Nada de lo que tus hijos hagan podrá evitar que los ames

La desgarradora historia de la madre que compraba heroína para su hija adicta

Literalmente quería sacudirla de los hombros como a una muñeca y gritarle

Estaba empapada de sudor, vomitando, llorando, histérica, temblando. Simplemente desesperada, sintiéndose terriblemente mal. Me sentí arrinconada, como si no hubiera nada más que yo pudiera hacer».

«Así que le dije: ‘¿Hay alguna manera de que podamos solucionar esto?¿en la calle?'».

Esa es la situación que, en sus propias palabras enfrentó una madre con su hija adicta a la heroína, mientras ésta, con síntomas agudos de abstinencia, se desintegraba frente a sus ojos a la espera de iniciar un tratamiento de rehabilitación.

«¿Qué harías tú?», pregunta.

La mujer, de una aldea en el suroeste de Inglaterra, describió a la BBC cómo terminó llevando a su hija hasta el centro y pagando para que consiguiera su dosis.

Se pasó una buena hora llamando a diferentes sitios y la gente sólo le ofrecía heroína, no metadona.

Lo cuenta ella misma.

«Así fue como terminamos en el centro de una localidad y yo entregando mi dinero conseguido con mi arduo trabajo para comprar una droga.

El problema realmente empezó hace cinco años, cuando ella tenía 18. Estaba pasando por unos cambios en su vida, en términos de amigos que se fueron a la universidad y una relación de larga data en la que se sentía feliz pero se dañó. Su comportamiento, su personalidad, empezaron a cambiar.

Antes era una buena trabajadora, montaba a caballo, pero empezó a dejar todas esas cosas de lado. Dormía mucho durante el día. Yo le preguntaba si algo le pasaba.

Entonces empezó a asociarse con gente que yo sabía que no era una buena influencia para ella, gente mayor que usaba drogas.

Así se fueron conectando las cosas.

Un día estábamos regresando de algún lugar en coche y le pregunté de nuevo si le pasaba algo.

«Imagínate lo peor», me contestó.

«¿Estás embarazada?», pregunté, y ahora que lo pienso, eso no habría sido nada. Habría sido fantástico si esa hubiera sido su respuesta.

Pero fue esto lo que me dijo: «No, no, mamá. Piensa en lo peor. Mucho peor que eso. Piensa en lo peor».

«¿Eres drogadicta?», le pregunté. Me respondió que sí y se echó a llorar.

Fue el peor día de mi vida.

Hablamos de cómo podría dejar de drogarse inmediatamente, lo antes posible. Lo hablamos entre familia y hubo gritos. Surgían diferentes emociones; un minuto te enfadabas y gritabas y el siguiente me sentías mal por ello.

El hermano de mi esposo había usado drogas y murió de depresión cuando intentó dejar la adicción.

Así que mi esposo piensa que desperdició su vida, que su hermano hubiera podido aportar algo valioso a nuestra familia y sociedad.

Y creo que me sentí igual con mi hija. Ella tenía tanto que ofrecer y no quería verla tomar decisiones equivocadas.

En ese momento, nuestra hija no sentía que fuera un problema. Decía repetidamente que era «sólo por diversión».

Aunque también sufría períodos de depresión, en las que no había diversión alguna. Pero ella no estaba preparada para admitirlo.

Con el tiempo, le dimos un ultimátum. En retrospectiva, no sé si fue la decisión correcta, pero dijimos: «Si sigues usando drogas, no podrás seguir viviendo en casa».

Y la echamos, porque continuó.

Entoncessu consumo de drogas aumentó y su grupo de amigos era cada vez peor.

La odié. La odié tanto.

Pensé que tenía el poder para no hacerlo más y que no quería.

Nada de lo que tus hijos hagan podrá evitar que los ames, pero sentí un odio enorme. Estaba tan iracunda. Literalmente quería sacudirla de los hombros como a una muñeca y gritarle: «¡Por Dios, mira lo que te estás haciendo!».

Cuando mis hijos eran pequeños fui una madre muy controladora. Tenían su horario para ir a la cama y comían sus vegetales y todo eso.

Pero ahora me sentía sin control. No podía decirle «no, no puedes salir. Tienes que venir a casa y quedarte y ponerte en orden», pues ella contestaba «soy una adulta. Puedo hacer lo que me plazca».

Estaba muy desilusionada, porque tenía grandes expectativas de lo que podía lograr. No lograba hacer nada.

Aunque las cosas cambiaron brevemente cuando empezó a darse cuenta de que no era feliz.

Solicitó entrar en el ejército, en la policía militar. Cursó el entrenamiento básico, le fue bien y logró un buen empleo con la policía militar.

Entonces pensamos que había vencido su drogadicción y dado un giro a su vida, y nos sentimos orgullosos.

Recuerdo haber pensado, «Oh, por Dios, lo logró. No sólo lo logró, lo ha hecho muy bien, con un muy buen empleo». No nos dimos cuenta que el problema persistía.

Ganaba un buen sueldo, pero al cabo de un año empezamos a recibir sus llamadas cada fin de mes.

«No sé en que se me va el dinero, mamá. Simplemente desaparece. No tengo nada a fin de mes. No tengo dinero para comprar comida y otras cosas», nos repetía.

Ante eso, le enviábamos un adelanto para el siguiente mes. No le estábamos dando dinero, era un adelanto hasta que le llegara el siguiente salario.

Pero durante todo ese tiempo nos escondió su problema,creo que porque se sentía avergonzada.

Volvía a casa y se asociaba otra vez con la misma gente, así que la veíamos muy poco los fines de semana. Y luego tenía que regresar a su base los lunes.

Pero pronto empezó a afectar su trabajo.

Notamos que se estaba cansando. Estaba agotada por haber salido de fiesta durante todo el fin de semana y luego haber trabajado a tiempo completo durante la semana.

Cuando no te has acostado desde el jueves y regresas el lunes directamente a trabajar quedas exhausta. Así que fue entonces cuando mpezó a pagar las consecuencias.

Creo que sus jefes y colegas se empezaron a dar cuenta de los cambios, porque nos comenzaron a llegar llamadas del ejército.

Un lunes que regresaba al trabajo, después de no haber dormido durante días, estrelló su auto contra el separador en la autopista.

Mi esposo y yo nos dimos cuenta de que si no la frenábamos, se mataría o terminaría matando a alguien.

Así que, cuando me llamaron durante la semana desde el ejército, les dije.»Saben, creo que mi hija toma drogas los fines de semana y necesita que le hagan un control».

Fue así como perdió su empleo.

Estoy segura de que está resentida conmigo por haberlo hecho, pero creo que le salvé la vida o la de otra persona.

Era cuestión de tiempo que se volviera a estrellar. Y eso hubiera cargado en mi conciencia para siempre.

Después de ello, se la pasó buscando sitios para dormir, de un sofá a otro, de un lugar de drogas a otro.

Había perdido su licencia de conducir, por hacerlo drogada. Así que pasó de ser independiente, con un auto, a no tener básicamente nada.

Una de las casas en donde vivía se incendió cuando no estaba allí, por suerte. Pero perdió todos sus artículos personales, todo lo que poseía.

 

Cada vez que la veía, nuestra relación dependía de su estado mental y de cuál era nuestra disposición para aceptar lo que era y lo que hacía.

Pero, llegó un punto en el que discutimos y nos dijo que no quería más contacto. Así fue como dejamos de hablar durante tres meses.

Finalmente llamó y dijo que eso no estaba funcionando.

Creo que pensó que el no tener contacto la haría sentirse mejor mentalmente, porque nosotros éramos un constante recuerdo de cómo su vida estaba yéndose a la deriva. Nadie más le estaba diciendo eso, sólo nosotros.

Nos pusimos en contacto otra vez y cenamos juntos por Navidad. Lo recuerdo bien porque era obvio que había consumido drogas durante la noche y no podía mantenerse despierta.

Cayó dormida con la cara en el plato con comida navideña. Era una señal de lo mal que estaban las cosas.

Al principio mi hija decía que tomaba drogas para divertirse. Después de unos cinco años de uso intenso, decía que era para anestesiar las emociones y anestesiar la realidad, para no preocuparse, no tener que pensar o molestarse.

En ese punto las sustancias no le daban placer. No creo que confiara en mucha gente, incluyéndome a mí, porque (en esas situaciones) te vuelves sospechosa de todo y de todos.

Nadie puede ayudar. Nadie sabe qué decir. Todo el mundo está desesperado por que sean buenas noticias.

«¿Cómo te va?», preguntan.

Y si las noticias son buenas, responden: «¡Oh, magnífico, magnífico!».

Pero, en realidad, nadie quiere escuchar que todo sigue igual o peor. Y tampoco hay mucha ayuda profesional, a no ser que puedas pagar por ella.

De hecho, algunas veces acudimos unos terapistas privados. Tuvimos muchas conversaciones con ella sobre cómo planear el futuro. «Si haces esto y lo otro, tal vez puedas alejarte de las drogas», le decíamos.

Hasta que llegamos a un punto en que la encerramos en su habitación.

Mi esposo selló con tablas las ventanas y echó llave a la puerta, pero no tuvimos éxito, porque la persona necesita querer hacerlo ella misma, y ella no quiso.

Al final, uno de sus compañeros, uno con el que usaba drogas, vino a la casa, amenazó a mi esposo y forzó la puerta para dejarla salir.

Finalmente, mi hija fue sorprendida robando de sus empleadores para financiar su adicción.

Había robado un cheque de los de atrás de mi chequera y lo cobró por un poco más de mil libras (US$1.500). La acusamos ante las autoridades.

Lo habíamos intentado todo. Tenemos un fuerte sentido ético y tenemos dos niños más pequeños observándonos y viendo nuestras decisiones. Queríamos mostrarles que uno no roba a la familia. Punto final.

Llevamos a nuestra hija ante un tribunal y nos sentamos con ella, apoyándola, y le dijimos: «Estamos aquí para ti, pero no vas a hacer eso. No se te permite robarnos».

El tribunal ordenó para ella una rehabilitación que implica someterse a un control dos veces a la semana, empezar un programa de metadona y recibir consejería en sesiones de grupo específico para gente con problemas de adicción.

También debía portar un localizador electrónico durante tres meses, lo que significa que debe permanecer en nuestra casa entre las siete de la tarde y las siete de la mañana.

Pensamos era el mejor escenario, porque no queríamos que terminara en la cárcel.

Sólo queríamos ayudarla y no parecía que tuviéramos ayuda de otra manera. Así que pensamos que esa sería la mejor solución posible.

Salimos del tribunal a eso de las 2:30 o 3 de la tarde, y le pregunté al abogado cuándo teníamos que empezar con ello.

«Ahora mismo», contestó.

Teníamos que regresar a casa, porque los encargados de colocarle el localizador podían llegar a cualquier hora, me dijo.

«Bueno, ¿y qué hay de la adicción a drogas de mi hija?», le pregunté.

«Usted sabe que no puede parar así de repente. ¿Qué va a pasar? Va a fracasar inmediatamente. Va a salir corriendo porque la desesperación para conseguir las drogas es tan grande que no vamos a poder mantenerla en casa«.

«Pues, vayan al médico de cabecera», me contestó él.

Así que fuimos a donde el médico, quien nos contó que ya no recetaban metadona, y que para conseguirla tendríamos que ir al centro de rehabilitación.

Allí fuimos y nos dijeron: «Disculpen, nosotros no somos un servicio de emergencia, tendrán que contactar al médico de cabecera».

Le explicamos que habíamos ido donde el médico y que nos había dicho que fuéramos donde ellos.

«Pues no podemos hacer nada hoy. Ella no se va a morir de la abstinencia», nos contestaron.

Quedé perpleja ante esa falta de responsabilidad y que toda la carga estuviera sobre nosotros, los padres. «Es su problema. Ya tiene el detector que la obliga a quedarse en su casa».

No puedes vivir con una persona que se está absteniendo de una adicción de US$150 al día, que va a pasar el día pataleando y gritando y llorando y vomitando y probablemente rompiendo cosas porque está tan frustrada y asustada.

Pero a nadie le importa. Los servicios de emergencia no suministran metadona. Estás en una encrucijada.

Yo no compré la heroína personalmente. Simplemente conduje el auto a una zona y ella salió, se inyectó y regresó.

Y de alguna manera sentí como si hubiera tomado un paso hacia un lugar distinto, como si fuera otra persona. Había hecho algo que en toda mi vida no haría ni me imaginé que haría.

Pero mi esposo se sintió completamente traicionado.

Tuvo una opinión muy fuerte al respecto. Estaba muy molesto.

Sintió que lo había traicionado al ir a la calle a comprar las drogas porque ya habíamos tomado una decisión al respecto hacía años. Cuando nuestra hija reconoció que tenía un problema dijimos que le daríamos todo el apoyo posible pero nunca le compraríamos drogas. Nunca le daríamos dinero o regalos, sabiendo que los vendería para poder comprar drogas.

Cuando le dije a mi esposo lo que habíamos hecho, quedó desconsolado durante días.

Y en cierto momento, sin que yo me diera cuenta, escribió a la BBC:

«A nuestra hija adicta a la heroína se le ordenó someterse un programa de rehabilitación con un toque de queda de 7 a 7, controlada mediante un localizador electrónico, y teniéndose que quedar en la casa familiar. Pero como todavía no se le ha suministrado metadona, mi esposa se la ha llevado a la calle para ver si puede comprar algo (es la medianoche ahora)».

Le prometí que jamás lo haría otra vez.

Y él dejó muy en claro que si lo volvía a hacer que eso recaería sobre mí porque no aceptaría la traición, el hecho de que yo actuara contra sus deseos.

Él tiene una actitud muy rígida ante la vida, como muchos hombres, creo. Y si hay algo que he aprendido de esta situación en los últimos ocho años, es que las cosas no son en blanco y negro. Hay todo tipo de matices.

Hemos conversado mucho al respecto desde entonces. No haría eso ahora. Creo que hubiera ido al servicio de urgencias e insistido en que le dieran algún tipo de sedante fuerte.

Ahora está bajo un programa de metadona, en el que recibe una dosis determinada cada mañana en la farmacia. Tiene que tomársela frente al boticario y luego regresa a casa.

No tiene síntomas de abstinencia y tampoco se siente drogada. No produce efectos de euforia, solo evita el malestar, y puede funcionar durante el día.

Ayuda con la limpieza de la casa y a preparar la comida.

Con el tiempo tomará menos metadona cada día, con miras a dejarla por completo en seis meses.

Antes de que nos presentáramos ante el tribunal me dijo: «Ya estoy harta. Esto es horrible».

Había intentado suicidarse un par de veces, una vez fue tan serio que tuvo daños al hígado. Pero tiene que mostrar tu voluntad de entrar en un programa de metadona. No puedes aparecer y decir, «Estoy harta de ser una adicta a la heroína, quiero pasarme a metadona».

Tienes que asistir a por lo menos dos semanas de reuniones y tienes que demostrar que estás tratando de dejar la heroína por tus propios medios antes de que te pongan en tratamiento de metadona.

Es una verdadera encrucijada, porque ella realmente quería dejar la droga en ese entonces. Odiaba su vida.

Obviamente, estaba muy deprimida, porque estaba intentando suicidarse. Había adelgazado mucho, le había robado a su hermana que era, o es, su mejor amiga. No había nada positivo en su vida.

Al ordenar el inicio del programa de metadona, el tribunal forzó a centro de asistencia contra las drogas a actuar. Tuvieron que iniciar el programa anticipadamente.

Tomamos un día a la vez. Ha tomado cinco años para llegar hasta este punto, así que las cosas no van a cambiar en cinco minutos.

Nuestra hija ahora tiene su propio lugar, que es parte de nuestra casa y que hemos remodelado para que tenga su propio acceso. Nosotros tenemos que golpear antes de entrar en su espacio de la casa.

Y volvió a tener a su perro, lo que tiene a ambos muy contentos.

Son pequeños pasos como esos, recordando que eres amada, recordando que hay gente en tu casa que todavía te esperan y quieren tu recuperación.

Sé que estoy siendo presumida, pero ella es realmente bella y muy inteligente. Hubiera podido ser lo que quisiera. Está tan interesada en animales que hablaba de ser veterinaria, hace años soñábamos con eso. Eso está tan lejos de la realidad de lo que es su vida adulta.

Ahora el sueño es muy diferente. Simplemente es que su adicción desaparezca y que sea feliz.

Me siento 50% responsable, porque pienso que así somos las madres. Algunos días pienso que hice todo por las razones debidas, aunque ella no lo crea, y estoy orgullosa de que sigo aquí, firme y cuerda. Pero, otros días me despierto y pienso que todo ha sido culpa mía.

Tal vez si no la hubiera echado de la casa al principio cuando no quería dejar las drogas… es difícil saberlo.

Ahora confío en que no nos robará.Dejo mi bolso por ahí. No me preocupo. No estoy muy segura de que no vuelva a contactar a la gente indebida porque es un proceso lento.

En los primeros días de su regreso, estoy segura que no confiaba en mí, que sabía que entraba en su habitación para echar una mirada y cerciorarme de que no había parafernalia de drogas, pues eso es lo que empiezas a hacer como madre. Empiezas a buscar el equipo y las cosas que usan.

Pero ya dejé de hacerlo.

Y ella ha pasado todos sus controles durante nueve semanas, así que supongo que la confianza entre nosotras se está afianzando».

La selección de las mejores marcas de termómetros

TERMÓMETROS CLÍNICOS

Aquí encontrarás la oferta actualizada de estos dispositivos de salud

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído