“El término ‘cáncer’ es incorrecto”, suelta al inicio de una larga conversación en su laboratorio Joan Montero, investigador del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC). Esta enfermedad no es una, sino muchas. Cada persona y cada tumor son un mundo, fruto de “una lotería macabra” de mutaciones que dan lugar a un crecimiento anormal de células.
A pesar de los esfuerzos para sofisticar las terapias, las más habituales todavía son muy agresivas. Los fármacos matan las células cancerígenas y en su embestida contra lo malo también se llevan lo bueno y provocan fatiga, dolores, náuseas y otros efectos secundarios. La capacidad de recuperación varía en función del paciente y del tumor.
La medicina de precisión alienta la esperanza de atinar con la terapia indicada para cada persona y su enfermedad
El reto de los oncólogos es saber qué medicamentos son los mejores en cada caso clínico. La medicina de precisión alienta la esperanza de atinar con la terapia y la dosis indicadas para cada persona y su enfermedad. A día de hoy hay distintas maneras de intentar averiguarlo sin que ninguna se haya revelado como la panacea.
La más habitual es la secuenciación del ADN del tumor a partir de una muestra. El perfil genético del paciente permite al médico conocer las alteraciones concretas del caso. Por ejemplo, los pacientes con cáncer de pulmón que tienen una mutación específica en el gen EGFR cuentan con un tratamiento a la carta basado en fármacos como el gefitinib. Lo mismo sucede en los pacientes con melanoma y una mutación en el gen BRAF, para los que está indicado el vemurafenib.
La enfermedad oncológica que inauguró la nueva era de la genómica del cáncer fue la leucemia mieloide a principios de siglo XXI, cuando la secuenciación genética permitió prescribir con acierto la terapia a base de imatinib en nueve de cada diez casos. Casi dos décadas después, la genética del cáncer solo consigue ponerle apellido al tumor en un 10% de los cánceres, leer más SINC.
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