Marzo de 1980. Un bebé de dos semanas de vida es declarado muerto súbitamente en casa de su madre, en Franklin, Milwaukee, estado de Wisconsin. A su lado, Nancy Moronez, mira desorientada sin emitir palabras.
Marzo de 1984. Un llamado al 911 pide urgente ayuda médica. Al arribar a la casa de Milwaukee, los profesionales determinan que el bebé de seis meses había fallecido. Parte oficial: muerte súbita infantil. A su lado, la babysitter observa la escena sin hablar. Solo dice: «Allí está», cuando los bomberos tocan a la puerta.
Febrero de 1985. Un llamado al 911 alerta sobre una bebé de once semanas que no reacciona. Está sentada en su silla, su piel azul y fría. Muy fría. Los médicos, al llegar, comprueban que está sin vida. Parte oficial: muerte súbita infantil. A su lado, la misma babysitter. Uno de los bomberos parece reconocerla y le pregunta: «¿Me recuerda?». «Sí, lo recuerdo. Le dije a mi marido que no quería cuidar más niños», responde Moronez. Era el mismo que un año atrás había estado en esa misma vivienda tratando de resucitar a otro bebé, sin éxito.
Todo fue confesado por Moronez. Incluso, luego del crimen de su hijo, hizo una «promesa a Dios» tras el nacimiento de su hija. No le haría nada si decidiera comenzar a llorar. Pero rompió la promesa con los niños que le dieron a su cuidado, de acuerdo a The Washington Post.
También rompió la promesa que se había juramentado sobre no contarle a nadie la historia. Un día decidió confiárselo a su hija. Le contó cómo había muerto en verdad su hermano. Y otros dos bebés. Y la joven resolvió denunciarla ante la policía. No soportó convivir con una asesina. Aunque fuera su propia madre.
Fuente: Infobae/Leer más
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