la amígdala donde se regulan emociones como la rabia, la ansiedad o el miedo
Un viaje neuronal por el cerebro. Eso es lo que acaban de describir unos investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España y del Instituto de Biofísica y Genética de Nápoles, que han trazado el camino que sigue un grupo de células del sistema nervioso hacia la zona cerebral que controla las emociones.
Según publican los autores en la revista ‘Nature Neuroscience‘, han sido capaces de desvelar la capacidad de algunas neuronas para abandonar su lugar de origen, el hipotálamo -una región del diencéfalo que se encarga de funciones como el crecimiento, el hambre o la sed- y colonizar el cerebro anterior, una zona en la que se mezclan con las neuronas ‘locales’ para formar la amígdala, donde se regulan emociones como la rabia, la ansiedad o el miedo.
El director del estudio, Juan de Carlos, del Instituto Cajal (CSIC), señala:
«Conocer cómo se origina el conjunto de núcleos de neuronas que conforman la amígdala es fundamental para entender los desórdenes psiquiátricos provocados por la alteración de esta parte del cerebro anterior, como la carencia patológica de miedo, la depresión o la esquizofrenia».
La investigación explica que la capacidad de las neuronas ‘inmigrantes’ para alcanzar una región cerebral alejada se debe a que expresan un gen, conocido como OTP, cuyas alteraciones también se han relacionado con un desarrollo anormal de la amígdala.
Para dibujar este trayecto neuronal, los científicos examinaron la expresión de OTP durante la formación del cerebro en la fase embrionaria.
«Al inactivar de forma experimental el gen OTP, descubrimos que las células del hipotálamo no podían iniciar su viaje migratorio para alcanzar los núcleos de las amígdalas. Esto causaba una deficiencia celular que se traducía en un volumen menor de los núcleos que constituyen la amígdala, tras lo que se podría esperar una patología de dicha estructura».
«Estos nuevos resultados abren la vía para la comprensión del desarrollo temprano del cerebro, dado que al demostrar que la amígdala se genera con la participación de neuronas inmigrantes procedentes de otra región cerebral, va a haber que replantearse el origen de muchas agrupaciones neuronales que se presuponían sólidamente establecidas».
EL MECANISMO DE LA ALIMENTACIÓN
Investigadores del Instituto de Gulbenkian, en Portugal, y el Instituto de Patología Molecular de Austria han descubierto que hay un mecanismo cerebral que lleva a los organismos vivos a alimentarse en función de sus necesidades nutricionales, según los resultados de un estudio publicado en la revista ‘Current Biology’.
En concreto, en su investigación analizaron los circuitos cerebrales de la mosca ‘Drosophila melanogaster’, conocida también como la mosca de la fruta, involucrados en este tipo de decisiones, si bien aseguran que este mecanismo puede «abrir el camino» para la comprender la toma de decisiones alimentarias de otros organismos vivos. Además, reconocen que les puede servir para comprender cómo los mosquitos transmiten la malaria a los humanos.
En este sentido, hicieron un seguimiento de varias semanas de estos insectos y comprobaron que estas moscas escogen entre diferentes frutas en función de sus necesidades nutricionales, el sexo y el estado de apareamiento. Además, suprimieron parte de su alimentación básica para ver como detectaban esta carencia y modificaban sus necesidades.
Así, y según explica uno de los autores de este estudio, el portugués Carlos Ribeiro, «las moléculas que actúan en el cerebro de las moscas detectan una falta de proteínas y les hacen cambiar de decisión, como si de un sensor se tratase».
De hecho, Ribeiro y su equipo aseguran que este ‘sensor’ podría ser el mismo que regulase los hábitos de alimentación de los mosquitos hembra y otros vertebrados. Además, apuntan a que la regulación de proteínas y carbohidratos podría jugar un papel importante en los trastornos alimenticios en humanos de las sociedades occidentales.
Del mismo modo, y en relación con el mosquito de la malaria, aseguran que este hallazgo puede guardar relación con el impulso de picar y chupar sangre, un acto modulado por el mismo mecanismo molecular, lo que ayudaría a desarrollar fármacos para evitar la transmisión de la enfermedad.