SerGordo / Diario de una reducción de estómago

Cuando la comida pasa a ser un recuerdo

Ha dejado de ser el centro de mi vida: no es que viviera para comer, pero de alguna manera mi vida cotidiana giraba alrededor de la comida

Es inaudito. Si a mí alguien me hubiera dicho que, en el espacio de dos meses, iba a cambiar tanto, lo hubiera tachado de loco

Este segundo mes de ingesta de proteínas, de masticar e ingerir algo distinto a purés, está resultando más difícil y arduo que la primera fase.

Es complicado, al menos en mi caso; los gases me invaden y al comer cualquier clase de vianda se incrementan, me duele el estómago: se cierra, y si insistes y comes, vomitas.

Empiezo a comprender a aquellos que dicen que no lo han podido resistir y, como es reversible, han echado marcha atrás.

No porque lo vaya a hacer –ni siquiera se me pasa por la cabeza–. Lo cierto es que a partir de la operación de bypass, la comida ha dejado de ser el centro de mi vida. Entendámonos; no es que viviera para la comida, pero de alguna manera mi vida cotidiana giraba alrededor de la comida.

Quedabas para comer, para tomar el aperitivo, una cerveza…

Soy soltera, salía mucho, siempre estaba en la calle. Ahora comer casi es un suplicio, no tengo ninguna ansiedad por la comida, no me llama nada la atención las grasas, embutidos…

Prefiero comer en casa, comida cocida sin especiar, muy suave: compota de manzana, tortilla francesa, nada de alcohol (ni siquiera vino); en fin, ninguna delicatessen.

De ahí lo de que la comida ha pasado a ser una parte más de mi vida, nada relevante, algo hay que comer y poco más.

Es inaudito. Si a mí alguien me hubiera dicho que, en el espacio de dos meses, iba a cambiar tanto, lo hubiera tachado de loco.

Tengo la suerte de estar pasando este periodo de adaptación de costumbres culinarias y de nuevos hábitos en una época estival y rodeada de mi familia, pues sin su ayuda todo este proceso sería mucho mas complicado y difícil.

La comida, los excesos culinarios, me temo que han pasado a ser un recuerdo. 

Sacaba a colación Martin Ferrand, en su columna habitual de ABC, a Baura cuando comentaba que:

«Los recuerdos, los que aceptamos como tales, lo mismo pueden ser fruto de la memoria, que del deseo. Los primeros cursan con el rigor de lo verdadero y, más o menos ricos en detalles, guardan una experiencia pasada. Los segundos sobrevienen cuando se deja volar la imaginación y , pasado el tiempo, tienden a confundir la fantasía con la realidad.»

Creo, en mi caso, que la comida ha pasado a ser un recuerdo fruto del deseo.

Buenos días y buena suerte.

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Autor

Concha Páez

Licenciada en derecho por la Universidad de Granada (1977-82).

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