma en que las cosas deberían ser. «No soy un transhumanista«, explica O’Connell desde el principio.

Pero mi fascinación con el movimiento, con sus ideas y sus objetivos, surge de una simpatía básica con su premisa: que la existencia humana, como se le ha dado, es un sistema subóptimo.

EL PLAN FUTURISTA DE MAX MORE

El primer encuentro de O’Connell con el transhumanismo es a través del futurista Max More, «Una carta a la madre naturaleza». El documento es una especie de manifiesto contra los rasgos humanos básicos que la naturaleza nos ha otorgado:

Nuestras limitaciones cognitivas, nuestra forma corporal, envejecimiento e incluso la mortalidad en sí misma. A partir de este rechazo, es un paso breve para la idea de que nuestra finitud puede ser cambiante, que puede haber una forma de manipular la evolución a través del avance tecnológico y escapar de una vez por todas de nuestra condición.

Enfrentado con esta visión, O’Connell se ve obligado a comprender lo que significaría para la tecnología rehacer la humanidad.

Quería aprender lo que significaba ser una máquina, o pensar en ti mismo como tal.

A través de las historias que O’Connell narra en su libro, explora el transhumanismo no como un conjunto separado de creencias sino como un reflejo de lo que es ser humano:

Experimentar la vida como un momento demasiado breve en un flujo continuo e instintivamente querer rebelarse contra nuestro destino.

Un motivo curioso en el libro es una aparente ambivalencia sobre si los humanos pertenecen al mundo natural de la biología o al mundo artificial de las máquinas. Este tema emerge, por ejemplo, durante la visita de O’Connell a Alcor, una instalación de preservación ubicada en el desierto a las afueras de Phoenix, Arizona.

Aquí, las personas pueden pagar una tarifa para ser «vitrificadas» poco después de morir con la esperanza de que algún día la tecnología permita la reanimación y la restitución a la existencia, idealmente al ser transferidas a un sustrato más duradero que los cuerpos que les fallaron en el primer lugar.

Subir la mente a un sustrato tecnológico no biológico sería el triunfo final de la mente sobre la materia. En opinión de O’Connell, esta clase de retórica instrumentalista pertenece a un paradigma en el que los seres humanos podrían ser reemplazados, versionados por máquinas más poderosas, porque el destino de todas las tecnologías era, finalmente, ser reemplazado por algún dispositivo que fuera más sofisticado, más útil, más efectivo en la ejecución de sus tareas.

Durante la primera edición del Congreso Internacional de Criopreservación y Longevidad, Max More explicó en Madrid la matriz de todos estos conceptos que ahora salen en el libro de O’Connel.

 

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